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Cultura

8 de Noviembre de 2015

Alfredo Barrios, asistente y amigo de Carlos Leppe: “Estaba hace mucho tiempo sabiendo qué hacer con la muerte”

Trabajó con Leppe durante 17 años y pertenecía a su círculo más cercano. Conoció al detalle su método de trabajo y su mundo privado. Aquí habla de su capacidad de “conectar lo inconectable”, cuenta por qué decidió irse de agregado cultural a Buenos Aires durante el gobierno de Piñera y dice que, en cierta forma, Leppe era un brujo de marmita: “Alguien que ve tu cuerpo, te lee y te dice cuál es tu fuerza”.

Consuelo Ferrer
Consuelo Ferrer
Por

Alfredo-Barrios

¿Cómo conociste a Carlos Leppe?
Vino a hacer una clase magistral cuando yo estaba por egresar de Arte, en 1998. Él ya era una figura pública, pero emanaba una cosa muy cercana, muy cordial. Después nos hicimos amigos, empecé a trabajar con él y a conocer el mundo privado de su taller. Entrar ahí era como estar en una post escuela, sobre todo acerca de su pasado y lo que había significado su personalidad para su generación. Y había algo que siempre me pareció gracioso. Tenía un grupo de gente profesional que vivía siempre en su casa: un costurero, un fierrero, un yesero, un contratista amigo que lo ayudaba en la construcción de la parte dura de las obras. Un círculo cercano que era “su gente” y trabajaban en su casa estuviera él ahí o no.

Para ti, ¿dónde estaba su genialidad?
Puede ser un poco Disney decírtelo así, pero había mucho de mago o brujo de marmita en Carlos. Yo creo que muchas personas, que hayan estado un año más o menos conociéndolo, no pueden negar la paternidad y la fuerza que él podía proyectar. Podía estar contigo en una mesa, abriendo un huevo duro y hablando de muchas cosas, y te ibas dando cuenta de cómo el tipo estaba conectado con mil cosas a la vez. Siempre hablaba de “conectar lo inconectable”, era una de sus frases. Y cuando piensas en los materiales del arte, se te vienen a la mente pinceles, bastidores, un taller. Pero él podía pasar de trabajar en una losa de piedra llena de químicos donde flotaban huesos que botaban grasa, a trabajar con los distintos estados de la materia. Esa capacidad en el arte es lo que su generación pudo verle.

¿Él intuía o creía que estaba llegando al final?
Sabía que existía la posibilidad de la decrepitud y él no quería pasar por eso. Y ya en los últimos años, creo que a él le sobraba el tiempo. Siempre decimos que la vida es muy corta, pero las cosas que yo le escuchaba me hacen pensar que a veces es muy larga. Él vivió intensamente, hizo todo lo que se propuso y a su manera. Venía de una vida salvaje, de extremar las cosas. Podría haber sido un jefe de manada que solamente se rige por sus leyes. Pero con más o menos rebeldía, él estaba hace mucho tiempo sabiendo qué hacer con la muerte.

Hablaba de la “fatiga de material”, cuando el material deja de soportar.
Entendía eso perfectamente. Estaba preparado para el ocaso de las personas y lo conocía, desde lo que le tocó con su madre en 1991. Él se crió solo con ella y salieron adelante solos, además la involucró en su vida artística y personal, entonces esa pérdida constituyó un eje en su biografía.

Ya hace quince años decía que estaba cansado.
Sí, pero no es que en ese tiempo estuviera cansado de la vida, sino con ganas de dejar cosas atrás, etapas que ya habían pasado. En vez de desilusionarse, las iba dejando atrás. Ya no creía en las militancias políticas, ni filosóficas. Se fue haciendo su propia filosofía de jefe de manada.

¿Eso tiene que ver con lo que se pregunta mucha gente sobre el cambio entre el Leppe de los 80, que trabajaba con el cuerpo, al de ahora último que pintaba cuadros?
Creo que mucha gente se extrañó de que él dejara cosas atrás. Le decían: “Pero cómo, si hiciste todo eso, hazte cargo, sigue haciendo lo mismo que hiciste veinte años atrás”. Pero él tenía un instinto de saber no equivocarse. Hizo lo que hizo en el momento justo, incidió nacional e internacionalmente. Pero tampoco era engolosinarse con las cosas: las hacía con mucha fuerza, pero no pasaba diez o quince años de repetirse y repetirse. Sabía que había otras formas de detonar su propio talento, y eso siguió funcionando en él durante todos estos últimos años.

Eso implicó alejarse de la política.
Yo creo que le hizo súper bien no seguir en eso. Mucha gente sigue encerrada y se desilusiona, y como ya es parte de su vida no puede volver atrás. Él, en cambio, huyó. Y más que refugiarse o esconderse, se abrió a otras instancias.

¿Por qué decide aceptar la agregaduría cultural en Buenos Aires, durante el gobierno de Piñera?
Tiene que ver con el tema de los cambios. Obviamente el cuerpo no es el mismo, tus ilusiones tampoco y con el paso del tiempo las cosas dejan de estar en la cresta de la ola. Venían tiempos en los que él tenía que sentir que descansaba. Yo creo que él se sometió a la libertad de decir: “Vengo haciendo esto y no quiero hacerlo más. Quiero hacer otra cosa y no sé cómo pueda hacerla, pero va a ser un cambio”. Y se lanzó a eso.

¿Siempre tomaba ese tipo de decisiones?
Cuando lo conocí yo decía: “Este es un hombre de campañas”, de campañas de guerra. Era capaz de decir: “Ya, me voy a ir tres años a Perú”, y se iba. Hacía su victoria y volvía. A mí en lo personal me tiene orgulloso que no haya salido victorioso de esa campaña en la política, porque fue auténtico con lo que él era. No quería dedicarse a eso. Estaba probándose en algo que a lo mejor pensó que era más fácil de controlar, pero nunca fue político ni tenía proyectos políticos.

Pero se considera que su arte fue muy político.
Tenía una coherencia: no es un chiste por hacer un chiste. Pasó por un tiempo de ser de izquierda, pero una vida tan vital también va implicando etapas. A su edad, no podía ser un joven que llevara merca política dentro de su auto con sus compañeros de avanzada. Ninguna edad permite ser el mismo héroe durante años. Yo creo que su compromiso permanente fue con sus convicciones emotivas, profesionales y de vida. Él tenía clarísimo cómo era la vida, lo que era la gente y lo que eran sus amores. Siempre tuvo clanes cerca suyo, eso del clan familiar siempre le importó: la compañía, la fidelidad. Involucró a mucha gente en términos afectivos y emocionales. Siempre creyó en sus amores de toda la vida, por decirlo así, y tenía conciencia de que eran la base para enfrentar su soledad. Entonces ya no era una persona que quisiera estar metido en cócteles o en cenas. A lo mejor cuando joven vivió eso, pero después vino un tiempo de armar su mundo privado, su jardín, su huerto.

Y en general, ¿cómo lo veían los demás?
Mucha gente decía que él fue un maestro o un guía. Tenía oreja e instinto para leer la gestualidad emocional y el destino en el otro. Él hablaba de que hay muchos tipos de inteligencias, y una de las cosas que hacía era potenciar el talento de los otros. Podías darte cuenta de cómo lo que te decía iba detonando el talento o las inteligencias que tú podías tener. En eso, mucha gente que lo conoció en términos profesionales, lo encontró un maestro total. Lo decían incluso en la televisión. Escenógrafos, gente de producción, todos. Supo darle una vuelta de tuerca al lenguaje de la imagen en la televisión.

Trabajó en muchas teleseries como director de arte, desde los años 90 hasta ahora: “Iorana”, “Machos”, “Matriarcas”, etc.. ¿Cómo relacionaba ese trabajo en la TV con su trabajo artístico?
En la tele él no era un artista: era un profesional. No solamente en áreas dramáticas, sino que en lo que hoy se conoce como ser “coach”: alguien que ve tu cuerpo, te lee y te dice cuál es tu fuerza para potenciar tu imagen. Incluso en los dramaturgos y en los actores: podía generar desde ideas sobre los personajes hasta sobre cómo tenía que ser la casa de cierto personaje en el set. Fue totalmente adorado por la gente profesional en la TV. Generaba una incisión y sacaba lo mejor.

¿Y él estaba consciente de su influjo en los otros?
Sí. Era una persona totalmente consciente de su capacidad expansiva hacia las otras personas.

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