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Cultura

23 de Agosto de 2014

La prensa CHUCHETA en tiempos de la UP

Durante de los años previos al Golpe de 1973, Chile se radicalizó y la prensa no quiso ser menos. Algunos medios le echaron leña al fuego en su lenguaje culto-formal, pero otros, simplemente, se dedicaron a putear al adversario. Este imperdible compilado de aquellas salidas de madre es solo uno de los capítulos de Chile […]

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Durante de los años previos al Golpe de 1973, Chile se radicalizó y la prensa no quiso ser menos. Algunos medios le echaron leña al fuego en su lenguaje culto-formal, pero otros, simplemente, se dedicaron a putear al adversario. Este imperdible compilado de aquellas salidas de madre es solo uno de los capítulos de Chile Garabato, ensayo en que Tito Matamala reconstruye la historia de las chuchadas nacionales desde todas las perspectivas imaginables.

Tanto la izquierda allendista como la oposición derechista legitimaron, en sus medios de prensa de batalla, el uso intensivo del garabato como un arma letal contra el enemigo. Práctica que venía ocurriendo desde antes del triunfo de Allende en 1970 y que reflejaba a la perfección ese estado de rabia e intolerancia de unos y otros, y que nos permite establecer una sentencia nítida: el garabato sigue el curso de la política de un país. O quizás al revés, y eso da julepe.

Como sea, el 11 de septiembre de 1973 marca un antes y un después en el uso del garabato en Chile.

El periódico derechista Tribuna, en abril de 1972, titulaba así: «Hordas miriconas incendiarán la U por sus cuatro costados», refiriéndose a las actividades del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR. Pocos días más tarde repitió el truco: «Avalancha miricona amenaza a Las Condes». Nótese el juego de palabra entre la sigla MIR y el concepto de «maricón», cuyos sonidos a la rápida nos parecen similares. Por aquel tiempo, el mote de «maricón», «marica» o «maraco» se consideraba entre lo más ofensivo del repertorio grosero. Faltaba establecer la relación final, también en Tribuna, en diciembre de ese año: «No son miricones, son maricones de frentón».

Tan solo ese ejemplo serviría para ilustrar el ambiente del período que antecedió al golpe de Estado, pero lamentablemente los ejemplos sobran.

Para la visita de Fidel Castro, en 1971, la prensa guerrillera de la derecha se esmeró en el recurso de las malas palabras y la invención de una supuesta homosexualidad del barbudo cubano, cuya extensa estadía —ya no es un misterio— vino a acelerar el proceso de quiebre institucional. Así tituló Tribuna para informar la llegada de Castro a la región magallánica: «Fidel es un hijo de P… unta Arenas. Ayer atracaron Castro y Chicho». Naturalmente, y apelando al sonoro nombre de la ciudad de Punta Arenas, en primera instancia se pretende aseverar de manera poco velada que Castro es un hijo de puta. Enseguida, se entiende un segundo sentido para el concepto «atracaron». Si el diccionario de la Real Academia Española, RAE, señala que «atracar» es «arrimar unas embarcaciones a otras, o a tierra», lo que correspondía al tenor serio de la noticia, acá se insinúa otra acepción, que en esos años era considerada solo un chilenismo y sin reconocimiento de la RAE. Ahora, especificando su uso en Chile, atracar también es: «besar y acariciar eróticamente a alguien».

Los redactores de Tribuna no eran duchos en las normas de la lengua castellana, pero fueron intuitivos, y con eso causaban el mismo efecto dañino.

Unos días más tarde, el tabloide insistió en su tesis de la homosexualidad del visitante: «Picos cordilleranos impresionaron a Fidel». En el uso de la palabra «pico» es obvia la referencia nacional al pene, y que engloba una gigantesca historiografía patria que veremos en detalle más adelante, pues merece capítulo propio.

En el mismo tenor, el siguiente titular enlaza la información de los paros de gremios y sindicatos, que se sucedían sin pausa en 1972, con una supuesta falta de virilidad del mandatario: «A Allende se le paró todo. No puede dar crédito a lo que ven sus ojos». Analizadas con la perspectiva del tiempo, esas ofensas nada de sutiles en la prensa antes del golpe eran de naturaleza infantil, como el niño que descubre que puede decir teta, poto, pico, pichula, y que eso le da un estatus superior al otro, al amigo que todavía no se atreve a llegar tan lejos.

Un año antes de la debacle, el mismo Tribuna preparaba la mesa para el asalto definitivo a La Moneda. Aquí la disociación entre el titular y la supuesta información del texto es ya total, no los une ningún vínculo más que la propaganda política y el llamado a la sedición.

Afírmense, que es fuerte:
«No hay carne, h…
No hay pollo, h…
Qué mierda es lo que pasa, h…».

Es curioso que la hache pelada insinúe la palabra «huevón», como si fuese una grosería irreproducible, de mayor calado en comparación con la otra que sí figura completa: «mierda». En varios casos parecidos, la autocensura del redactor y los editores es indescifrable: qué criterios se aplicaban para discernir entre las palabras que se escribían enteras y las que solo llevaban la inicial. Otro titular, en el mismo mes, va todavía más lejos: «Date una vuelta en el aire Chicho re… de tu madre». Traducido y sin eufemismo, y recordando que Chicho era el apodo cariñoso de Allende, se quiso decir: «Date una vuelta en el aire Chicho reconcha de tu madre». También veremos más adelante que el acto de «mentar la madre» se considera de los más ofensivos —si no el que más— y que posee una cantidad inmensa de variantes aun cuando, en el fondo, es la misma idea: «algo con la madre» del interpelado.

Luego de una de las tantas protestas callejeras que derivaban en incidentes con carabineros, Tribuna titula: «Gobierno le tiene agarrado el palo a Carabineros». Debemos entender de inmediato que «palo» se está utilizando, de nuevo, como referencia al pene, y que de esa extremidad el gobierno de Allende sostiene y retiene a la policía uniformada para que no reprima a los grupos de extrema izquierda que asolaban la ciudad de Santiago. Palo, por la luma reglamentaria de Carabineros, pero, traducido el insulto, es el pene como arma de represión política.

¿Y la prensa de izquierda era acaso inocente en aquel trance en que se cultivaron las odiosidades? Para nada. Es más, sus periódicos de batalla se valieron de las mismas armas escatológicas para azuzar al enemigo y provocar la caída al abismo de la nación entera. Al día siguiente al triunfo de Salvador Allende en las urnas, el 5 de septiembre de 1970, el diario Puro Chile publica a toda portada un parlamento que provenía de su personaje de caricatura, el Enano Maldito, y que sería el anticipo de una guerra declarada: «Les volamos la ra jajaja jejeje jijiji jojojo jujuju». Qué elegancia.

La prensa de izquierda no solo es tan grosera como su par de derecha, sino también extremadamente racista, machista y homofóbica, muy lejos de la idea de la unidad del pueblo, del progresismo, de la democracia popular y todas esas macanas. Y tampoco son sutiles en la agresión verbal. En octubre de 1972 el periódico Clarín titulaba: «Hijos de perra siguen robándonos el cobre». Es interesante notar que el concepto «hijo de perra» no es más que un edulcorado «hijo de puta», supuestamente más fácil de digerir pero con igual peso significativo. Como en muchos países de lengua hispana, en Chile «perra» es uno de los sinónimos de la palabra puta, que es más vieja que la injusticia.

Otro de Clarín, de septiembre de 1971: «El tití Banzer dice que quiere diálogo con Chile». Se refiere al presidente de facto de Bolivia, general Hugo Banzer, que había alcanzado el poder mediante un golpe de Estado ese mismo año. Es notorio el despectivo de «tití» (en cursiva en el original), para asemejar a Banzer con un mono de la familia de los platirrinos, tanto por su aspecto como por el mote de mono o gorila con que se acusaba a todos los dictadores latinoamericanos en la época. Faltaba el nuestro y, las vueltas de la historia, en 1976 Pinochet se reuniría con Banzer, como dos buenos amigos del mismo grupo familiar.

Un titular de crónica roja sirve para ilustrar el proceso de descomposición de la prensa y de cómo la grosería y las expresiones intolerantes eran el arma de guerra que nos empujaba al precipicio. Señala el diario Clarín en diciembre de 1971: «Colipatos asesinaron a machote: por traidor hicieron picadillo con órganos vitales». Nos fijamos de inmediato en la palabra «colipato», sinónimo de homosexual, tan antigua que hoy sería irreconocible, como tantas otras que requieren con urgencia una antropología etimológica y que son más inofensivas: paletó, colérico, bacinica, chomba, palmatoria, botica, polaina, etcétera.

Y otro, que fue una consigna de la lucha callejera llevada en directo y sin correcciones a un titular de prensa, sin importar su relación con la información de más abajo: «¡Oye momia pituca, cocíname esta diuca!». Aparte del fraseo que evidencia su origen en un cántico de protesta, nos quedamos con la palabra «diuca», que es una más de las centenares de formas de referirse al pene: una manera cariñosa, como si el miembro viril fuese un pajarito al que cuidar, y que no ha perdido vigencia: diuca, diuquín, diucolín. Además, reafirma la devoción chilena por trasladar al habla cotidiana las partes pudendas.

Un nuevo ejemplo, que pertenece al diario Puro Chile de abril de 1972, ataca a los militantes del Partido Demócrata Cristiano y apela a un giro lingüístico que también pertenece a la identidad nacional: «Los freístas son más frescos que peo de foca». En Chile siempre es «peo», y nunca «pedo», como indicaba originalmente el diccionario de la RAE, y que derivaba del latín «peditum». Hoy, la academia acepta las dos grafías.

Pero faltaban los viejos de mierda. Al indagar en la web la fecha exacta y la razón del titular de Puro Chile que acusa de «Viejos de mierda» a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, encontré la página de Róbinson Rojas (ex militante del MIR que ahora vive en Europa) en la que, sin precisar la fecha de publicación, indica: “En el diario Puro Chile, en 1973, al informar sobre la vergonzosa actitud de los jueces de la Corte Suprema protegiendo a los generales y civiles que preparaban el golpe de Estado, pusimos en primera página un titular que decía: VIEJOS DE MIERDA (SIC)”.

Así, como si no pudiésemos escapar de un destino firmado desde antes, nos fuimos escorando hacia el barranco negro de la dictadura militar, con la gentil ayuda de los medios de prensa de la época que, con un lenguaje procaz y cargado de odio, fueron parte del quiebre institucional sin medir las consecuencias. El 12 de septiembre de 1973, las malas palabras fueron silenciadas y empujadas de nuevo a sus cubiles prostibularios y orilleros. Se las mantuvo en secreto mientras se maquillaba al país hasta en los cementerios clandestinos. El nuevo ciudadano debería elegir entre floridas loas a las autoridades o el silencio total. El garabato, la chuchá (que nunca es chuchada) debió recogerse hasta el fondo de la cueva y esperar nuevo aviso.

LIBRO MATAMALA

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