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Opinión

20 de Diciembre de 2013

El inespecífico

Al inespecífico actual otrora se le apodaba -nuestros padres y abuelos lo saben- el “bueno para nada”. Designa, por tanto, al que no sabe hacer nada, al que no sirve para nada (distanciándose del anacrónico inútil; no es el clásico inútil de la familia aristocrática a lo Edwards Bello). El inespecífico al que nos referimos […]

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Al inespecífico actual otrora se le apodaba -nuestros padres y abuelos lo saben- el “bueno para nada”. Designa, por tanto, al que no sabe hacer nada, al que no sirve para nada (distanciándose del anacrónico inútil; no es el clásico inútil de la familia aristocrática a lo Edwards Bello).

El inespecífico al que nos referimos es un producto nuevo. De partida dice siempre las mismas cegadas: no me interesa esto o aquello. Pasa toda su vida en una constante autocomplacencia (matizada con eventos de agresividad típica del ignorante).

Para el inespecífico nunca las temperaturas, los horarios y los días de la semana para estudiar y trabajar son ideales: o demasiado frío o demasiado calor; o muy temprano o muy tarde; el viernes en la tarde debe comenzar a mediodía el feriado de fin de semana. Hay siempre que privilegiar un principio primario de placer.

Al inespecífico nada le interesa. Por tanto no sabe nada; no quiere, en el fondo, saber acerca de nada. Se asemeja a un personaje de la serie “La escuelita” apodado Godinez, el que como buen porro es ubicado a propósito al fondo de la sala del recinto dirigido por el profesor Jirafales. A la menor insinuación de pregunta por parte del larguirucho profesor, nuestro desconcentrado Godinez responde “un uno, profesor”. Lo mismo que el inespecífico: no quiere saber nada, no quiere pensar nada, y menos pensar en una mala nota que la merece de antemano (aunque suele ser un perro de presa al momento de cazar al profesor para dar la lata con sus excusas o negociar una subida de nota para aprobar un ramo).

Efectivamente, el inespecífico se castiga de antemano; por tanto, está perdonado de antemano. Al respecto, una anécdota. En el cumpleaños de un artista coterráneo, celebrado hace más de 20 años, llegó un colega borracho, transpirado y moquillento, el que lanzó a la concurrencia la siguiente monserga (con todos los énfasis apestosos del caso): que había que celebrar un reciente pasquín donde un oscuro personaje de la escena cultural develaba, de manera alevosa, la “verdadera” condición sexual de connotados artistas e intelectuales del pasado y del presente del país. Antes que terminara su jugosa chulada el dueño de casa le advirtió que uno de los aludidos en el despreciable pasquín era pariente del cumpleañero ¡Qué metida de pata! Entonces, el beodo suelto de boca, transpirado y moquillento, se acerca al festejado que ha ofendido y le implora que lo perdone ¿Qué le responde este último? No puedo, porque los huevones como tú están perdonados de antemano.

El inespecífico está siempre perdonado de antemano (como la referencia bíblica: perdónalos porque no saben lo que hacen).

El inespecífico no es culpable porque no tiene conciencia de sus actos; no es malo, es torpe; no es indolente, es depresivo; no es impertinente, es ingenuo; no es ladrón, es patudo; no es pesado, es tonto ( como la canción de Los Tres ). El inespecífico se encuentra, por lo demás, en todas partes. Una de sus características principales es su excesiva velocidad frente a lo que le conviene o gusta y su irritante pereza frente a lo que implica disciplina y trabajo.

Le carga la puntualidad, aunque a veces la practique. No significa que no se deba ser selectivamente formal cuando se trata de placeres irrenunciables: el cobro de un cheque, el carrete de turno, o la asistencia a un evento masivo.
El inespecífico es puntual solo cuando algo satisface su principio primario de placer. Es un verdadero gato que ronronea bajo las tibias sábanas del invierno y no quiere levantarse de bruces a pegarse el mañanero duchazo reponedor. Es que hay mucho frío. Es preferible quedarse un rato en camita y tomar un rico desayuno hecho por mami o la nana (el resto que espere). Por ello, siempre dice las mismas cosas a quienes lo esperan (es el rey de la excusa inverosímil ): voy saliendo ( aunque se esté recién duchando), voy llegando (aunque esté a veinte cuadras), todo esto complementado con confesiones de que tiene un problema, que está deprimido, que se le enfermó la nana o la tía.
Junto a la señalada impuntualidad, el inespecífico hace gala también de una falta de memoria propia de un polluelo recién liberado del cascarón. Esta memoria laxa aqueja principalmente a muchos taxistas (¿ a qué parte dijo que iba? ) y mozos de restaurantes (¿ el pan era con palta o tomate? ).

El inespecífico puede ser un gañán de la esquina o un hipster típico de las escuelas de Diseño, Publicidad o Actuación Teatral. Al menos que sea un vanidoso preocupado de la forma del peinado, la ropa o la bici de moda, puede vérsele a la hora de presentarse en sociedad legañoso y con la huella de la almohada perfectamente estampada en el cuero cabelludo.

Unamos finalmente la impuntualidad y la memoria de polluelo nonato para obtener al inespecífico ideal: aquel tonelaje de gente que – año tras año- la sociedad chilena regurgita y cuyo único mérito es la orgullosa y soberbia ética de no querer saber ni hacer nada.

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