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Opinión

31 de Agosto de 2016

Crónicas del new age chileno: A la sombra del árbol del conocimiento

En 1980, Humberto Maturana y Francisco Varela dictaron una serie de seminarios en las oficinas de Odeplan, que por entonces dirigía Miguel Kast. Los afamados científicos hablaron ante militares y autoridades sobre la Biología del Conocimiento y terminaron editando un libro a partir de esos cursos que se transformó en un clásico del pensamiento alternativo: El árbol del conocimiento. En esta última crónica del New Age chileno, nos preguntamos qué pudieron tener en común el pensamiento de la autopoiesis y el del naciente neoliberalismo chileno que se incubaba, precisamente, en las frías oficinas de Odeplan.

Matías Wolff
Matías Wolff
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Ilustración original de las páginas interiores de “El árbol del conocimiento”. El libro no especifica al autor de la misma.

El ingeniero en minas Rolf Behncke llegó en 1972 al laboratorio de Humberto Maturana en las barracas de la Facultad de Ciencias con una pregunta a flor de labios: quería conocer la física de las emociones. Contrariado por el ejercicio de una profesión que no lo satisfacía del todo, uno de sus profesores en Beaucheff, Carlos Martinoya, le había recomendado seguir algunos ramos de Medicina, en particular los que dictaba un excéntrico y barbado profesor que comenzaba a pensar la vida como una realidad autogenerada. Behncke siguió el consejo y quedó impresionado por el sustento científico que había tras las ideas de Maturana y de su joven colega, Francisco Varela. Siguió yendo a su laboratorio con la intención de adentrarse en el mundo de la naciente Biología del Conocimiento y encontrar en ella la respuesta a su inquietud.

El tiempo tenía otros planes, sin embargo. La partida de Varela tras el Golpe y el embarazo de su mujer en medio de la incertidumbre del nuevo régimen forzaron a Behncke a volver a la ingeniería en busca de estabilidad. Contactado socialmente con algunos funcionarios influyentes del gobierno militar, entre ellos su propio padre y la misma Lucía Pinochet, el joven ingeniero consiguió trabajo como encargado de pensar una institucionalidad medioambiental, pero hacia fines de los 70 quiso acercarse más al tema educacional. Se sumó al ministerio de la Familia, como subsecretario, y desde esa posición pudo obtener algunos fondos de la OEA para organizar iniciativas novedosas. Ahí volvió a pensar en Maturana.

Hacia fines de 1979, Behncke se juntó con Maturana y Varela y les planteó una oferta inesperada: dictar un seminario sobre Biología del Conocimiento en Odeplan –antecedente del actual ministerio de Desarrollo Social y plataforma de varios Chicago Boys– con el fin de divulgar su pensamiento. Maturana y Varela, claros opositores a la dictadura, vacilaron, pero terminaron por aceptar ante la perspectiva de conseguir lo que Behncke les propuso como resultado de la experiencia: producir un libro que acercara las tesis principales de De Máquinas y Seres Vivos –publicado por ambos antes del Golpe– a una audiencia más amplia y diversa.

Los seminarios comenzaron a principios de 1980, poco después de que Varela volviera a Santiago en lo que sería su segundo período de colaboración con Maturana, y se extendieron por varios meses. En cada sesión, ministros y personeros del gobierno se mezclaron entre la ecléctica audiencia que llenó las frías oficinas de Odeplan para escuchar las tesis de la dupla de científicos acerca del origen y la organización de la vida, la deriva natural de los seres vivos y las implicancias de estos hechos en la forma en que conocemos la realidad que nos rodea. Gracias a la motivación casi obsesiva de Behncke, los seminarios fueron transcritos y sistematizados en una obra que pocos años más tarde se publicaría con el nombre de El árbol del conocimiento y se convertiría, efectivamente, en el trabajo más conocido de Maturana y Varela.

En el prólogo del libro, Behncke deja entrever una sugerente conexión entre la Biología del Conocimiento y las tesis que la Nueva Era estaba esparciendo por el mundo –integración planetaria, interconexión humana, búsqueda de la paz– en medio de la agudización final de la Guerra Fría y sus amenazas: “La Humanidad constituye actualmente, como resultado de la ampliación de las interacciones humanas, un solo sistema unitario integrado […] hablar de Hogar, de Patria, de Humanidad, pasan a ser términos sinónimos de ahí en adelante (nos guste o no), puesto que significan en última instancia lo mismo: el medio formador de nuestra propia vida y de la vida de nuestros hijos”.

Crónicas-del-new-age-chileno

¿Fue este componente holístico el que interesó a la nomenclatura dictatorial que acudió a los seminarios? Aunque algunos de los asistentes recuerdan el pasmo de personajes como Hernán Büchi o Miguel Kast frente a las ideas de Maturana y Varela, es interesante preguntarse qué relación pudo ver la intelectualidad del régimen entre su proyecto restaurador y la Biología del Conocimiento.

Una pista concreta la entrega un seminario que organizó otro ecléctico seguidor de la autopoiesis, el norteamericano Milan Zeleny, el mismo año 1980, en Boulder, Colorado, y que contó con la presencia del propio Maturana. Al alero de la prestigiosa American Association for the Advancement of Science (AAAS), Zeleny mezcló en un mismo coloquio tres modelos teóricos acerca de los sistemas autogenerados y autorregulados: las Estructuras Disipativas del físico Ilya Prigogine, la Autopoiesis de Humberto Maturana y los Órdenes Sociales Espontáneos de Friedrich Von Hayek, uno de los padres del neoliberalismo. En el prólogo del libro que reunía las conferencias, un entusiasta Zeleny proclamó la emergencia de nuevas aproximaciones –complementarias entre sí– a los “fenómenos auto-organizados y espontáneamente generados en sistemas físicos, biológicos y sociales”. Todas estas teorías, según él, compartían la idea de que “el orden general, la preservación del todo, no es en ningún sentido un ‘propósito’ o un ‘plan’ de los individuos”, sino la consecuencia de una propiedad interna de los sistemas e impermeable a cualquier voluntad exterior.

Esta desconfianza respecto de la intervención exterior, que encontraba sustento en la biología de Maturana y un correlato social en el anti estatismo de Hayek, tiene claros puntos de encuentro con el rechazo a la política y a la economía planificada que promovieron, con particular ortodoxia, los precursores de la alianza entre autoritarismo y neoliberalismo que pasaron por las salas de Odeplan. Ciertamente, no se puede atribuir esta interpretación a Maturana ni a Varela, pero el inesperado cruce entre sus tesis y las del naciente neoliberalismo chileno sí parece haberse tornado más plausible a la luz de su propia participación en el mundo del coaching y otras dinámicas de formación adaptadas al capitalismo actual. A partir de los años 90 y bajo la influencia de Fernando Flores, Varela, pero sobre todo Maturana, encontraron entre los asistentes a los seminarios y workshops para empresas a algunos de los más vehementes seguidores de sus ideas. Y aunque siguieron acusando con dureza al mercado y su omnipresencia, no vieron –o no quisieron ver– que sus críticas radicales al ideal ilustrado del “progreso” y a la violencia de la “objetividad” se convertirían en insumos para la renovación ética de un capitalismo cada vez más amante de la autorregulación, la flexibilidad y la administración de la vida emocional de los trabajadores.

*Antropólogo

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