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Opinión

1 de Marzo de 2017

Columna de María Olivia Monckeberg: Hugo Bravo, el peso de la verdad

Me da la impresión que este señor, en un comienzo, solo quería ahorrarse impuestos. Toda su vida trabajó para hacerse más rico y cuando lo pillaron era tiempo de pagar. Fue acorralado por los fiscales, que lo citaron más de 10 veces. No había salida: no solo cayó en las artimañas de las boletas falsas, si no también se involucró en las platas políticas y estafó al Fisco para sus negocios personales. En ese contexto, denunciar la corrupción de las empresas con las campañas políticas fue su salvación. Sabía que con sus múltiples enfermedades no duraría cinco años en la cárcel. Si nuestro Ministerio Público no lo hubiera cercado de la forma en que lo hizo, estoy segura que jamás nos habríamos enterado.

Maria Olivia Monckeberg
Maria Olivia Monckeberg
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Hugo Bravo es un personaje rodeado de mitología. Sabemos mucho y casi nada de él. Fue compañero de Carlos Eugenio Lavín en Ingeniería Comercial en la PUC. Luego conoció a Carlos Alberto Délano y los tres participaron en el grupo empresarial Cruzat-Larraín. Tuvieron cargos gerenciales y los tres fueron miembros del directorio. Su trayectoria en común revela la verdad de Hugo Bravo: fue el personaje clave en el crecimiento, consolidación y el éxito del grupo Penta.

Los Carlos –Délano y Lavín- trabajaron 30 años junto a él. Bravo los ayudó a construir su fortuna, y también amasó la suya, porque en los negocios no hay caridad. No era el hombre de los mandados ni tampoco un trabajador abusado. Vivió su vida como un ejecutivo de alto mando.

Pero el año 2010 el trío sufrió un quiebre. Penta reemplazó a Bravo en la gerencia por Manuel Antonio Tocornal. Todo lo que vivieron antes, fue una época de oro. Él estuvo en todas las operaciones exitosas de Penta. Compartía el piso 15 del consorcio con Los Carlos, un privilegio que muy pocos en El Bosque Norte logran tener. El mito de Bravo títere de los ricos no es cierto. Su historial profesional retrata todo lo contrario.
No soy psicóloga ni conocí a Hugo Bravo personalmente. Sabemos que no era del mundo de los Lavín, pero sus padres eran profesionales. Su madre era abogada y que una persona de 71 años tenga una madre abogada dice mucho. Logró estudiar en la PUC en plenos ochenta y se codeaba con la crème de la crème. Claramente no era del Club de Golf ni jugaba polo, pero venía de una familia acomodada.

No hay duda que Hugo Bravo debe ser el hombre que mejor conoció a Délano y Lavín en los negocios. Y no solo eso, sé que también compartían en la intimidad. Los Carlos incluso eran vistos en sus cumpleaños. Pero para él, el panorama era distinto. El ex Gerente de Penta siempre intuyó que lo iban a abandonar. Se protegió de la forma más desesperada, respaldando todos los delitos en los que estuvo involucrado, porque sabía que algún día, lo harían asumir la culpa.

En mi libro, “La máquina para defraudar” queda claro un fenómeno que parece no acabarse. En todos los delitos de cuello y corbata, los dueños tratan de desligarse de toda responsabilidad. El caso de Julio Ponce Lerou en Soquimich es igual. La única diferencia es que Patricio Contesse no ha hablado. Su silencio vale su peso en oro. Lo mismo pasa con Marco Enríquez Ominami y su jefe de campaña. Bravo, al parecer, nunca logró un acuerdo por su silencio y en el mundo de los grandes grupos económicos, todo tiene un precio.

Me da la impresión que este señor, en un comienzo, solo quería ahorrarse impuestos. Toda su vida trabajó para hacerse más rico y cuando lo pillaron era tiempo de pagar. Fue acorralado por los fiscales, que lo citaron más de 10 veces. No había salida: no solo cayó en las artimañas de las boletas falsas, si no también se involucró en las platas políticas y estafó al Fisco para sus negocios personales. En ese contexto, denunciar la corrupción de las empresas con las campañas políticas fue su salvación. Sabía que con sus múltiples enfermedades no duraría cinco años en la cárcel. Si nuestro Ministerio Público no lo hubiera cercado de la forma en que lo hizo, estoy segura que jamás nos habríamos enterado.

Por eso para mí Hugo Bravo no es un héroe. Siguió la lógica del sálvese quién pueda. En sus declaraciones vemos un guion de película: personajes oscuros, fiscales implacables, políticos involucrados. Todo parte de una gran tragedia para Chile. Acá no hubo ningún heroísmo, sólo un cúmulo de factores en el momento indicado.

En la vida, la gente depende mucho de sus personalidades. Imaginar a un Carlos Alberto Délano destruido, es casi imposible. Siempre se ha visto optimista, sonriente, muy marketeado, un winner por la vida. Lavín es lo mismo. Un triunfalista, un winner. No sé cómo habrá sido para ellos estar en Capitán Yáber de un día para el otro. Pero Bravo era más transparente. Caminaba como muerto en vida, destrozado. Y quizás su actitud tenía más sentido en la historia de Penta. Por un lado está el Martillero Valdivia, un personaje oscurísimo que decidió hablar antes de morir. También está Ernesto Silva Bafalluy, ex ejecutivo de Penta y padre de Ernesto Silva, concuñado de Délano, que se mató el 2011.

Finalmente, sus historias de éxito estuvieron siempre marcadas por la tragedia. Pero hoy se están reconstruyendo. A pesar de que perdieron el banco y tuvieron que traspasar sus empresas de seguros, hoy Délano y Lavín están volviendo a formar su imperio con negocios en Estados Unidos. La pasaron mal, pero no creo que hayan sufrido igual que Bravo.

Muchas veces he pensado qué tipo de personaje es Hugo Bravo en esta historia. ¿Es un personaje patético? ¿Trágico? ¿Vengativo? Porque anodino definitivamente no es. Tal vez lo cambiaron las circunstancias de la vida, quién sabe. A mí me impresionan estos tipos, que se la juegan para triunfar en esta sociedad tan consumista, tan exitista, por tener millones de dólares y para qué. La historia para él fue triste, pero para nosotros, el país, la historia es impresionante porque vimos por fin la cara de la corrupción.

El martes pasado, Hugo Bravo tenía que ir a su juicio abreviado por delitos tributarios.
Lo más probable, es que hubiera logrado una pena remitida, por su salud. Pero eso no significa que quedaría libre de polvo y paja. Hugo Bravo no fue un hombre inocente ni de los trigos limpios por haber colaborado con la justicia. Como periodista, me aferro a los hechos. No hay duda que una serie de circunstancias lo transformaron en el hombre que contribuyó a destapar la corrupción en las campañas políticas, pero nunca tuvo la intención de serlo. No fue un paladín justiciero. Es la historia un hombre que sabía mucho y ocupó ese conocimiento para salvarse a sí mismo y a nadie más. Solo vivió, por un período muy breve en su vida, el peso de la verdad sobre sus hombros.

*Premio Nacional de Periodismo. Autora de “El saqueo de los grupos económicos al
Estado chileno”, “La máquina para defraudar: los casos Penta y Soquimich”, entre otros.

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