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Cultura

8 de Septiembre de 2014

Hay poetas que viven 100 años, esos son los imprescindibles

Había un poeta en Las Cruces, Que relampagueaba con sus propias luces. Mas tuvo una hermana, Que fue la campana, Deste flagrante poeta en Las Cruces. (Un limerick para Nick) Debe haber sido por el 68 o 69 que en Huepil, Chillán hacia la cordillera, alguien mencionó que había un joven que decía ser poeta, […]

Mauricio Redolés
Mauricio Redolés
Por
nicanor parra_PatoFernandez1

Había un poeta en Las Cruces,
Que relampagueaba con sus propias luces.
Mas tuvo una hermana,
Que fue la campana,
Deste flagrante poeta en Las Cruces.
(Un limerick para Nick)

Debe haber sido por el 68 o 69 que en Huepil, Chillán hacia la cordillera, alguien mencionó que había un joven que decía ser poeta, y que escribía unos poemas muy locos. Un día lo conocí. Yo tendría 15 o 16 años y él unos pocos más. Con el tiempo, creí descubrir que el joven poeta de Huepil nos engrupía leyendo unos poemas de Parra como si fueran de él, o escribía muy parecido a Parra. Parra estaba en el aire y todo lo contaminaba de poesía antipoética.

Luego andaba la Obra gruesa dando vueltas por los bancos del Liceo Amunátegui, y yo corrí a comprarlo y a alucinarme con el “Soliloquio del Individuo”.

Cuando el año 1975 salí expulsado de Chile por la dictablanda de Pin8, en mi maleta uno de los pocos libros que llevaba era “mi” Obra gruesa, junto a una Mafalda de Quino y un libro de teoría literaria checoslovaco. Después en Londres, en la calle Croxley Road del barrio Kilburn, le puse música a tres poemas de Obra Gruesa, a saber: “Sinfonía de Cuna”,” Canción” y “Catalina Parra”.

El año 89 había ido a cantar a la Estación Mapocho a un evento que fue una gran estafa para muchos músicos llamado Enart. En un momento, veo por primera vez –a mis 36 años– a Nicanor Parra en vivo y en directo, a unos diez metros de donde yo estaba parado. Parra se retiraba rápidamente entre el gentío que salía/entraba de/a la Estación Mapocho devenida en centro de eventos. Corrí y le dije: “Un honor saludarlo, mi nombre es Mauricio Redolés”. “¡Ah!, pero si tú le pusiste música a ‘Nada’ de Pezoa Véliz”, me respondió. “Anda a mi casa para pasarte Hojas de Parra a ver si le pones música a alguno de mis poemas”.

Musicalicé “El Poeta y la Muerte”, y el año 92, en un programa de tele-evasión llamado “El Desjueves”, me pidieron que lo recitara. Pregunté si se referían al poema en que un poeta se culiaba a la muerte. Quedó la escandalera. Parra me llamó. Quería saber qué había ocurrido realmente porque él no había visto el programa de marras. Le conté. Aún recuerdo su risa.
Para hablar del entuerto televisivo, Parra me invitó a su cátedra en la Escuela de Ingenería de la Chile. Me recibió con un poema llamado “Buenas y Malas Maneras” dedicado a este humilde servidor. Me sentí muy orgulloso de ese regalo. Álvaro Hoppe nos tomó fotos.

Un día me llamó un viejo periodista para una entrevista, nunca me quedó muy claro para qué medio trabajaba. Me entrevistó sobre el escándalo de la tele con “el garabato del siglo”, como llamaban mi aparición tele evasiva, y me preguntó si tenía alguna foto con Parra. Le di el número de Hoppe.

Un día llego a hacer un taller en el Departamento de Cultura de la Municipalidad de Santiago que funcionaba en una casona en medio de la Quinta Normal, y noto que los guardias de seguridad me miraban y se reían a carcajadas, los jóvenes y las muchachas del Taller Literario me miraban y se reían, los árboles me miraban y se reían. El poeta Eduardo Leiva se acercó y develó el misterio: me alargó la revista El Quirquincho, una suerte de desenfadado Playboy chilensis que de a poco había devenido en una suerte de revista porno. Ahí había metido la entrevista el viejito. Y ahí estaban las fotos de Parra y Redolés, rodeados de alumnos de Parra y rodeados también de fotos de parejas culiando. Facultad de ingenería y Fuckultad de Ingeniería, mayor antipoesía… imposible pos oye!

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