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Opinión

10 de Abril de 2018

Columna de Bruno Córdova Manzor: “La unidad nacional es tentadora, pero no sirve”

La unidad nacional supone algo bueno. Suena linda. Es políticamente amable decir "aunemos esfuerzos", "sumemos miradas". Es lindo sentir que "con nuestro granito de arena" todos estamos construyendo algo para el mismo objetivo. Además, es lindo creer en un saber holístico; es decir, que la suma de todos nuestros saberes forman un gran saber acumulado, que conforma el tejido de nuestra comunidad. Pero eso es falso. Se basa en la ilusión de que si nos escuchamos todos, vamos a lograr una síntesis de sabiduría, lo cual es impracticable.

Bruno Córdova Manzor
Bruno Córdova Manzor
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Hay una tentación de recuperar algo perdido al hablar de “unidad nacional”.

Sebastián Piñera invocó ese lema al inaugurar su gobierno. Y el exministro de Hacienda, Eduardo Aninat, expresó su alegría sobre dicho espíritu dos semanas atrás. “Lo que más me ha impactado en este nuevo gobierno es el interés genuino del presidente de la República por buscar en su gobierno la unidad nacional”, señaló la exautoridad en un panel de discusión organizado por Diario Financiero a finales de marzo.

La unidad nacional supone algo bueno. Suena linda. Es políticamente amable decir “aunemos esfuerzos”, “sumemos miradas”. Es lindo sentir que “con nuestro granito de arena” todos estamos construyendo algo para el mismo objetivo. Además, es lindo creer en un saber holístico; es decir, que la suma de todos nuestros saberes forman un gran saber acumulado, que conforma el tejido de nuestra comunidad. Pero eso es falso. Se basa en la ilusión de que si nos escuchamos todos, vamos a lograr una síntesis de sabiduría, lo cual es impracticable.

No todas las opiniones están hechas para lograr puntos de encuentro. Las opiniones pueden provenir de ideologías adversarias cuyas diferencias sólo se pueden resolver tras el escrutinio de una elección, en donde una mayoría determina que una ideología es más necesaria que otra para regir a un país. También existen opiniones que puedan provenir de la falsedad o de la imprecisión, por lo tanto, siempre pueden estar condicionadas al escrutinio crítico que se pueda hacer de ellas: a todos nos puede tocar decir una idiotez por la cual estemos obligados a desmentirnos.

Pero, bueno, al saber holístico no le importa esto. Soslaya esa realidad para poder desenvolverse. Necesita hacer de cuenta que todas nuestras opiniones pueden ser potencialmente válidas. Para ello, requiere de islas de entendimiento. ¿Qué sería una isla de entendimiento? La idea de que cada espacio social tiene una verdad atesorable y que debe asegurarse su entidad, haciendo de su discurso una isla, un territorio físico o virtual en donde puede ejercer soberanía.

En una isla de entendimiento, nadie está obligado a hacerse cargo de la (ir)responsabilidad de lo dicho. Cada postura se vuelve un territorio con su propia entidad. Cada quien puede pensar en lo que quiera, pero solo dentro de su isla de entendimiento. Sin embargo, una vez que todas las islas sean llamadas al canto de sirena de la unidad nacional, cada una de ellas debe deponer sus banderas y aceptar la unión desde un canje territorial. Como si saliera algo coherente al mezclar un poco de socialismo con un poco de corporativismo conservador y algo de liberalismo progre para dejar contento a cada territorio.

La unidad nacional es buscar lo que menos incomode para cada una de las islas de entendimiento: cuánto quiero dar, cuánto puedo ceder. Generalmente, se impone el matiz corporativista (hola, Jaime Guzmán) del «bien común» por sobre la soberanía popular: vivamos cada uno separados, pero juntos; que si todos estamos bien, uno está bien y viceversa; que nada intimide a nadie.

Pero eso implica jugar a tirar migajas de pan por el piso y creer que las ideologías son puras bandadas de palomas hambrientas.

No podemos ser islas. No resultan las leyes a punta de patchwork: no logran un resultado de nada queriendo contentar a todos. Lo único que resulta es algo menos ambicioso y menos prepotente: juntar mayorías entre facciones ideológicamente semejantes. Como este gobierno no está en condiciones de lograr esas mayorías en el Congreso, solo le quedan dos caminos: mandar al Congreso de vacaciones y gobernar mediante decretos (reduciendo la labor legislativa a su faceta fiscalizadora) o bien transar el ánimo de unidad nacional por negociar su propio proyecto político en función de las mayorías ideológicas disponibles.

Esto último puede resultar más complicado para el gobierno. Chile Vamos difícilmente aceptaría sentirse títere del alineamiento ideológico adverso que enfrenta en el Congreso, aunque ya tenemos algún antecedente de resignación ideológica: Michelle Bachelet se vio forzada a redibujar sus prioridades cuando perdió la mayoría en el Congreso durante su primer gobierno. Sebastián Piñera tendrá que hacer lo mismo o refugiarse en el presidencialismo. Pedir la “unidad nacional”, como dijera Cristóbal Bellolio, es solo jugar al boli: una forma de hacer tiempo mientras el gobierno improvisa otra solución sobre la marcha.

*Licenciado en comunicación. Autor de No estoy de acuerdo (Das Kapital, 2017).

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