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Opinión

5 de Enero de 2017

Columna de Benjamín Galemiri: Mi fogoso romance con Brigitte Bardot

Después de mi Bar Mitzvah -ceremonia de iniciación donde los varones judíos de 13 años celebran el paso de la adolescencia a la adultez- y de mi desilusión porque estaba seguro de que en esa fiesta el premio era una mujer, yo estaba tan excitado que busqué por todas partes conquistar a una hembra. Estaba […]

Benjamín Galemiri
Benjamín Galemiri
Por

cespedes

Después de mi Bar Mitzvah -ceremonia de iniciación donde los varones judíos de 13 años celebran el paso de la adolescencia a la adultez- y de mi desilusión porque estaba seguro de que en esa fiesta el premio era una mujer, yo estaba tan excitado que busqué por todas partes conquistar a una hembra. Estaba harto de mis masturbaciones, que eran verdaderos bombardeos en cadena, y necesitaba penetrar a una mujer, hasta que un día un malicioso, pero encantador amigo, me habló de las muñecas inflables. Fui a San Diego en una especie de triste mall de la época, y con bastante vergüenza pero con decisión, revisé algunas mujeres inflables, hasta que di con una que me golpeó la cabeza y los sentidos, porque para mí era igual a mi musa inigualable, Brigitte Bardot y en “tamaño natural”. El día anterior había cometido perjurio porque había vendido todos mis libros y discos, para poder comprarla. A escondidas de mis padres la llevé a la casa y la vestí, mis hormonas revoloteaban virilmente. ¡Estaba igual a la guapísima Brigitte Bardot! Comencé de a poco, como si fuera un : besos en las mejillas, cariños, hasta que un día, ya no podía más, la desnudé con cortesía y la penetré (la muñeca venía con su vagina, incluso venía con ano, pero reservé el momento de la sodomía para después). Yo era el jovencito más feliz de Santiago. Cuando volvía a casa sacaba a mi “Brigitte Bardot” de su escondite, cerraba con llave la puerta y le hacía el amor fervorosamente hasta llegar al híper orgasmo.

¡Qué me importaban las demás mujeres!, si yo tenía a la mejor. Era tanta mi necesidad erótica, que al año reventé a la muñeca inflable. Fue tal el impacto, que llegué a la conclusión de que todo había sido una lección de lo efímero y a veces castigador que es el amor.

Unos pocos años después, cuando ya había tenido novias, me entero que el pícaro cineasta español, Luis García Berlanga, había realizado -quizás su única obra maestra- “Tamaño natural” que era la historia de un cincuentón solitario, que vivía con su madre y no lograba conseguir mujeres, hasta que guiado por un amigo compra una mujer inflable: ¡Lo mismo que yo había hecho! La película recorría los mismos sentimientos que tuve yo, primero fascinación, luego tristeza y melancolía. En ese filme iracundo, hay una escena magistral en la que la madre, que no sabe nada de esto, entra en la habitación del hijo, descorre la cortina y lo ve en la cama junto a una mujer desnuda, al acercarse descubre que es una muñeca inflable. Lo genial de la escena es que la madre no le dice nada a su hijo. Como siempre, el poderoso sentido del humor triunfa no solo en el cine sino que en la vida.

Algo que no sucedió con la muñeca inflable que le fue regalada al ministro de Economía en la ceremonia de Asexma, y que produjo la sana risa de todos los asistentes, incluso de los dos candidatos presidenciales presentes, el exageradamente entusiasta José Miguel Insulza (a quien Fantuzzi, un empresario poco ilustrado, le regaló una peluca tipo Trump) y al candidato que se pasea por Chile en onda Buda, Guillier que se veía que disfrutaba mucho con esto de la muñeca inflable a tamaño natural.

Y tenían razón en reírse los cómicos candidatos, aunque solo fueron risas ahogadas por el temor a las estúpidas encuestas, lo que nos recuerda el olvido del humor de los políticos y de los muchos miserables nostálgicos de la dictadura, que se lanzan contra esta especie de acción de arte rasca que si hubiera sido hecha con el sentido de la creación, habría sido genial y de paso un comentario sobre los vetustos valores de nuestra sociedad.

Hace 200 años Chile funciona con la misma moral de la maldita Inquisición. Llamados de atención de La Moneda, que parecen caza de brujas patéticas, porque yo, adorando a las mujeres, no vi ninguna intención de burlarse de ellas. Si todo hubiera sido hecho con delicadeza y verdadero arrojo artístico, si por ejemplo, un dramaturgo y un director de teatro, hubiesen hecho la puesta en escena, esto habría sido elegante, respetable y manteniendo su carga erótica. Es más, me atrevo a decir que habría sido un tótem de libertad, paz y sobre todo sentido del humor internacional del que carece patéticamente el círculo del poder.

Al observar esa mala instalación de tercera categoría, recordé mi período “tamaño natural” y sentí mucha nostalgia. Para mí fue una de mis novias preferidas. A la mañana siguiente, decidido, fui en busca de una nueva muñeca inflable, con quién quizás había vivido mis momentos más potentes amorosamente hablando.

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