Opinión
10 de Julio de 2015Columna: Tan IntensaMente
Todas las advertencias fueron inútiles. Por más que me avisaron una y otra vez que iba a llorar viendo IntensaMente, la nueva película de los estudios Pixar, nunca esperé el torrente sin fin de lágrimas que me asaltarían desde los primeros minutos de esta asombrosa película, tan llena de verdades que uno quisiera que no […]
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Todas las advertencias fueron inútiles. Por más que me avisaron una y otra vez que iba a llorar viendo IntensaMente, la nueva película de los estudios Pixar, nunca esperé el torrente sin fin de lágrimas que me asaltarían desde los primeros minutos de esta asombrosa película, tan llena de verdades que uno quisiera que no siguiera a ese ritmo alucinante, pasando del laberinto de la memoria al tren del pensamiento.
Lo que pasa en la película no necesita ojos para mirarlo ni oídos para oirlo porque pasa en la mente del que no puede más que ver su vida en la de esa niña que aprende de pronto que los padres se equivocan, o más bien, que no saben, que eso y sólo eso, es lo que pomposamente suele llamarse ‘el fin de la inocencia’.
Pixar ya había logrado el perfecto dibujo animado para adultos en Ratatouille, ahora inventó el dibujo animado para padres. Porque solo los que hemos cometido la imprudencia de engendrar podemos sentir toda la culpa, la extrañeza y la complicidad que la película quiere trasmitir. Los niños disfrutan y sufren con los giros del guión y la pirotecnia visual, los padres no podemos dejar ni un minuto de anotar lecciones sobre lo que hicimos bien o mal, lo que nos toca aún hacer y deshacer sin que podamos más que contemplar cómo las islas se derrumban, cómo el paisaje precioso, que con tanta dificultad hemos querido pintar en la memoria de nuestros hijos, está llamado a destruirse para dar paso a uno en que no somos más el centro de nada.
IntensaMente le habla a esos padres de hoy que han vivido la desgracia de ser demasiado conscientes de la tarea que acometen. Padres que al perder certezas y militancia, que al perder una calle en ser otro, nos hemos visto reducidos a nuestro jardín, obligados a hacer bien eso que -como cualquier revolución, que como cualquier utopía- está llamado a fracasar: Salvar vidas. IntensaMente nos dice, en tono de parábola, que en el fondo, hagamos lo que hagamos, la misma tristeza, la misma alegría, los mismos accidentes, las mismas decepciones y excepciones ocurren invariablemente, hagamoslo como lo hagámos, invirtamos el tiempo que queramos en nuestros hijos.
Pero IntensaMente, hace algo aún más audaz, separa de manera sutil e inteligente el fin de la inocencia y la llegada del sexo. Descubre para el cine esa edad sutil en que no se es ya niño, pero no se es otra cosa. Una edad en que creo que he vivido toda la vida. Porque no recuerdo la inocencia de creer, y no recuerdo haber roto del todo con mis dioses. He vivido -y vivo- entre medio, como esa niña que no quiere defraudar a sus padres, pero que no puede vivir con la decepción que estos le dejaron.
Vivo en esa edad, entre la niñez, en que todo es nuevo, y la pubertad, en que todo es vértigo. Y me arriesgaría a ir más allá, los chilenos vivimos en esa edad. Porque no hay mejor resumen de lo que estamos viviendo los chilenos ahora mismo, que esa escena donde Miedo, Desagrado e Ira se quedan sin la guía de Alegría y Tristeza tratando de controlar la mente de la niña. Sin Alegría y sin Tristeza, Ira, Desagrado y Miedo inventan sueños y pesadillas, toman decisiones apuradas, intepretan de manera fiebrosa cualquier sensación o sentimiento. Intentan el entusiasmo y el horror, sobreactúan hasta perder el control del panel que va borroneándose en la pantalla.
Estamos precisamente en ese minuto de la película. La alegría y la tristeza se perdieron en los laberintos de la memoria, mientras se van destruyendo una a una las islas de las certezas en que fuimos educados. Las canciones de Los Prisioneros se transforman en las de Sinergia. Los Antipoemas de Parra se convierten en las prédicas del pastor Soto o del pastor Mosciatti. La educación gratuita y de calidad en rejas y más rejas sembradas de sillas que parecen las espinas de un cactus. En el cuartel central de nuestra mente ya no sabemos controlar los sentimientos y las sensaciones siguen acudiendo en tropel desordenado hacia nosotros.
Celebrar o llorar no es imposible. No tenemos nostalgia, por lo que tampoco tenemos proyectos. Los recuerdos de lo que fuimos, las ganas de lo que seremos han quedado nubladas, separados por un grueso vidrio. Reaccionamos antes las noticias. Nos agolpamos en alguna primaria necesidad, sobrevivimos el día, y soñamos delirios de noche, pensamos sin saber muy bien cómo se hace. Nos rebelamos, pero no sabemos tampoco hacer eso, asi que arrancamos hacia un adelante que no existe, una brumosa idea de salvación o de huelga general, en que esperamos que alguien que viene de lejos nos salve. No sabemos qué sentimos, no sabemos qué debemos sentir, solo sabemos que, como reza este extraño dibujo animado para mayores de cien años, no nos queda otra que vivir y morir IntensaMente.