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Opinión

16 de Diciembre de 2013

“Michelet” Santa Secular, concédenos tu Gracia

El nombre Michelle Bachelet, ha devenido en algunos sectores populares, urbanos y rurales chilenos, en el acrónimo “Michelet”, que obviamente por error, fusiona el nombre y el apellido de la Presidenta recientemente electa. Curiosamente, en lo sonoro, aquella denominación tiene una cierta similitud con el de la “Yamilet”, aquella niña milagrosa que en la década […]

Tito Flores
Tito Flores
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El nombre Michelle Bachelet, ha devenido en algunos sectores populares, urbanos y rurales chilenos, en el acrónimo “Michelet”, que obviamente por error, fusiona el nombre y el apellido de la Presidenta recientemente electa.

Curiosamente, en lo sonoro, aquella denominación tiene una cierta similitud con el de la “Yamilet”, aquella niña milagrosa que en la década de los setenta, repartió sanaciones por doquier, a quien quisiera acercarse a presentarle su dolencia.

Pero “Yamilet” y “Michelet” no solo se parecen en lo sonoro, sino también en la promesa de bienestar que cada una, guardando las proporciones y las diferencias, hizo en el campo particular de su quehacer. Y en ambos casos, ello se tradujo y se traduce, en efervescencia popular y en una fe casi ciega, muy ligada al especial carisma de cada personaje.

Y es que Michelle Bachelet, como fenómeno ciudadano, se ha transformado casi en una especie de “Santa” cívica y laica, que encarna en sí misma un aura de empatía, cercanía y protección que la gente valora intensamente. En torno a ella, especialmente en campaña, se generan expresiones propias del sincretismo y la religiosidad popular. Las personas se le acercan y quieren tocarla. En un período de desacralización del poder político y de los políticos, la hoy Presidente electa emerge para importantes sectores de la población, como una figura con tintes mesiánicos, de quien se espera extienda su manto de abrigo y cobijo.

Y han sido aquellos mismos rasgos personales, y no los de la coalición que la apoya, los que ella ha puesto como garantía de su Gran Promesa de transformar social, política y económicamente a Chile, a objeto de resolver la desigualdad. Ni más ni menos. Sobre la base de las Reformas Educacional, Tributaria y Constitucional, ha señalado que hará de Chile un país más inclusivo y con garantía de derechos para todos.

La consecuencia principal frente a una promesa de esta magnitud, es el nivel de expectativas que ella genera, tanto en los ciudadanos y ciudadanas potenciales “beneficiarias” de la “gracia” de estas medidas, como en los grupos organizados y más activos que coinciden en la necesidad de llevar a cabo estos cambios en el país.

Y aquí estará el punto esencial que marcará el devenir del segundo mandato de la Presidenta Bachelet: La gobernabilidad en los próximos cuatro años, estará ligada con su capacidad para armonizar la velocidad y profundidad que se espera, de los cambios que ella ha anunciado. Los “reformistas desde arriba” querrán que el control lo ejerza férreamente La Moneda y los Ministerios, con una participación “en consulta” a los actores involucrados, pero en donde la clave estará en los técnicos y especialistas. Los “reformistas desde abajo” esperarán por el contrario, que sean los movimientos sociales los que dicten el ritmo de las transformaciones. Que abunden asambleas y manifestaciones callejeras y que ellas sean tan importantes como el trabajo parlamentario. Si lo expresamos en términos teóricos, nos enfrentaremos a la tensión entre los que propugnan la “democracia liberal”, que concibe que a través del voto, los ciudadanos le transfieren su soberanía a los representantes electos en el Ejecutivo y Legislativo, y aquellos que impulsan una “democracia radical”, como la propuesta por Habermas, según la cual debe darse una especie de autolegislación democrática, en donde cada ciudadano es productor del derecho que lo rige como sujeto jurídico y tiene por tanto la autonomía permanente de actuación política.

Así las cosas, la gobernabilidad que pueda imprimir Michelle Bachelet a su mandato, estará íntimamente ligada con la manera en que equilibre la relación entre el Estado, las Empresas y la Sociedad Civil, esto es, con el modelo de “Gobernanza” que ella establezca para su nuevo gobierno. En el anterior, dicho modelo estuvo asociado con la formación de “Consejos Asesores Presidenciales”, en diferentes materias cruciales, los que tuvieron relativo éxito, pero que en algunos casos, fueron simples mecanismos de legitimación de diagnósticos y propuestas técnicas pre-formateadas por centros de estudio, como lo fue en el caso de la Reforma Previsional.

Sin embargo el Chile del 2014 será muy diferente al Chile 2006. En este tiempo se han sumado nuevos jugadores. La relación gobierno-ciudadanía es mucho más simétrica y hay algunos actores especialmente activos e ilustrados, a los que no será posible conformar con meros cambios cosméticos o “en la medida de lo posible”. En definitiva, el próximo cuatrienio será mucho más deliberativo y democrático en todo lo ancho de aquella expresión. Será un período de búsqueda, tanto de mayor igualdad, como de una nueva institucionalidad “No Portaleana”, porque la actual con visos autoritarios, ya no da el ancho. No obstante, y esto es crucial, deberá ser un período en que la Presidenta tenga bien asido el timón de esta nave que se llama Chile, para mantener un rumbo fijo y claro. Un rumbo en que la velocidad sea la del “incrementalismo acelerado” y no meramente inercial y en que los intentos de motín deben ser controlados ágilmente. Porque son muchos los que esperan que el aura protectora de la Presidenta Bachelet les irradie a ellos y a sus hijos, para ver un futuro mejor, aunque el presente no sea tan malo.

(*) Tito Flores C. es Doctor en Gobierno y Adm. Pública y académico en la UTEM. Síguelo en twitter: @flowerspoint
Sitio Web: politicapublica

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