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Opinión

10 de Enero de 2016

Columna: El comentario de Bitar al libro “De nuevo la sociedad”, de Carlos Ruiz

El' ex ministro de educación durante el período de Lagos y el vice presidente de Paz Ciudadana, Sergio Bitar, realizó un análisis crítico sobre el libro publicado en octubre del año pasado del presidente de Nodo XXI, Carlos Ruiz Encina. El texto trata sobre un repaso histórico del autor para desenmarañar cómo se construyen las actuales condiciones de la política contemporánea.

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Se trata de un libro escrito con pluma ágil y  un raciocinio que fluye con claridad y coherencia ideológica. Valoro el esfuerzo de elaborar un pensamiento que  apunta a la creación de una nueva fuerza, que trascienda, como dice el  autor, al progresismo neoliberal y a la izquierda histórica. Es un libro que  incita a la polémica.

Carlos Ruiz afirma que una nueva  fuerza social debe aglutinar a grupos diversos, afianzar su plena autonomía, dejando atrás el clivaje  dictadura y democracia.  Declara  agotado el concepto de “gobernabilidad democrática” del actual régimen político. Y llama en  las últimas páginas  a la refundación política, para  llevar a cabo una lucha que actualice los horizontes de una “utopía emancipatoria”.

Mi primera observación concierne al escaso desarrollo de la forma  como se vinculan, teórica y prácticamente, los nuevos actores sociales con los partidos,  coaliciones y organizaciones de la sociedad civil,  para llevar a cabo las transformaciones. Es importante estudiar y entender mejor cómo interactúan, se imbrican y se retroalimentan movimientos sociales y partidos políticos. A lo largo de la historia chilena ha habido momentos álgidos de esta interacción. Grandes movilizaciones sociales e inestabilidad política jalonaron los años 20 e inicio de los 30, empujaron a cambios institucionales y a la reorganización de los partidos políticos, incluso a la creación de dos nuevos en los años treinta: la Falange, después DC, y el PS. Se reordenaron los partidos de derecha que  dieron sustento al segundo gobierno de Alessandri. Igual cosa sucedió a fines de los 60 y  comienzos de los 70,  hubo  fuerzas políticas que encabezaron esa alta movilización social,  como fue la UP. En este último caso la capacidad política y las instituciones no pudieron dar cuenta de la magnitud  del proceso,  se desbordó y dio pie a las fuerzas conservadoras, civiles, militares y externas para aplastar y generar un gran retroceso. En la década de los 80, la lucha contra la dictadura, por la democracia y la libertad, dio nacimiento a otra gran movilización y organización de los partidos, organizaciones sindicales y de la sociedad civil. Esa etapa también dio origen a nuevos partidos políticos (PPD y UDI, entre otros), brotó el movimiento de mujeres, profesionales, grupos por los derechos humanos.

Hoy vivimos un nuevo  momento de desajuste mayor entre fuerzas sociales y partidos políticos: baja representatividad y legitimidad, rechazo a la desigualdad y escasa participación, cuestionamiento al sistema económico social. La pregunta es cómo las fuerzas sociales transforman el cuadro político y como los partidos políticos se democratizan, renuevan, y nacen nuevos  para expresar este curso histórico y a su vez encauzar las fuerzas sociales  El libro se refiere poco al tema de los partidos, salvo el descarte de los existentes, que el autor despacha con ligereza,  al señalar que se trataría de ” superar los horizontes maniqueos de la renovación socialista y del fracaso de la perspectiva social demócrata en Chile”.  Carlos Ruiz parece sugerir una acción directa de la fuerzas sociales, sin mediación, cuando señala “evitar las élites, los extravíos del socialismo, la burocracia, buscando una  auténtica autodeterminación popular en la historia” Falta a mi juicio esclarecer ese vínculo y explicitar la  opción política que se propone. Personalmente creo que el camino elegido por  los principales dirigentes estudiantiles  de participar en elecciones parlamentarias  es un buen ejemplo, que enriquece la política nacional y abre paso a las aspiraciones de los nuevos actores sociales.

Mi segunda observación se refiere a la exagerada asimetría con que el autor aplica análisis sociológico-político cuando revisa el pasado reciente y cuando esboza su propia propuesta de futuro. En efecto, mientras hacia el futuro señala que son las fuerzas sociales las que darán sostén a una nueva conducción política, respecto del pasado se desconoce el papel de esas fuerzas sociales y las organizaciones populares que enfrentaron a la dictadura y han sustentado a los proyectos políticos democráticos, en su  lucha política con la derecha. Parece sugerir que entonces no existían tales movimientos sociales, que se habría instalado  una fuerza  política que simplemente los domesticó y manipuló, usando sus términos, mientras hacia el futuro  los nuevos actores sociales asegurarían el camino justo, serían  más conscientes que los chilenos del pasado y los nuevos serian líderes más auténticos, íntegros y hábiles.

El diagnóstico me parece sesgado y, por tanto, erradas las lecciones que extrae  para desarrollar su propia propuesta política. Desconoce la estructura y relación de poder existente, la fuerza militar, el miedo y los comportamientos implantados a la fuerza por la dictadura, también subestima el cambio de la estructura productiva sobre el tipo de organizaciones y actores sociales. No es verosímil minimizar tan exageradamente la importancia estratégica de la Concertación. El respeto a los derechos humanos,  la libertad de expresión, la existencia de un poder judicial  independiente, la reducción sustancial de la pobreza, la realización de un conjunto amplio de reformas sociales en el campo de la salud, la justicia, la previsión, la educación, la eliminación de los senadores designados y el término de la inamovilidad de los comandantes jefe, son logros sustantivos en vista de  la posición intransigente de la derecha. Las transformaciones económicas, la inversión, el mejoramiento de las condiciones materiales de vida  han generado más  autonomía  de las personas, trabajadores, pequeños empresarios,  dando origen a una realidad que explica la emergencia de  nuevos actores sociales llamados a encabezar  los nuevos cambios.

Sus  consideraciones también se refirieren a la coalición actual de .gobierno, pues califica a la  Nueva Mayoría como “la Concertación más el Partido Comunista”. Pensar que ella es el  principal adversario  amenaza con desconocer la existencia de fuerzas de derecha poderosas, intransigentemente  opuestas a las reformas impulsadas por el gobierno de la presidenta Bachelet, y abrir las puertas para su retorno.

Un buen diagnóstico también requiere incorporar los procesos globales en que estamos insertos. Poco  se habla de este tema esencial. Las opciones para un país de 17 millones de habitantes están cada vez más interrelacionadas con acontecimientos mundiales. Los cambios tecnológicos acelerados que impactan la estructura productiva, el empleo y por lo tanto la organización de los trabajadores, de nuevos sectores profesionales, mujeres y hombres, el impresionante despliegue de las tecnologías de la comunicación y la activación de los movimientos sociales,  la competencia internacional que exige elevar productividad e innovación, las restricciones impuestas por el sistema financiero global,  las exigencias medioambientales para combatir el cambio climático, son factores que condicionan significativamente   el marco en el cual se despliegan los cambios sociales nacionales.

Los procesos en curso son más complejos y difíciles de prever. Podría acontecer una explosión social que provocara cambios de gobierno, y hasta de sistema político, pero nada garantiza que pueda ser conducida si no hay estructuras políticas preparadas. Un ejemplo claro es la primavera árabe y lo acontecido en Egipto, que me tocó observar de cerca. La eclosión de la conciencia de los egipcios, su lucha firme por conseguir un sistema que terminara con Mubarak, los acontecimientos esperanzadores en la plaza Tahrir, no pudieron ser encauzados por  organizaciones políticas que estuvieran a la altura de esa movilización social. La ineptitud de la hermandad musulmana primero y el golpe militar subsiguiente han significado un importante retroceso a las aspiraciones democráticas, aunque esperamos que sea sólo un paréntesis.

Es también frecuente que las acciones y decisiones pasadas sean sacadas del contexto en que ocurrieron y se las juzgue cómodamente, como si la situación de hoy fuera la de entonces. Tal error también deforma los diagnósticos.  Entiendo que ese recurso se utilice para confrontar proyectos políticos, como cuando Carlos Ruiz expresa que hay que combatir “la corrosión de la vocación social y económica del proyecto social demócrata transfigurado en un engendro del progresismo neoliberal”. Tal afirmación busca sustentar una propuesta alternativa, pero en tal caso debemos advertir la diferencia entre  hacer análisis y  hacer una  campaña política. Falta delinear una propuesta alternativa para contrastar de verdad el análisis sociológico con la acción política.

Mi tercera apreciación concierne a la propuesta política del libro. El autor precisa que se trataría de (página 202), “construir la crisis política del ordenamiento actual”. Propone la construcción de una alianza social que sea la “sepulturera de las construcciones políticas de la casta de la transición y genuinamente  partera de un nuevo ciclo histórico”. Hay que precaverse del error de confundir  la irrupción social de grupos diversos con una fuerza social coherente, desconocer una diversidad del empleo, con trabajo a distancia, especialización, rotación laboral. Puede darse una presencia pública de grupos abigarrados, con intereses corporativos que se presentan como expresión del interés nacional,  y eso no desemboca en una fuerza social que, más allá del malestar, comparta objetivos estratégicos, ni menos puede gestar una fuerza política.

La Nueva Mayoría representa un camino que abre posibilidades. Las reformas tributaria, educacional, laboral y electoral  podrían haberse implementado mejor, política y técnicamente, pero ellas pueden instalar una nueva relación con los movimientos sociales,  renovar partidos y estimular el fortalecimiento de organizaciones de la sociedad civil. Dudo que se  pueda prescindir de ella. Aunque no baste lo hecho ni como se ha hecho. Confrontarla contradice el predicamento del libro de aglutinar actores sociales diversos, y por tanto partidos y coaliciones que en alguna medida los representan.

Mi cuarta observación contiene una advertencia sobre los riesgos que suelen acarrear las simplificaciones o el voluntarismo. Desconocer que una amplia mayoría de los chilenos valora la convivencia, el dialogo y la persuasión, o desatender la necesidad de contar con respaldo mayoritario, puede conducir al aislamiento de los grupos políticos más radicales, tornándolos menos relevantes. No basta con analizar la existencia de actores según su relación con la base productiva y funciones burocráticas, es indispensable conocer su estado de ánimo, percepciones e intereses. Otro riesgo nace de la tentación de esperar  la irrupción incontenible de actores nuevos, desechando entretanto los cambios progresivos.    Entonces,   alejados del gobierno por mucho tiempo, sus partidarios terminan facilitando  el triunfo de las fuerzas conservadoras. Igualmente importante es el tercer riesgo: que se levante un liderazgo iluminado y elitista que se crea el portador de la verdad y el único defensor auténtico de los intereses de los nuevos actores sociales.

Chile entra en un nuevo ciclo, así se afirmó en el programa de Bachelet. Y es evidente que las fuerzas políticas progresistas están distanciadas de la sociedad civil, deslegitimadas y cuestionadas, lo que limita su capacidad de avanzar. En ello coincido con Carlos Ruiz.

El momento histórico requiere reconstituir fuerza política para dar continuidad a las transformaciones. Dicha tarea exige a los partidos retejer un lazo más estrecho con la sociedad civil, apuntar a cambios institucionales, a mejorar la representación con nuevos mecanismos institucionales de participación,  niveles altos de probidad y de trasparencia,  mecanismos más potentes pro igualdad y derechos sociales, un Estado más fuerte, reducir las diferencias de género, abrir mayores oportunidades a los pueblos indígenas y a las minorías, participar activamente en los acuerdos mundiales para preservar el planeta. Los chilenos debemos y podernos darnos una nueva Constitución en democracia.

Si hay coincidencia,  la  tarea es buscar la forma  de llevarlas a cabo, inspirándose en  uno sueño o varios sueños,  pero sin ilusiones vanas, con sentido del poder y capacidad técnica para materializar las acciones con eficacia.

Al final, el test de las ideas es su aplicación práctica para lograr los cambios. La prueba está en los resultados. Para ello es  útil sostener   un diálogo activo, con argumentos,  sin descalificaciones personales. Del debate democrático suelen surgir ideas nuevas. Por ello agradezco de nuevo la invitación a reflexionar, disentir y también aprender del otro.

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