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Opinión

25 de Junio de 2013

Los jóvenes le hacen daño a la política chilena

Cuánto comprendo al señor Don Jorge Toro, dignísimo rector del Instituto Nacional que fue echado a la calle como un perro por la alcaldesa Carolina Tohá, quien presionada por un puñado de chicuelos se acordó de su pasado marxista y empezó a gobernar según el que grita más fuerte en la calle (si seguimos así, […]

Domingo Durán M.
Domingo Durán M.
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Cuánto comprendo al señor Don Jorge Toro, dignísimo rector del Instituto Nacional que fue echado a la calle como un perro por la alcaldesa Carolina Tohá, quien presionada por un puñado de chicuelos se acordó de su pasado marxista y empezó a gobernar según el que grita más fuerte en la calle (si seguimos así, hasta al Chuña le van a hacer caso los representantes del poder popular).

Ya lo había advertido el año pasado el señor Toro, cuando tuvo que responder a un mocoso insolente que en plena ceremonia de graduación empezó a vociferar contra la insignia del Instituto, sus valores republicanos y la enseñanza que le dieron sus profesores (gratuita y de calidad, por lo demás). Esa vez, el académico recordó quizás una de las frases más atingentes para los días confusos que azotan a la política nacional: “La juventud es esa enfermedad que se pasa con los años”, de George Bernard Shaw. Bien rector, en este país que parece haber sido creado de nuevo en 2011 hacen faltas muchos tirones de oreja para reinstalar el valor del respeto; una cuestión que muchos padres nunca enseñaron.

Además del menoscabo republicano que la hija de José Tohá percutó contra Toro, son múltiples los ejemplos del daño que la generación del Play Station le está haciendo a la dignidad de nuestras instituciones. Y esta no es una cruzada contra el “espíritu libre” de los dieciocho años, sino contra una forma cultural que impuso el modelo de familia basado en furgones escolares, jornadas escolares completas e inserción de la mujer al trabajo.

Ese irrespeto se debe al absoluto desamparo con que se criaron esos niños que hoy se manifiestan como jóvenes impetuosos. Son imberbes que casi no vieron a sus padres y cultivaron sus valores viendo MTV o jugando en línea. Son cabros que jamás sintieron en sus ciernes los designios de la autoridad, del sometimiento a reglas del juego.

El fin de semana vimos con espanto a los dirigentes de la Cones ¡ADVERTIR A GOBIERNO! que no abandonarán los liceos para que se realicen las elecciones presidenciales primarias. Es decir, un grupo de niños con cotona se permite realizar sin asco una afrenta al mismísimo Ejército de Chile, encargado de resguardar los locales de votación. “Que busquen otro lugar”, dijeron sueltos de cuerpo, ni ahí con el episodio más importante de una democracia: los comicios. Y nadie se espanta, porque ya se ha vuelto normal la insolencia, el agravio y la choreza por sobre la conversación en el marco del respeto.

Podríamos decir que faltó palo, pero el tema es más profundo; tiene que ver con la degradación valórica y moral que sufrió el país con la entronización del consumo. Cuando sólo generar papel moneda es la máxima, se termina inevitablemente en Sodoma y Gomorra.

El colmo del atrevimiento juvenil es la intención desenfrenada por ser candidato a diputado. Fieles a las vicisitudes ideológicas de la edad; pasaron de condenar con pena de muerte a “la clase política” a casi pelearse a combos por un cupo. Ya se querría Guido Girardi esa jovialidad para exigir su parte.

Es entendible que perteneciendo a la generación del espectáculo, los jóvenes quieran mostrarse y poner sus ideas en portada, pero eso no debe ir de la mano con insultos, escupitajos, desprecio a la experiencia y desconocimiento de la autoridad. Chile es una patria bonita, sencilla, de gente modesta: no necesita alborotos que canalicen egos para progresar. Más respeto, por favor.

*Profesor Normalista.

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