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Nacional

8 de Octubre de 2015

Un niño santo

En 2009, la historia de Felipe Cruzat fue seguida por millones de chilenos. El día en que murió, luego de 88 días en prioridad nacional para un trasplante de corazón que nunca llegó, un sacerdote franciscano visitó a la familia y les dijo que el niño había venido a la tierra con una misión, y que esa misión empezaba con su muerte. Seis años después, existe un grupo de Facebook en su honor donde la gente le pide algunos favores y le agradece otros. Lo último que le piden es que interceda por Cristóbal Gelfenstein, el niño que actualmente es prioridad nacional para un trasplante de pulmones. Para más de dos mil 500 personas, en Felipe está la esperanza.

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Felipe-Cruzat

“Felipito de Asís y Fray Andresito, pidan a los ángeles encontrar los pulmones para Cristóbal, que es prioridad nacional. Tú sabes Felipito de Asís el dolor y el sacrificio. Amén”, dice en un grupo de Facebook de más de dos mil 500 miembros. La historia de las familias Cruzat Solar y Gelfenstein Perey es muy parecida: ambas perdieron un primer hijo que fue prioridad nacional para un trasplante y ambas tienen un segundo hijo que desarrolló la misma enfermedad y volvió a necesitar un donante. José, el hermano mayor de Felipe, recibió un corazón. Los Gelfenstein esperan que su historia tenga el mismo desenlace. “Nosotros somos una familia de fe”, dice el padre de Cristóbal.
“Nos sentimos muy cercanos a Felipe”.

El grupo de Facebook se creó en 2009, cuando era Felipe quien estaba en prioridad nacional para recibir un trasplante y cuando era por él por quien pedían los chilenos. Seis años después, Felipe está muerto y ahora es a él a quien le piden que interceda por otros.

Hace 12 años, antes de que empezara a presentar problemas al corazón, a Felipe le estaba dando las buenas noches su papá Gonzalo Cruzat. El niño tenía seis años y pidió, como cada vez, que le leyeran la Biblia. Quería la historia de Abraham, a quien Dios le había prometido un hijo y le pedía que lo sacrificara.

-Pero Feli -le dijo su padre-, eso es muy fuerte para un niño.
-No, papá. Yo quiero que me leas eso.

Mientras lo hacía, Gonzalo veía en su hijo una expresión de tristeza y serenidad.
-Léemelo de nuevo -pidió.
El padre volvió a leer. Felipe se quedó callado un momento y le dijo con voz solemne:
-Yo sé que tú me llevarías a la muerte si Dios te lo pidiera.

“Yo lo tomé como que era un presagio de su muerte”, dice Gonzalo. Algo que se repitió dos veces más.
La segunda, el diagnóstico ya era claro: se trataba de una miocardiopatía dilatada, insuficiencia cardíaca provocada por una enfermedad mitocondrial. La única solución era el trasplante. Una noche, cuando Gonzalo estaba en su pieza, sintió a su hijo correr por el pasillo.

-Dios me va a dar un cuerpo nuevo que no se enferma -le dijo casi gritando, al entrar a la pieza.

El padre se sorprendió.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Porque lo siento -respondió Felipe.

La última vez fue cuando el niño tenía 11 años y estaba en la UCI. Un día de enero tuvo una descompensación y los médicos decidieron sedarlo. Su madre, Ignacia Solar, entró llorando a despedirse, pensando que su hijo podía morir.
-Ten fuerza, mamá. Se va a hacer la voluntad de Dios y no la nuestra -le dijo.

Cuando salió de la pieza, Ignacia lloraba con más fuerza. Siempre fueron una familia católica, pero el compromiso con la Iglesia llegaba a la misa de los domingos. Felipe, en cambio, siempre tuvo una cercanía mayor con la espiritualidad que sus padres no entendían: le pedía a sus amigos que rezaran antes de jugar, tenía sabiduría respecto de las escrituras y citaba la Biblia a menudo.

FRAY ANDRESITO
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Felipe estuvo internado por 88 días a la espera de un donante que no llegó. Los noticieros hablaban de él y de la búsqueda por un corazón, y Gonzalo empezó a acostumbrarse a que extraños se le acercaran para darle muestras de apoyo.

Un día, en el hospital, una mujer le habló de alguien que no conocía: Fray Andresito, un franciscano que vivió hace 150 años y que la orden quiere canonizar. Ellos atesoran en un frasco un poco de su sangre, que todavía se mantiene incorrupta, y dicen que es milagrosa. La mujer le dijo que se encomendara a él. La familia Cruzat no tenía ninguna relación con los franciscanos.

Una noche de febrero, Gonzalo le dijo a su esposa lo que le venía dando vueltas hace días: que había que pedir que a Felipe lo visitara la sangre de Fray Andresito. La trajo un hermano de la orden y, en agradecimiento, el matrimonio decidió ir a la recoleta franciscana a una misa. Allí conocieron al sacerdote Francisco Salgado, quien desde entonces se volvió un amigo para la familia.

En marzo, cuando el niño estaba muy débil, empezó a decirle a sus padres que en la noche, cuando ellos se iban, lo venía a acompañar “un padrecito”. Ellos se preocuparon de que Felipe estuviera delirando y le revisaron la oxigenación, pero todo estaba normal. Entonces empezaron a mostrarle fotos de diferentes figuras para que las reconociera y siempre apuntaba a Fray Andresito. Seguían insistiendo y, como estaba cansado, Felipe se molestó. Tomó la imagen del fray con una mano y le dio un beso. Después se quedó dormido.

Hacían cadenas de oración todos los días, pero el donante no aparecía y a Felipe se le acababa el tiempo. Los médicos sugirieron una solución temporal: traer un corazón artificial que ayudara al niño en la espera. Una semana después de la intervención, Felipe seguía grave, pero todos sus niveles se estaban normalizando. Sus músculos habían retomado la fuerza y ese viernes 3 de abril los médicos resolvieron desconectarlo del respirador artificial para que despertara.

Entonces vino a visitar a los padres el sacerdote Francisco, afectado. Les habló de una misión que se le había encomendado directamente a Felipe. Gonzalo nunca le ha preguntado cuál es.

-Es probable que para esa misión, Felipe tenga que pasar por la muerte -les dijo.

A las tres horas de su visita, antes de que alcanzaran a desconectarlo, el niño tuvo un derrame inesperado y dejó de respirar. Gonzalo, todavía sin poder creerlo, hizo una promesa frente a su hijo muerto. “Le dije a Dios que si yo entendía el por qué de su muerte, iba a escribir un libro”, recuerda.
El libro “Felipe de Asís” se lanzó en 2010.

LA CRUZ QUE SALIÓ DE LA TIERRA
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Cuando el padre Francisco estaba concelebrando la misa fúnebre de Felipe en el colegio de los Sagrados Corazones, se puso intranquilo y se culpó por su torpeza. Los franciscanos, que se habían sentido tan cercanos al niño, no le habían traído nada a nombre de la orden. Por eso cuando iba llegando al cementerio y vio en el piso una rama con forma de doble T, se le ocurrió partirla por la mitad y fabricar artesanalmente el símbolo de los franciscanos, la cruz tau, y dársela a Felipe. Él se quedó con la otra mitad de la rama a modo de recuerdo.

Una vez en el cementerio, el sacerdote le entregó la cruz a Gonzalo. Él la puso sobre la urna, donde había una foto del niño, y sobre ella los compañeros de Felipe pusieron sus corbatas. El ataúd bajó y de ese momento hay fotos y videos. Encima pusieron una reja y dejaron las flores. El funeral había empezado temprano, pero terminó cuando ya había oscurecido. Por eso llegó personal del cementerio de inmediato para cerrar la tumba. Los Cruzat estaban cansados y se fueron.

Cuando volvieron al día siguiente, la tumba ya tenía pasto y las flores estaban ordenadas.

-Mira -dijo una amiga de la familia que iba un par de metros antes-, el palito de Felipe.

Junto a la tumba estaba la cruz que le había regalado el sacerdote. Gonzalo estaba sorprendido. Habló con el gerente del cementerio y buscó a los trabajadores que cerraron la tumba y les preguntó qué había sucedido. Una vez que la familia se fue, ellos retiraron las huinchas que bajan el ataúd, pusieron la losa, treinta centímetros de tierra y dejaron cercado el lugar. Le explicaron que nadie había bajado, porque el sistema se maneja desde arriba. Gonzalo preguntó si podía haberse enganchado algo en las huinchas, pero le dijeron que no porque salían en tensión. “Tampoco era una cruz que alguien pudiera haber reconocido, era hecha con una rama. No era que alguien dijera: ‘Mira, una cruz'”, recuerda hoy. “Yo busqué una explicación humana y no la encontré”.

Entonces llamó al padre Francisco y le contó. El sacerdote no quiso desconfiar, pero sintió un poco de escepticismo hasta que, un año después, Gonzalo le mandó la cruz para que la examinara. La reconoció apenas la vio. Tenía en una mano la parte del tallo que se había quedado él y en la otra la cruz de Felipe. Las hizo coincidir y calzaron perfectamente.

Es la misma cruz que ahora está tallada en el mármol de la lápida del niño, donde además dice “Hermano franciscano Felipe Ignacio Cruzat Solar”. El sacerdote estaba seguro de que Felipe era un niño especial y reconocía en él un espíritu similar al de San Francisco. Cada vez que lo visitaba, Felipe miraba el hábito café y tocaba las cuerdas con sus manos. “Pero era más que tocar”, dice hoy, cuando recuerda. Luego se le quiebra la voz. “Era más que mirar”. Cuando tiene algún problema que le cuesta resolver, le pide a Felipe que lo ayude. Siente su presencia y lo tiene como un compañero.

No volvió a oír hablar de la cruz hasta hace un par de años, en la iglesia de la Recoleta.

-Padre, su tau anda haciendo milagros -le dijo una pareja que él nunca había visto.

Le contaron que eran amigos de la familia Cruzat. Le habían pedido a Gonzalo que fuera a orar con ellos, porque en su casa pasaban cosas extrañas. Mientras rezaban con la tau, unas puertas de vidrio que abrían hacia afuera se abrieron de golpe hacia adentro.

-Desde ese minuto, la paz entró a nuestra casa -le dijeron.

El sacerdote fue prudente y solamente les dijo que agradecieran. Hoy tampoco lo llama milagro, pero tiene la certeza de que provino de Dios. Cuenta que con Felipe le pasó lo mismo que cuando conoció a Teresa de Calcuta o a Juan Pablo II. “Cambia la persona, cambia la circunstancia, pero yo veo la misma mano de Dios”, dice.

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En su pieza guarda un retrato del niño junto a la otra cruz que fabricó para su funeral. Ese día, el sacerdote del colegio que oficiaba la misa lo bautizó como Felipe de Asís. Para Francisco, el niño reúne todos las características para ser canonizado. Hoy además afirma: “Si me la tengo que jugar por llevar esa causa, estoy dispuesto a hacerlo”.

“Felipito de Asís, te pido por Pedrito Quinteros. Nuevamente es prioridad nacional y necesita un corazón. También se lo pido a Fray Andresito, que está junto a ti y a Cristo nuestro Señor. Amén”, escribieron en el grupo de Facebook en mayo. Entonces Pedro tenía 13 años y estaba esperando un trasplante de corazón. Luego de 90 días, finalmente llegó; pero los miembros del grupo no solo piden por casos insignes de donación de órganos, sino por sus padres, hijos y los hijos de sus conocidos.

Gonzalo recibe muchos testimonios de personas a las que les pasó algo inexplicable relacionado con su hijo, generalmente sobre niños enfermos. El padre Francisco tiene su propia explicación: “Quizás me aventure, pero lo digo tranquilamente: yo a este niño lo consideré y todavía lo considero un niño santo, no tengo ninguna duda”. Gonzalo, en cambio, es más prudente. No le gusta mostrar los testimonios y no los comparte ni con su señora: “Las personas no siempre entienden y pueden pensar que quienes lo vivieron están locos”.

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