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Opinión

10 de Diciembre de 2015

Editorial: Se corrió el velo

El 2015 se vivieron sequías en el sur, donde normalmente llueve tanto que, cuando amaina en la noche, sus habitantes despiertan; hubo inundaciones y aluviones en el desierto de Atacama, el más seco del mundo, torrentes que de un día para el otro despertaron como una estampida de animales fosilizados y bajaron por las quebradas arrasando con casas, autos y alumbrados; el Villarrica y el Calbuco hicieron erupción y desde la estratósfera Chile parecía iluminado por inmensas antorchas; en septiembre nos remeció un terremoto de 8,4 grados Richter con tsunami incluido y réplicas que continuaron moviendo la tierra durante un mes. Los cuadros en las casas se acostumbraron a vivir ladeados. Notas en la BBC, La Repubblica y The New York Times destacaron nuestra ingeniería y la expertise de los chilenos para enfrentar los sismos. Ya es un dato consignado que somos grandes terremoteros. Hay quienes gritan, pero cuando tiembla sabemos qué hacer. ¿Podremos decir lo mismo de la política?

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Durante enero de este año, el gobierno capitaneado por Rodrigo Peñailillo agarró cierto viento de cola, pero no el suficiente para despegar, porque cuesta hacer volar a una retroexcavadora. Fue el tiempo de las reformas atarantadas. La Moneda equivocó el tono de ingreso, nunca pudo ecualizarse, y aunque el caso Penta la puso del lado de los buenos, con la explosión de Caval arrancó del paraíso. Bachelet, que fue siempre la encarnación de la cercanía, pasó a ser otro miembro más de la banda de los políticos. Y como todos saben, “los políticos son unos sinvergüenzas”.
Eso lo repite hasta el último vivaracho de la patria. Yo creo que muchos lo dicen para sentirse mejores en lugar de serlo, pero este año supimos historias que no ayudaron a desmentirlo. Supimos que el yerno de Pinochet, dueño de Soquimich, financiaba a buena parte de la izquierda. No es fácil bancarse el dato sin imaginar de qué manera esto habrá moldeado actos y pensamientos “progresistas”: quien paga la fiesta, pone la música; puede dejar pasar una que otra canción, pero cuando le importa, la elige él. Así sucedió, explícitamente, con las grandes pesqueras y el senador Orpis. Supimos que el gobierno de Piñera aceptó escribir la ley que repartía la explotación del mar en las oficinas de Corpesca y que el subsecretario de minería Pablo Wagner recibía un sueldo de Penta, mientras su jefe, el Choclo Délano, gestionaba la apertura de una mega mina en la Cuarta Región. El gerente de esa empresa que financiaba a la UDI con platas que le escondía al Estado –Hugo Bravo, un tipo curvo, parecido al Pingüino de Batman– tomó venganza a nombre de todos los resentidos de la Tierra, y delató las pillerías en que se igualaba a quienes lo miraban en menos. Los Carlos fueron encarcelados en la Capitán Yáber, en una pieza sin ventanas, y aun siendo dos de los hombres más ricos de Chile, se les obligó a limpiar el baño de la prisión. A propósito: días atrás leí que en Japón se implementó como parte del programa escolar, que los mismos alumnos se hicieran cargo del aseo de los servicios higiénicos de sus escuelas. ¿Y si incorporamos la idea en nuestra reforma educacional?

El 2015 se vivieron sequías en el sur, donde normalmente llueve tanto que, cuando amaina en la noche, sus habitantes despiertan; hubo inundaciones y aluviones en el desierto de Atacama, el más seco del mundo, torrentes que de un día para el otro despertaron como una estampida de animales fosilizados y bajaron por las quebradas arrasando con casas, autos y alumbrados; el Villarrica y el Calbuco hicieron erupción y desde la estratósfera Chile parecía iluminado por inmensas antorchas; en septiembre nos remeció un terremoto de 8,4 grados Richter con tsunami incluido y réplicas que continuaron moviendo la tierra durante un mes. Los cuadros en las casas se acostumbraron a vivir ladeados. Notas en la BBC, La Repubblica y The New York Times destacaron nuestra ingeniería y la expertise de los chilenos para enfrentar los sismos. Ya es un dato consignado que somos grandes terremoteros. Hay quienes gritan, pero cuando tiembla sabemos qué hacer. ¿Podremos decir lo mismo de la política?

La generación de recambio que Bachelet llevó al gobierno estuvo pésimamente mal representada. La así llamada G90 –de cuyos miembros todavía sabremos por largo tiempo, reagrupados bajo quién sabe qué nombres– se encargó de replicar las peores costumbres de los viejos a los que esperaban destronar. En lugar de aportarle a la oxidada política chilena los lubricantes que le urgen, se apatotó en beneficio propio y en vez de ideas hacia adelante privilegió enfrentamientos para atrás, de modo que su líder máximo, Peñailillo, entonces ministro del Interior, perdió la perspectiva. Armó a sus ejércitos con las armas del enemigo y entró en el juego de lo ideológicamente falso. Para salvarse, mintió, mintió y mintió. También jugó la carta de la victimización. Por esos días, yo dudé muchas veces hasta dónde valdría la pena llegar con esa historia. Era demasiado el ruido ambiente y, mal que mal, solo un hipócrita podía negar que se trataba de comportamientos muy difundidos. Fue Pablo Basadre, editor de The Clinic Online, el que insistió en que hasta el final, y tuvo toda la razón, porque si un rol tiene el periodismo es transparentar las anomalías que esconde la normalidad. La caída final de Peñailillo se produjo cuando perdió la confianza de Bachelet. De este modo terminaba el gobierno de los afectos y comenzaba una segunda etapa resignada a los cálculos.

Burgos y Valdés fueron la fórmula escogida por la presidenta para echar pie atrás sin dar un salto mortal. Le llamó “realismo sin renuncia”, un eslogan que por mucho que se critique, sintetiza bien la moral del reformismo. Jorge Burgos llegó para restablecer el diálogo y reposicionar, “en la medida de lo posible”, algo del tono concertacionista. Entonces sí la Nueva Mayoría estaba tensionada, no como ahora, que saca cuentas y pelea. Es cierto que algunos se fueron ubicando al borde: Ignacio Walker o René Cortázar son el eslabón que sigue a Andrés Velasco, que ya se desprendió. Si no tuvieran la dictadura y sus complicidades aún vivas en la memoria, probablemente habrían partido. No es fácil aliarse con la derecha chilena: digan lo que digan que han cambiado, todavía se sienten los dueños de Chile. Se está con ellos o contra ellos.

Lo que se supone que era el reemplazo de los ineptos por los capaces, tardó en mostrarse. Ahora no es que las cosas anden de maravillas, pero la tensión bajó. Son tantos los focos, que cuesta dispararle a uno. Hasta el cardenal Ezzati y el cardenal Errázuriz se volvieron despreciables. Nadie osaría pedir respeto por su investidura si se les insulta. Eleodoro Matte, que era como la virgen de los empresarios, resultó que también se andaba tirando a medio mundo. Según las últimas cifras, ha bajado la delincuencia callejera, pero nadie dice en cuánto va la financiera. Los contadores están exhaustos: tuvieron mucho trabajo reordenando trampas. Y para cerrar el período, The Clinic ha destapado el escándalo de corrupción más grande de los últimos años acontecido en el mundo militar. Recién conocemos la punta del iceberg –US$10.000.000 provenientes de los fondos reservados del cobre, gastados sobre todo en juegos de azar y zandunga– y faltan todavía varios años hacia atrás por investigar. Ya están los generales soploneándose unos a otros, y los empresarios, y los curas enviando cartas anónimas en las que acusan a otros curas. Este año, felizmente, nos quedamos sin santones.

No hay una voz en Latinoamérica que diga lo contrario: terminó la década dorada del continente y se vienen años duros. Gobiernos de derecha e izquierda lo sufrirán hagan lo que hagan. Por acá, permanece la sensación de mal gobierno. Escasean sus defensores orgullosos y abundan quienes lo desprecian con desparpajo. Por primera vez desde la vuelta a la democracia, no sabemos quién será el próximo presidente. Todo indica que la elección se dará entre ex presidentes. ME-O salió a dar la vuelta al mundo: Pepe Auth le llama Marco Polo. ¿Seguirá insistiendo, a su regreso, en el camino propio? Al menos en las universidades, los jóvenes optan por representantes que abominan de todos los partidos existentes en el sistema imperante. Hay neoguevaristas que han ganado centros de alumnos en la cota mil. Una izquierda de juguete parece divertirlos de momento, una de esas que no quiere mezclarse con la realidad, por hallarla ordinaria. Yo no puedo creer que les parezca poca cosa, mucho menos durante un año como éste, en que tipos con turbantes salieron a cortar cabezas.

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