Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

7 de Mayo de 2017

Neil Davidson, columnista inglés de LUN: “Por ser conservador acá piensan que soy de derecha y pinochetista”

El escritor británico, afincado en Chile hace décadas, finalista del Premio Municipal de Literatura 2016 y autor de “The Chilean Way”, habla sobre su nuevo libro de crónicas titulado “Usted está muy mal” (Libros del Laurel) y escruta la identidad nacional a través de su mirada conservadora y satírica.

The Clinic Online
The Clinic Online
Por

Por Daniel Rozas

Siendo un veinteañero, mientras fantaseaba con escribir la novela que cambiaría el curso de la literatura inglesa, aunque no había puesto una palabra por escrito y se ganaba la vida como corredor de seguros en Londres, el traductor y columnista británico Neil Davidson (Oxford,1966) se enamoró de la pintora chilena Natalia Babarovic y la vida le jugó una mala pasada: se vio obligado a romper el juramento de no volver a pisar otro país tras su decepcionante paso por Italia y Francia. “Cuando vine a Chile, en 1995, un año después de haber conocido a la Natalia en Londres, yo era uno de esos típicos aspirantes a escritores que empezaban algo y no lo terminaban nunca. Y como no tenía el estímulo de la publicación, vivía en un círculo vicioso; nadie me publicaba porque nadie me conocía”, explica en el patio de su destartalada casona ubicada en la calle Pedro Torres; un remedo ñuñoíno de Downton Abbey.

Considerado un momio por su mujer -aunque él se define como conservador- maniático del lenguaje, inquisidor del arte conceptual, escéptico hasta la médula, columnista de la prensa chilena hace más de veinte años, autor de dos libros de crónicas y de la extraordinaria biografía “El Ceño Radiante: Vida y poesía de Gerard Manley Hopkins”, finalista del premio Municipal de Literatura 2016, Davidson habla español con marcado acento inglés, pero utiliza un vocabulario riquísimo en arcaísmos chilenos y declara que “venderle el slow work a los chilenos es como venderle filosofía a los griegos”. Su estilo como escritor combina el humor seco, la conversación de sobremesa y la digresión literaria; muy en sintonía con la tradición de los ensayistas británicos del siglo XIX que escribían en prensa como William Hazlitt.

Cuéntame sobre tu trabajo como columnista literario en la prensa chilena.
-Me muevo mentalmente entre cuestiones sumamente irreales, pero también opino sobre actualidad. De hecho, el único requerimiento que me piden en el diario es que mis columnas tengan algo que ver con las noticias. No les hago mucho caso, pero suelo empezar con ese pie forzado.

¿Crees que las opiniones están sobrevaloradas? Te lo digo porque las crónicas seleccionadas en “Usted está muy mal” son piezas literarias hechas en prensa. No son opiniones puras y duras.

-Las opiniones sin argumento no me interesan. De hecho, me choqueó ese pequeño tiempo en que habilitaron comentarios en línea a mis columnas. Fue bien impresionante ver cómo la gente lee algo que tú escribes y luego entiende algo completamente distinto. Es un camino legítimo, pero no tiene nada que ver con lo que tú estás haciendo.

Chile se ha convertido últimamente en un país de expertos que opinan sobre todo. El caso más representativo es Rafael Garay.
-El problema de los expertos es que quedan atrapados en su pericia y, por lo mismo, si hay un cambio de época, quedan completamente desajustados. Eso es lo que ha pasado: se ha llegado a tener una especie de fe en los diplomas que es injustificada. Ahora bien, si un economista se pone a pontificar sobre el futuro del país, estamos perdidos.

A propósito, ¿qué opinas sobre el superávit de diplomas que ofrece la educación chilena?
-Pareciera que la gente en Chile quiere algo sólido y cree que esa situación se va a solucionar con un cartón. No se dan cuenta que un diploma no es más que un montón de ramas y hojas que cubren un hoyo, un abismo.

En “Usted está muy mal” fustigas reiteradamente la educación chilena.
-La educación se ha convertido en una especie de superstición. En Chile se cree que si un niño estudia durante quince años en un colegio ha tenido una buena educación, aún cuando no haya aprendido nada.

Tienes dos hijos en el colegio. ¿Cuál es tu experiencia con la educación chilena?
-Veo que los niños estudian doce años de inglés y salen del colegio sabiendo absolutamente nada. Ni siquiera una frase. Me parece una tragedia humana de proporciones inmensas y una pérdida de tiempo irrecuperable. Esos niños podrían haber estado jugando fútbol y pasándolo bien en vez de estar encerrados en una sala de clases. Es una tortura. Si los niños van a sufrir, deben sufrir por algún propósito.

NOTICIAS CHILENAS

¿Cómo te informas para escribir?
-Más que nada por Las Últimas Noticias. Lo que pasa es que leo hartas noticias, pero de distintos países, porque no soporto ver los noticieros chilenos. Especialmente por la voz aguda y desagradable que tienen los presentadores.

¿Te parece normal que los noticiarios chilenos sean tan largos?
-Eso es increíble: ves cuarenta minutos a un grupo de personas afuera del Congreso hablando sin decir absolutamente nada. Los noticiarios chilenos me recuerdan los cuadros de Harry Potter donde los retratados se mueven pero no hablan. No sé cómo la gente los aguanta porque se supone que vivimos en una época dónde la población tiene poca paciencia, pero me imagino que alguien debe estar mirando esos noticiarios, aunque yo no los entienda.

Los periodistas televisivos opinan mucho pero informan poco.
-Exacto, y eso se extiende a todos los campos informativos. Por ejemplo, siempre me molesta cuando dan el pronóstico del tiempo en las noticias y dicen: “mañana va a ser un día feo porque va a llover”. Y, como inglés que soy, me siento ofendido, porque me fascina la lluvia. Pero en los noticiarios chilenos te anuncian lluvias como si se avecinara un desastre y se supone que deberías acongojarte.

El título del libro es “Usted está muy mal” y se percibe cierta molestia en el sujeto que escribe las crónicas. En persona, no pareces un tipo tan odioso.
-El autor de esa columna no soy precisamente yo, es un personaje que inconscientemente he ido armando, y que resulta ser mucho más amargado, criticón y pesado de lo que soy realmente.

¿Te sientes esclavo de ése personaje?
-Un poco. Lo que pasa es que si te pones a escribir que todo está bien, el texto no funciona y nadie se interesa.

Te consideras un conservador. ¿Por qué?
-La Natalia dice que es súper inconveniente estar casada conmigo porque me considera una especie de facho, pero para mí un conservador es alguien que se muestra escéptico frente al idealismo utópico. Los paraísos terrestres me producen repelús y hacen que me defina como conservador. Ser conservador es tener precaución y yo siempre he sido temeroso frente a las catástrofes humanas que pueden ser provocadas por los proyectos napoleónicos.

¿Crees que se te malinterpreta?
-Por ser conservador acá piensan que soy de derecha y pinochetista. Pero vengo de otra tradición. Entonces, se produce un descalce porque ser conservador en Inglaterra no es igual que en Chile.

Eres crítico del progresismo. ¿Me podrías explicar por qué?
-Los progresistas recurren mucho a la teoría que el ser humano es bueno y que todos somos iguales. Tienen una definición muy curiosa: identifican al ser humano con la bondad y la virtud. Esa es una especie de regresión al tópico del “buen salvaje”. El ser humano, en todas partes, es básicamente parecido, de eso no tengo dudas, pero es sumamente importante que un grupo humano tenga una cultura consolidada. Lamentablemente los progresistas creen que la cultura es un ornamento. Tienen la misma mirada de los antiguos colonialistas que creían ingenuamente que las únicas comunidades con cultura son las originarias.

¿Cómo definirías al progresista?
-Como sujetos que creen ser cosmopolitas simplemente por el hecho que se encuentran diseminados en todos los países. El gran problema de los progresistas es que no se pueden entender con alguien que tiene otra visión del mundo, por ejemplo, un musulmán. En ese sentido, están muy lejos de ser cosmopolitas. De hecho, más bien representan lo contrario: son los representantes actuales del provincianismo mundial.

¿Y el progresista chileno?
-Es un caso lamentable. Si lees a Joaquín Edwards Bello, él proyectaba un gran futuro para Chile, quería que fuera un gran país como Francia o Inglaterra. Actualmente el objetivo es alcanzar a los países desarrollados. Es triste comprobar como ante cualquier moda que surja en Estados Unidos, como podría ser el matrimonio gay, en Chile se intenta replicar por simple imitación y no por algo autentico que surja de su propia cultura. En ese sentido, creo que vivimos bajo una cultura del remedo.

¿Cómo entiendes el carácter chileno?
-Chile es un país conservador y empírico. No se entrega a grandes proyectos teóricos y es más bien cauteloso. Al igual que los ingleses, los chilenos son descreídos, pero han ido cambiando con el tiempo y eso lo he presenciado en los años que vivo acá. Hace poco leí una entrevista a Spencer Tunick y contaba que su experiencia en Chile fue distinta a otras partes del mundo porque aquí se encontró con una población celebratoria y desinhibida. Ese episodio marcó una etapa de descartuchamiento social. Pero me parece que esa período ya pasó.

¿Qué opinas sobre la llegada de inmigrantes haitianos a Chile?
-Es interesante. Los chilenos han adoptado un discurso de apertura hacia los forasteros justo cuando ese discurso se ha ido perdiendo en Estados Unidos y Europa.

¿Crees que el inmigrante viene a hacer el trabajo que el chileno no quiere hacer?
-Esa es la mentira más absoluta porque el chileno siempre está dispuesto a hacer todos los trabajos, incluyendo los que no existen como los estacionadores de autos.

Con respecto al carácter chileno, en la columna “Código Postal”, escribes que en Chile existe una cantidad desproporcionada de poetas buenos.
-Claro, ahí me permití hacer un comentario sobre el carácter chileno. Dije que el chileno está siempre en sí. No es un tipo que se ponga en el lugar del otro con mucha facilidad. Entonces, el poeta lírico habla muy bien de sus propias emociones, pero le cuesta ponerse en los zapatos del otro. Pero sí, es cierto, también en el libro aparece una columna que me gustó que se llama “Monstruos de provincia” donde hablo de los cuatros grandes poetas: Mistral, Huidobro, De Rokha y Neruda. Para mí ellos son monstruosos. O sea, su falta de inhibición para hablar de sí mismos es increíble.

En esa columna dices que entraste mal a De Rokha. En un principio te pareció una mala copia de Walt Whitman, pero luego te interesó cuando leíste sus diatribas en contra de Neruda.
-Lo que dije es que De Rokha imitaba mal a Whitman. Después me di cuenta que tiene poemas mejores y que posee esa cuestión enfática y exagerada que puede ser muy buena y potente.

¿Te causan risa los ataques de Pablo de Rokha a Neruda?
-Sí, porque odio a Neruda. Y en ese sentido cualquier insulto contra Neruda me viene bien, pero también me irrita De Rokha. O sea, el nivel de autoestima que permite que un tipo llene el mercado de libros con sus insultos hacia otro poeta es impresentable. Finalmente me parece una pelea entre dos tipos indecentes. Seguramente les trajo mucha publicidad, pero no me gustan los tipos agigantados ni las grandes personalidades. En realidad, me cargan.

Y supongo que por esa razón te gusta Juan Emar a quién mencionas en una columna.
-Exacto. Me interesan los autores más raros y con un menor volumen respecto a sí mismos. Mi ídolo es Gerard Manley Hopkins, un poeta inglés que era cura y se despreciaba. Él se encontraba un pecador despreciable y yo creo que fue un genio. Un poeta muy superior a Neruda.

¿Qué otro poeta chileno te interesa?
-El poeta chileno que más me gusta es Uribe. Habla con autoridad y siempre es directo. Es difícil de explicar, porque en un principio su poesía tiene una aparente simpleza. De hecho, tengo grabado en la cabeza unos versos suyos de su libro “Las críticas de Chile” (recita de memoria): “¿Y qué fue del chileno viril, culto, vernáculo, señor de alguna tierra, que sabe algo de leyes, tranquilo. Se acabó.” Uribe tiene una mirada totalmente contraria a la mirada histérica de Neruda. Y su lectura me evoca un mundo que quizás nunca existió, pero que debería ser una especie de modelo para el chileno.


USTED ESTÁ MUY MAL
Neil Davidson
Libros del Laurel, 2017, 126 páginas.

Notas relacionadas