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Opinión

7 de Octubre de 2013

Columna: Nos invaden

Estoy preocupado porque en donde estoy habitando, una ciudad portuaria y patrimonial, algo sobredimensionada en su mitología, está llegando mucho santiaguino de ESOS, es decir, achilenados ABC1 o con pretensiones de pertenencia a ese grupo de consumo, y que se quieren apropiar de algo que no es de ellos, media novedad. Siento que la renovada […]

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Estoy preocupado porque en donde estoy habitando, una ciudad portuaria y patrimonial, algo sobredimensionada en su mitología, está llegando mucho santiaguino de ESOS, es decir, achilenados ABC1 o con pretensiones de pertenencia a ese grupo de consumo, y que se quieren apropiar de algo que no es de ellos, media novedad. Siento que la renovada cultura liberal está haciendo suyos los barrios en que solíamos transitar sin contratiempos. Hay un cierto protagonismo insólito de ese grupo étnico que los medios han promovido, se trata de la arrogancia de loa actores liberales que están reemplazando en su protagonismo a los colectivos del movimiento social y estudiantil, al menos en el espectáculo televisivo. En vez de los encapuchados se nos vienen estos encorbatados informales.

Después de la interrupción momentánea de la gran demanda ciudadana, vino la sobreexposición de los 40 años, siempre desde una primacía de la mirada metropolitana, como que el golpe hubiera sido solo un fenómeno santiaguino. Incluso los crímenes ocurridos en el norte o en el sur son metropolitanizados a nivel del tratamiento mediático. Recordemos que la Caravana de la Muerte fue una manera de santiaguinizar el golpe, había que llevarlo a la provincia, había que bombardear en todas partes una Moneda, asesinar en todas partes a un Víctor Jara, había que matar la inocencia política de un pueblo. Lo que ocurre es que el nuevo liberalismo decidió asumir el horror de Chile tal cual es, es decir, tomó una decisión ilustrada, menos mal; y de ahí para adelante una nueva derecha, moderna; parece lógico. Parte de esta estrategia implica la apropiación simbólica de los lugares de pertenencia o del Chile de los otros. Por eso muchas cosas se invierten; antes los pobres copiábamos en casi todo a los ricos, hoy son ellos los que nos copian algunas cosas.

El otro día vi a uno de esos cientistas políticos que siempre aparecen en la tele hablando de lo hablable, en el bar Victoria de Valpo. Creo que era el Bellolio, estaba acompañado, supongo, de unas alumnas y de unos colegas, onda cuiquerío liberal que, como parte de su formación, transitan por las zonas del rotaje. Imaginé esa escena, el profe de magíster o doctorado, que dirige alguna tesis, probablemente de la Adolfo Ibáñez, y andaba con su gente celebrando el fin de algún proceso académico. Él vestía una chaquetita corta y unos zapatos puntudos, bien design.

En otra ocasión, vi en el Fauna, el bar de moda del cerro Alegre, a un escritor de esos que viven en Providencia, de la nueva (vieja) narrativa; no doy su nombre porque me deprime su sola mención. Yo sé que cada vez que voy para allá, a ese bar, me desperfilo, pero unas amigotas siempre me citan ahí por comodidad de ellas. Esas mismas amigas que tienen un café en el ascensor Reina Victoria me comentaron que habían visto al Fuguet bajar por el ascensor, pero que no se había dignado a tomarse un café, aunque había mirado con algún interés. ¡Qué lata! Me imagino que si sigo yendo para allá me voy a tener que encontrar con el Cristián Warken u otros. Este no es un país libre como para que la gente crea que puede andar por ahí sin darle explicaciones a nadie. Ojo, no tengo nada contra estas personas, es más, ni las conozco y es probable nunca tenga contacto con ellas, es su práctica representativa la que estamos combatiendo, es la ocupación de lugares impúdicamente.

La cosa se pone complicada para nosotros. Muchas veces nuestros peores enemigos no son estos tipos, sino los que los invitan a los centros universitarios de acá, como profes o escritores de verdad; los funcionarios yanaconas y el sentido común provinciano. Porque la provincia tradicional siempre va a sentir que lo bueno y lo mejor está en la capital. Nos quieren arrebatar los lugares ancestrales, los nuestros, los de siempre. Por eso yo dudo y sospecho de esta primavera democratoide. Da la sensación de que esta etnia liberal amenaza con hacerse cargo o administrar, para la oligarquía, la demanda ciudadana que está ahí postergada hasta nuevo aviso, es decir, después de las elecciones y de asumir, incluso, del nuevo gobierno. ¡Hijos de la gran…dilocuencia!

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