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Poder

11 de Julio de 2014

El drama del soldado gay que renunció al Ejército

Cristián Mardones renunció al Ejército por hostigamiento, luego de que sus superiores se enteraran de que era homosexual. Su caso llegó a la Corte de Apelaciones de Santiago, pero ésta no acreditó la discriminación. Hace pocos días, sin embargo, se enteró que el ministro de Defensa Jorge Burgos prepara un proceso para incluir a homosexuales en las Fuerzas Armadas y que la autoridad habría preguntado por su situación. En un Ejército donde el 96,6% de la tropa está en contra del ingreso de homosexuales, Mardones cree que lo único que puede abrir la mente de la milicia es la educación.

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Cristián Mardones es gay. Asumió su orientación sexual cuando se desempeñaba como operador del sistema criptográfico, en la Compañía de Telecomunicaciones de Combate del Ejército. Llegó a ser un destacado suboficial hasta que la tropa y los oficiales se enteraron de su homosexualidad. Allí –dice- comenzaron los acosos que lo llevaron a la depresión. El 29 de agosto de 2012 –aburrido de las bromas y las degradaciones laborales-, Cristián Mardones enfrentó a su superior, el coronel Enrique Bödecker de la Fuente: “Renuncio por reiterados maltratos sicológicos, verbales, acoso laboral, y discriminación por parte de algunos mandos del Ejército de Chile”, decía la carta que le dejó en su escritorio. Bödecker, lejos de sentirse conforme con la renuncia, le tiró el papel por la cabeza y le dijo que volviera a su trabajo, que lo mandaría a la fiscalía militar si no lo hacía. Mardones salió de la oficina y dejó la carta en el mesón principal. Tomó el libro de novedades y, luego de 13 años como soldado, se desahogó: “No dejaré pisotearme por personas que no saben valorar el trabajo abnegado. Siempre he escuchado, desde que ingresé al ejército, que la institución es excelente, el problema está en las personas que lo administran. Creo que eso debe cambiar, tienen una gran tarea por delante, deben cambiar su mentalidad hacia el personal, deben respetarlos, ser cordiales con cada uno de ellos, tener un buen trato con su gente y no tratarlos como si fueran la peor escoria que existe”.

De ese mensaje han pasado casi dos años y a Cristián Mardones la depresión lo sigue atacando. Tanto, que desde que salió del Ejército un psiquiatra le da licencia religiosamente todos los meses. El Ejército, sin embargo, le pagó sólo las dos primeras. Luego, aceptó su dimisión.
Cristián Mardones entró a la milicia en 1999, en Santiago, y dos años después lo derivaron al ex Regimiento de Telecomunicaciones de la Primera División del Ejército, en Antofagasta.

Los buenos recuerdos de su época militar se han esfumado de su cabeza y sólo se le vienen imágenes de un Ejército homofóbico. Desde sus primeros días como militar, no solo escuchó lo que sus compañeros pensaban de los homosexuales, sino que también le tocó ver lo que pasa cuando descubren a uno entre sus filas. En el 2005, recuerda Mardones, un compañero de unidad fue llamado al frente con todo el regimiento de telecomunicaciones formado. El comandante, la máxima autoridad, expuso la homosexualidad del soldado: “él nos dijo que los homosexuales no podían estar en el Ejército y que si pillaban a otro más lo iban a dar de baja”, recuerda. La situación lo asustó y lo puso incómodo, a tal punto que decidió reprimirse y comportarse como un heterosexual más de su compañía.

-En ese tiempo me ascendieron y me mandaron a trabajar al área de relaciones públicas, en el Cuartel General de la Primera División del Ejército. También conocí a una mujer y tuve una hija con ella –cuenta.

Pero en el 2008 la relación fracasó. El quiebre terminó por convencerlo de que debía asumir su homosexualidad. Durante las vacaciones de ese año, Mardones por primera vez fue a una disco gay: “lo único que quería era salir de allí, pero a la semana volví y ya no me impactaba nada. Incluso bailé y conversé con otros hombres”, recuerda. “Me sentí más contento, como si me hubiese sacado un peso de encima”, agrega.

Dos años después comenzaron los primeros problemas laborales. El 7 de septiembre de 2010, se inició una vertiginosa degradación institucional en su contra. El Jefe del Estado Mayor, coronel Mauricio Palominos, no estaba conforme con su trabajo y lo mandó a una oficina con escritorios oxidados y sin computadores. Mardones se asustó con la medida y no volvió a las discos gay. Se reprimió nuevamente.

En marzo de 2011 lo trasladaron a la Compañía de Telecomunicaciones de Combate. La oficina era peor que la anterior y se llovía en invierno. Aunque no tenía pruebas, estaba seguro que todo este acoso laboral tenía que ver con su homosexualidad. A fines de ese año, de casualidad, una conversación le confirmó sus sospechas. En una oficina descubrió a un capitán hablando de cómo habían descubierto que era gay: “ellos decían que me habían hecho un seguimiento interno secreto, que incluyó fotos y documentos”, relata.

Cuando Mardones armó el puzzle, lloró. Entendió toda la persecución y se hundió más en la depresión. A comienzos de 2012, aquel capitán al que había escuchado hablar sobre el seguimiento, dejó la institución. Para despedirse hizo formar a todo el batallón: “la frase final fue un misil teledirigido contra mí. Él dijo: ‘cuidado con salir del clóset’”, recuerda Mardones.

En agosto de ese año Mardones renunció. Más bien –dice- fue obligado a hacerlo. El acoso laboral y los seguimientos a su vida privada acabaron con 13 años de carrera militar. Se sentía tan vulnerado que interpuso un recurso de protección en la Corte de Apelaciones de Santiago, en contra de Juan Miguel Fuente-Alba, el excomandante en Jefe del Ejército. Allí les contó a los jueces su historia, pero ellos estimaron que no había sido víctima de discriminación.

Sin saber mucho qué hacer, Mardones le escribió el año pasado a Rodrigo Hinzpeter, cuando era ministro de Defensa. Le pidió que lo reincorporaran al Ejército y que el trato discriminatorio cambiara. Nunca recibió una respuesta. Hace pocos días, sin embargo, se enteró que Jorge Burgos, el actual ministro de Defensa, preguntó por su caso y que del Ejército respondieron que él había renunciado por voluntad propia. Mardones vuelve a repetir que eso es mentira y que de tanto portazo que ha recibido, sus abogados piensan mandar el material de su causa a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Para él, las cosas no van a cambiar porque una ley permita que los homosexuales entren en el Ejército. Adentro –dice- hay una cultura muy arraigada, por lo que el esfuerzo debería ser mayor: “A los militares hay que hacerles charlas para que aprendan a respetar a las personas que no son como ellos. Esa es la única forma de abrirles la mente. Yo no quiero reincorporarme a un Ejército igual al que me fui, pero sí lo haría si dejan de ser discriminadores”, dice Mardones.

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