Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

2 de Diciembre de 2013

Juanito, el escorpión

Acá es muy común escuchar un “conchetumare”. Los alumnos lo dicen en las salas de clases, en el recreo o en el casino. Ese garabato fue el primero que le escuché decir a Juanito cuando lo conocí hace cuatro años: “Me acusai culiao y te saco la conchetumare”, le advertía a un compañero, mientras lentamente […]

El Profesor
El Profesor
Por

Acá es muy común escuchar un “conchetumare”. Los alumnos lo dicen en las salas de clases, en el recreo o en el casino. Ese garabato fue el primero que le escuché decir a Juanito cuando lo conocí hace cuatro años: “Me acusai culiao y te saco la conchetumare”, le advertía a un compañero, mientras lentamente caminaba a su banco al final de la sala.

Juanito era todo un caso en el colegio. Tenía 15 años y estaba en sexto básico. Iba poco a clases y su insolencia había hecho desertar a varios profesores. A duras penas había aprendido a leer, escribía lento, y con nula ortografía.
Juanito se ausentó una semana y a la siguiente tampoco acudió a clases. Cuando iba, inevitablemente, terminaba fuera de mi clase, incluso una vez él mismo agarró sus cosas y se fue cuando llegué a hacer clases: “Me voy antes que usted me eche. Usted es terrible pollo”, me dijo. Ahí perdí la paciencia. Reconozco, sí, que mi respuesta fue poco pedagógica: “Te creí gallo pendejo, y erís terrible pollo y pavo”, le dije. Aproveché de recordarle, además, que había hecho clases en la cárcel y que allá los presos agradecían más la educación que acá. Inexplicablemente, luego de mi sermón, Juanito nunca más volvió a portarse mal en mi clase, pero comenzó a faltar los jueves.

Según me contó después en una conversación, los jueves faltaba a clases porque iba a ver a su padre, que estaba preso. Vaya coincidencia de la que me enteré en ese diálogo: su papá había sido alumno mío cuando hice clases en la cárcel. Tenía un buen recuerdo de él, había sido muy buen alumno y durante un tiempo fue mi ayudante.

Al papá de Juanito le gustaba la poesía y por ahí convencí a su hijo de que mejorar su comportamiento era esencial para terminar la escuela, porque bastante atrasado que estaba. Le dije que si su padre había sido tan buen alumno estando preso, él no podía desaprovechar la oportunidad estando en libertad. Si no mejoraba su conducta con los otros profesores, le advertí, su padre se enteraría de eso. Juanito, que le tenía un respeto sacro a su progenitor, cambió de actitud. No faltó más a clases y comenzó a sacarse buenas notas. En reuniones de profesores, el resto de los maestros comentaba el notorio cambio que había tenido. Eso, hasta que un día jueves faltó y nunca más regresó. A la semana siguiente, los profesores comentaron lo que había sucedido: Juanito había estallado en ira y le pegó a todo lo que se movía. Dos compañeros y un profesor terminaron con el ojo en tinta y la nariz fracturada.

El día de furia de Juanito fue el comentario de todos los alumnos por varias semanas. Algunos reaccionaron impactados y otros con burla, porque la “fleta” fue tan grande que Juanito por poco se va a las manos incluso con el director del colegio. La noticia de su expulsión a mí me dejó con pena. No sólo porque lamentaba su reacción, sino porque mis esfuerzos habían sido insuficientes: Juanito, al igual que en la fábula del escorpión con la rana, no pudo con su naturaleza.

Temas relevantes

#cárcel#Educación#pobreza

Notas relacionadas