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Opinión

8 de Julio de 2014

Huenchumilla y la ofensiva del mundo conservador

Las críticas al Intendente Francisco Huenchumilla no se pueden reducir solamente a “racismo”, como señaló Aucan Hulicaman al salir en su defensa. Es más que eso: estamos frente a una ofensiva de los sectores conservadores de la región que buscan detener y hacer caer el proyecto que el Intendente dio a conocer en su “carta […]

Fernando Pairican
Fernando Pairican
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Las críticas al Intendente Francisco Huenchumilla no se pueden reducir solamente a “racismo”, como señaló Aucan Hulicaman al salir en su defensa. Es más que eso: estamos frente a una ofensiva de los sectores conservadores de la región que buscan detener y hacer caer el proyecto que el Intendente dio a conocer en su “carta de navegación” hace dos meses. En ella, Huenchumilla señalaba la necesidad de “cambiar el rumbo” del barco, en alusión a modificar la manera en que los últimos cinco gobiernos han desarrollado la política respecto al pueblo mapuche.

La Araucanía fue una región que se conformó despojando al pueblo mapuche de sus tierras a fines del siglo XIX, se edificó en oposición a sus sobrevivientes, reduciéndolos a vivir en pocas tierras y colonizando la mentalidad de los mapuche bajo los códigos de la “razón” y “el progreso” que enamoraron a la sociedad civilizadora que triunfó con la Revolución Industrial. Jorge Pinto no se equivoca cuando señala que “aún el país paga las consecuencias de la política que se inspiró en aquellos planteamientos”.

No es casualidad que Huenchumilla declare que la región “nació y se desarrolló como una sociedad fragmentada”. O que el documento Verdad Histórica y Nuevo Trato asuma que el Estado en su nacimiento se encontró con numerosos pueblos que “ejercitaban la soberanía de manera efectiva o simplemente no pertenecían a la nación”. Huenchumilla subraya eso diciendo: “ahí está la raíz de nuestros males presentes”.

Este diagnóstico es lo que no entienden los sectores conservadores. Gustavo Hasbún, vicepresidente de la UDI, en su reciente gira a La Araucanía declaró que “este señor con su agenda personal da una pésima señal y lo que hace es justificar la violencia como accionar”. Nada más errado. Luego de casi veinte años, sin duda agracias al accionar del movimiento mapuche, que ha colocado aspectos políticos en las agendas de los gobiernos, la actual administración de Michelle Bachelet propone crear nuevos cimientos para configurar una nueva época.

En veinticuatro años de democracia, la política de los gobiernos hacia el pueblo mapuche, entendida como de pobreza y seguridad pública, ha incrementado la violencia coercitiva del Estado y también de integrantes del movimiento mapuche. En esa perspectiva, la medida anunciada el 21 de mayo por la Presidenta de llevar a la práctica el Convenio 169 como la manera de conducir la relación con los pueblos indígenas abre una ventana para otro tipo de relación.

El Convenio 169 -prometido en el Acuerdo de Nueva Imperial de 1989 y ratificado recién el 2008-, no solucionará la demanda política de las naciones originarias que cohabitan al interior de Chile, pero sí abre un nuevo repertorio de oportunidades para los movimientos indígenas, entre ellos el mapuche. Si bien la creación de un Ministerio, un Consejo y la formulación de una Agenda para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas son promesas incumplidas del Acuerdo de Nueva Imperial, su concreción hoy podría ayudar a atender algunas demandas históricas. Sin embargo, no se debe perder de vista que el derecho humano a la autodeterminación es lo que el movimiento mapuche ha venido planteando como proyecto sociopolítico.

¿Qué ha posibilitado este escenario? Desde mi perspectiva, la protesta radical del movimiento que forzado a los gobiernos a tener que realizar concesiones, la legitimidad internacional de la reivindicación y la necesidad de Chile de cumplir los estándares internacionales producto de los acuerdos ratificados . Sin embargo –y tristemente-, las muertes que se han producido en estos últimos diez años en la región abren la urgencia de buscar un nuevo acuerdo entre ambos pueblos.

Huenchumilla puede cerrar una etapa de la relación del Estado con las naciones originarias para comenzar a escribir otra que aún está en constitución. Es cierto que estas medidas no resuelven los 130 años de malas políticas, pero sí abren un escenario que debe fortalecerse con medidas simbólicas radicales como la liberación de los presos políticos mapuche y progresar en una mutua construcción de espacios para ejercer la autonomía. Esto es, avanzando hacia una descentralización real de las regiones, creando algunas de carácter pluricultural y plurinacional en pos de reconstruir una nación que se piense desde estos planteamientos. Así se podrá avanzar en la construcción de un nuevo “contrato social” para el siglo XXI, que además daría paso a un nuevo tipo de democracia y colocaría a Chile en sintonía con los países de América Latina que han abierto espacios a las naciones originarias, mirándolas no como parte de un problema, sino como una virtud y complemento para el desarrollo de todos los que habitan al interior de la “comunidad imaginada” chilena. Qué entendemos por desarrollo, será otro tema que seguramente se debatirá a futuro.

De ahí la importancia de Francisco Huenchumilla y lo peligroso de la ofensiva conservadora que ve la solución en la coerción del Estado. La demanda mapuche es con la historia, es cuestionar la conquista que se hizo sobre este territorio soberanamente habitado por nuestro pueblo. Huenchumilla, más que hacer un llamado a la violencia, como proclamó Hasbun, es un llamado a conseguir una “paz en la región, basada en la realidad y en la justicia social”.

Una paz bastante distinta a la que entiende el agricultor Joel Ovalle, quien proclamó que por cada agricultor afectado cinco mapuche serán “tocados”, y la del mundo empresarial agrícola que ha llenado la región con el eslogan “paz en la Araucanía”. Huenchumilla entiende la paz con derechos de decisión para el pueblo mapuche, con empoderamiento de sus habitantes y no una paz de dominación. Como él mismo lo ha señalado en sus críticas al mundo conservador, el problema “es de naturaleza política” y se avanza a través del diálogo con todos sus sectores.

Huenchumilla recupera la tradición del primer ciclo del movimiento mapuche contemporáneo que nació en 1910 de la mano con la Sociedad Caupolicán Defensora de La Araucanía y que declinó luego de la muerte de Venencio Coñuepan de la Corporación Araucana. Aquella tradición que ha estado en pugna con el segundo ciclo del movimiento mapuche configurado con mayor notoriedad a partir de la década de los 90’. Pues, para los que buscan reducir la historia de las organizaciones mapuche sólo a la violencia, déjenme plantearles que la historia del actual movimiento ha sido una construcción de carácter colectivo, multidimensional y amplio, con importantes tensiones internas, fragmentaciones y también pugnas dirigenciales. Ellas han colocado como proyecto el derecho a la autodeterminación y han ocupado un abanico de métodos y estrategias políticas, desde la vía política dentro de la institucionalidad hasta la violencia política como instrumento de protesta.

Luego de un poco más de una década del siglo XXI, el mundo conservador que parece desear la derrota y caída del Intendente Huenchumilla debería comprender que para sanar 130 años de historia el cortoplacismo no es viable en una región fragmentada; por el contrario, se deben dar señales simbólicamente radicales para construir una nueva época y nuevos tiempos. En este nuevo abanico de posibilidades que se pueden abrir, el movimiento mapuche tiene mucho que pensar y debatir.

*Historiador

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