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Nacional

6 de Octubre de 2015

Así es la rutina de Karadima en el convento donde se encuentra recluido por abusos sexuales

El ex párroco de El Bosque pasa sus días dedicado a la lectura y la oración, relata una reportaje exclusivo de Agencia Uno. Ya en febrero de 2011, el cura fue trasladado al hogar de ancianos y desde entonces las paredes beige del segundo módulo que conforma el recinto son las verdaderas testigos de la nueva vida en las sombras en que se encuentra sumido el sacerdote, acusado por James Hamilton, José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz.

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karadima

 

El cuarto piso del Convento de las Siervas de Jesús de la Caridad se ha convertido en el refugio del ex párroco de El Bosque, Fernando Karadima (85), desde que a principios de 2011 la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano lo declarara culpable de abusos sexuales y lo condenara a “una vida de oración y penitencia”.

Una investigación de Agencia Uno relata que ya en febrero del mencionado año el cura fue trasladado al hogar de ancianos y desde entonces las paredes beige del segundo módulo que conforma el recinto son las verdaderas testigos de la nueva vida en las sombras en que se encuentra sumido el sacerdote, acusado por James Hamilton, José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz.

Karadima es el único hombre que habita el asilo que acoge a 37 ancianas provenientes de familias con alto poder adquisitivo. Su estadía no pasa inadvertida para ninguna de las cerca de 30 personas que trabajan en el lugar.

El ex párroco cuenta con la atención de las religiosas del convento y de un médico que vigila su estado de salud.

Una reja de color oscuro custodia la entrada del lugar. Tras su paso, una puerta con vidrios ámbar permanece cerrada con llave la mayor parte de la jornada. A la izquierda, una placa metálica reza: Horario de visitas de 15.30 a 18.00, no insista. En tanto, una monja con un marcado acento español custodia expectante el ingreso.

Los días de Karadima transcurren entre su dormitorio y una sala de lectura contigua de aproximadamente 12 metros cuadrados. En un escritorio descansan varios libros, una figura de Jesucristo crucificado, la imagen de la virgen y una lámpara eléctrica con forma de vela.

Karadima se viste solo. Su atuendo se compone de una camisa, pantalones negros, chaqueta oscura y alzacuellos. Cada día, entre las 13.15 y 13.20, y de forma casi obsesiva, abre la ventana de la habitación en la que transcurre la mayor parte del tiempo.

A pesar de su reclusión, el eclesiástico mantiene contacto con las hermanas del convento.

El día a día

Lunes, 10.40 horas, una religiosa asciende por la escalera derecha del edificio directa al cuarto piso. Tras un breve diálogo con el ex párroco abandona la pieza. Acto seguido Karadima toma su celular y sostiene una conversación.

Las horas transcurren lentas y para mitigar el paso del reloj el sacerdote echa mano de un rosario, tras deslustrarlo por cerca de una hora, lo guarda con especial cuidado. 15.10 horas. Una nueva visita cruza el umbral de la habitación. Esta vez se trata de su médico. El profesional despliega unas radiografías y el cura se aproxima nuevamente a la ventana para advertirlas con precisión. 15.20, el facultativo se despide, abandona la estancia y desciende las escaleras. Minutos después Karadima procede a desabrocharse el ajustado alzacuellos y se recuesta en la cama.

Alejado del quienes por años conformaron su círculo más íntimo, Fernando Karadima tiene prohibido realizar misas así como impartir cualquier sacramento. Sin embargo, personal del convento asegura haberle visto oficiar eucaristías al interior de la capilla, en soledad. Una trabajadora afirma que sus salidas son comúnmente conocidas, sin embargo dice no haberlas presenciado en persona. Otras aseguran que Karadima recibe una atención privilegiada. “Él tiene un trato especial así que es mentira todo lo que se dice; le hacen comida aparte, no come lo mismo que el resto”.

 

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