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Opinión

25 de Octubre de 2015

Columna: “Críticas gastrointestinales gourmet”

Cansado y con hambre. Decido ir a comer algo al mítico Baquedano, en plena plaza Italia. La atención es perfecta, le pondría cinco estrellas. Pero lamentablemente mi labor no es poner estrellas. De inmediato pido un schop, o burro como es conocido en el lugar. Observo la carta para ver qué voy a pedir. La […]

Diego Subercaseaux
Diego Subercaseaux
Por

CRÍTICAS-GASTROINTESTINALES-GOURMET

Cansado y con hambre. Decido ir a comer algo al mítico Baquedano, en plena plaza Italia.

La atención es perfecta, le pondría cinco estrellas. Pero lamentablemente mi labor no es poner estrellas. De inmediato pido un schop, o burro como es conocido en el lugar. Observo la carta para ver qué voy a pedir.

La puerta del baño se abre y cierra constantemente. Es un lugar que llama la atención, donde entran y salen distintos especímenes de la fauna santiaguina: primero un tipo abrochándose el cinturón, luego una mujer borracha. De pronto un mozo en plena actividad, cruza también la puerta. En la mesa del lado una pareja de borrachos habla de cómo ser un buen padre. Un gordo que apenas cabe por la puerta del baño también entra, pero nunca lo veo salir.
Con tanta gente circulando hacia y desde el baño, mi curiosidad aumentaba. ¿Cuánta gente puede caber en el baño de un lugar como el Baquedano?

Finalmente pido una hamburguesa económica, viene con huevo. Acompañada de una ensalada chacarera. La comida es decente, el schop… El schop siempre es bueno, donde sea.

Los efectos de la comida se empiezan a notar, mi estómago comienza a sentir algunos movimientos importantes, me acomodo en el asiento, aún no estoy seguro si debo entrar en ese baño o no.

Mientras termino mi schop, entra en el lugar un borracho, con voz rasposa, pocos dientes y la ropa haraposa. Habla desde lejos con los garzones del lugar, todos lo conocen. Es el “rucio”, un personaje que vive en el sector de plaza Italia y que, al parecer, utiliza las dependencias del Baquedano como living, comedor y, por supuesto, baño.

Finalmente tomo la decisión de entrar por ese umbral de higiene y seguridad. Abro la puerta y me encuentro con una escalera metálica que me obliga a bajar a las catacumbas de esta mítica fuente de soda. Abajo la luz es tenue, el olor a mierda se hace cada vez más potente. Me encuentro frente a dos puertas, una de ellas cerrada. Recuerdo que el gordo no había salido aún, por lo que asumí que es él quien se encuentra cagando en el baño ocupado. Está lleno de confort por todos lados, el olor a caca ya se hace familiar, hasta soportable.

Logro mi cometido y por fin estoy solo, frente a frente con la taza del baño. Se ve limpia, hay papel higiénico suficiente. El espacio, si bien es reducido, alcanza para sentarse con cierta comodidad.

Por dentro, la puerta revela una pequeña disputa gráfica entre Los de Abajo y los de la Garra Blanca que se puede resumir con la brillante acotación de otro mortal: “extrapolando esta hueá, la xenofobia se hace latente”.

Por fin hago lo que vine a hacer y, aunque con rapidez, soy capaz de cagar sin problemas. La hamburguesa económica circula perfecto para el tracto intestinal. Aunque tal vez fue la ensalada chacarera la que limpió mi canal anal. El confort se hace suficiente, y eso siempre se agradece.

Vuelvo a la mesa, están retando a un trabajador haitiano porque está sacando la vuelta. Me hace sentido aquella frase: “extrapolando esta hueá, la xenofobia se hace latente”.

Me voy a casa contento, satisfecho y liviano. Bien el Baquedano.

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