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Opinión

20 de Marzo de 2016

Doña Julia Astaburuaga, por venerarla en el luto chileno del glamour

¿Qué ensoñación de la vanidad tímida de una dama esplendorosa, elegante y chic? Agasajos en su finura, en su don de clase, en sus modales finos, en sus lujos, en su humor, La vida es un vals, es una cena con velas, es un toque de distinción, es un brindis, es un amor. Las candilejas, […]

Bruno Vidal
Bruno Vidal
Por

julita

¿Qué ensoñación de la vanidad tímida de una dama esplendorosa, elegante y chic?
Agasajos en su finura, en su don de clase, en sus modales finos, en sus lujos, en su humor,
La vida es un vals, es una cena con velas, es un toque de distinción, es un brindis, es un amor.
Las candilejas, el frac, la Divina Providencia, los atuendos, el semblante dorado,
Y esas galas de mujer de mundo, soberana, espléndida, esos pretendientes en el donaire,
Dirán “mañas de consentida”, un insulto de los intrigantes, no, su ser del mejor cuño,
Una conversación en los salones de ese linaje, una nombradía intensa en el coloquio social,
En la sutileza del trato deshacer y atajar al obcecado petimetre, sencilla a no poder, distinguida,
Celebérrima, musa de tantos, artista a su manera, coqueta y delicada en su condición femenina,
Satisfecha de vivir, sí, doliente de la pobreza, por mucho tiempo de labor en la Acción Católica.
Uno de sus muchachos –el Diego– alguna vez me presentó a su cautivante madre,
Y su amabilidad en el ademán del saludo reveló a una persona luminosa y radiante y adorable,
Y permita Julita la sensibilidad de todos nosotros, querendones de su primor y belleza:
Los Sea Harrier en perfecta formación
A ras engalanados por los altares de Dios
Despidiéndola con esa ternura feroz.
Usted –Julita– lo ha dicho en un instante feliz, con tanta propiedad:
”¡Que viva el champagne!”.

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