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Opinión

12 de Abril de 2018

La “Cumbre”, ¿el peor momento para la región?

¿Pueden los países verdaderamente democráticos asumir un liderazgo regional, con autoridad política y moral para plantear salidas a la corrupción?

The Clinic Latinoamérica
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Mientras las preparaciones de la VIII Cumbre de las Américas continúan, parece contradictorio, paradójico e incluso iluso, que los jefes de Estado debatan la “gobernabilidad democrática frente a la corrupción”. América Latina y el Caribe se encuentran en una de sus peores etapas de la historia reciente en que la credibilidad y legitimidad de sus gobiernos es muy cuestionable.

La sede misma de esta cumbre es el hogar de cinco expresidentes presos (Fujimori, Humala) o investigados (Toledo, García, Kuczysnki). Como el Papa Francisco dice “¿Qué le pasa a Perú que cada presidente lo meten preso?”Pero el problema no para ahí, la lista es vergonzosa.

Brasil y su crisis de corrupción e inseguridad ponen de relieve que el Estado de Derecho ha estado subordinado a otras prioridades y visiones de mundo de las cuales ni la izquierda ni la derecha se han escapado. Ni los líderes de México o Colombia pueden darle la cara a sus electores con la certeza que les aprueben su rendimiento, ya sea por su apuesta a reducir la corrupción y la violencia, o por la construcción de la paz y la justicia transicional.

Este es el entorno en el que a Maduro se le retira la invitación, porque el gobernante de Venezuela sí está haciendo peores cosas que los otros países. Sin embargo, la dimensión hemisférica del mal estado de la justicia, del deterioro de la inseguridad ciudadana, del poco desarrollo social, de la emigración internacional por razones de fragilidad estatal, pone en relieve que esta cumbre debería ser postergada para un mejor momento en la región.

En medio de este clima, el presidente Trump, a través de su vicepresidente e hija, cuya imagen política y política exterior hacia las Américas no es la mejor en este momento, planteará un discurso controversial.

Desafortunadamente, los líderes latinoamericanos tienen poco que defender ya que su capital moral y político está desgastado. Incluso, la región centroamericana se encuentra en una encrucijada bastante complicada, en la que las amenazas del presidente Trump les dan poco margen a sus líderes regionales para apalancarse porque su credibilidad es cuestionable.

La ausencia de democracia en Nicaragua, con un régimen que carece de independencia judicial, cuya reelección ocurre bajo fraude, el uso de la represión es muy común, y la corrupción sistemática acompañada de impunidad, le facilita a Estados Unidos a cuestionar la voz del régimen de Ortega. Mientras tanto, Honduras con una crisis política de legitimidad de un gobierno que se auto elige controversialmente, pero que el Departamento de Estado reconoce, es una de las grandes causas de la continuidad migratoria. Lo mismo se observa en la pérdida de legitimidad del gobierno guatemalteco, cuya emigración no para mientras los casos de corrupción aumentan. Al actual presidente no se le retira su inmunidad por temor entre miembros del Congreso que ellos serán los próximos a ser investigados.

Este no parece ser el mejor momento para que un jefe de estado le de la cara al mundo. La cumbre podría ser un espacio esencial para la mea culpa, repensar la Carta Democrática, y darle paso al Estado de Derecho con recomendaciones concretas. La pregunta es ¿quién tira la primera piedra?

¿Pueden los países verdaderamente democráticos asumir un liderazgo regional, contar con la autoridad política y moral de plantear salidas a la corrupción, postular un mensaje coherente ante Trump de que América Latina ya no está para el mal trato de la gran potencia? Son pocos los países que se posicionan con cierta capacidad de liderazgo para enviar esa clase de mensaje. Desde Chile, Costa Rica, Uruguay hay posibles lecciones y ejemplos. Al fin y al cabo son las naciones con mayor data democrática, donde los dictadores no entraron para robar la riqueza de sus pueblos. Estos líderes tienen la gran responsabilidad en establecer los términos de discusión sobre democracia frente a la corrupción.

La presencia de Estados Unidos en esta Cumbre levanta expectativas sobre lo que el vicepresidente irá a decir, más que sobre lo que quiere formalizar. El récord reciente de Trump hacia la región va con mucho ruido. El presidente ha antagonizado a México en temas migratorios y comerciales, atacó a Haití de mala manera, amenazó con cortar ayuda a Honduras, Bolivia y Perú, hacriticado las políticas de Obama a Cuba, y ha impuesto sanciones a Venezuela y más recientemente envió la Guardia Nacional a la frontera para contener la migración centroamericana. Trump representa el Teddy Roosevelt en el siglo XXI amenazando a los mal portados, según su criterio. La visita en medio de una falta de credibilidad regional resalta la posibilidad de si los presidentes buscarán darle un bajo perfil a la cumbre, en toto, o al menos plantear alguna semblanza de dignidad oponiéndose al nuevo intervencionismo de la Administración. Al final, lo más probable será que habrá mucho intercambio de manos, abrazos, silencios respetuosos, y alguno que otro encuentro notable, como un choque de manos con Raúl Castro.

El mensaje de Trump y Estados Unidos en Perú será menos fuerte de lo que lo que se pregona desde Estados Unidos, pero se enfocará en Venezuela, planteando más sanciones y reafirmando su visión soberana de lo que para él significa Make America Great: menos migrantes, más proteccionismo y poderío militar a una audiencia que sabe bien lo que la historia les ha contado de ¨América para los Americanos¨. Aunque la incertidumbre de tener a Trump en persona disminuyó, al hacer de nuevo a un lado a la región ante la crisis de Siria, se mantiene la interrogante sobre cómo responderán América Latina y el Caribe ante Estados Unidos y los retos de sus propios problemas. Como dice el mismo Trump en sus tweets, ¨es triste¨.

Texto de Manuel Orozco para Confidencial

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