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Opinión

7 de Mayo de 2018

Mi tiempo: apuntes sobre la imprescriptibilidad

Más de treinta años para recordar, resignificar, pedir ayuda, contar. Casi cuarenta años hasta tener la voz para salir a denunciar. Ese tiempo fue mi tiempo, algo usual entre los que sobrevivimos al Abuso Sexual en la Infancia (ASI); flagelo intolerablemente común que la Fundación para la Confianza en su vídeo recalca: “De cada diez niños que ves durante el día, tres serán víctimas de abuso sexual

Eneas Espinoza
Eneas Espinoza
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Cuando el presidente Piñera anuncia la indicación legislativa para convertir los delitos sexuales contra la infancia como imprescriptibles está atendiendo datos científicos, investigaciones internacionales y chilenas respecto del plazo habitual que nos lleva estar en condiciones de denunciar; pero también, da cuenta de un elemento central a la hora de entender por qué el #DerechoAlTiempo es clave: las secuelas del ASI son para toda la vida. Las sufrí siempre, también cuando no me reconocía como sobreviviente, con recuerdos parciales o directamente enterrados en el fondo de mi mente.

A mis 45 años sigo padeciendo este delito. Cada día, todos los días. Transmutar de víctima en sobreviviente fue posible porque recibí mucha ayuda familiar y de redes de otros que habían padecido lo mismo. Entender que no estaba solo, que se podía salir del infierno interior, que era posible caminar de nuevo, enfrentar los demonios y buscar justicia. No, esa última pata no estaba y tembló mi proceso. A muchos ese punto los detiene dejándolos sin voz. Para qué hablar o denunciar si mi abusador seguirá impune, circulando, cerca de otros menores, ¿Cómo protegerlos o protegerlas? Es como una pesadilla. De qué manera cerrar un proceso de sanación donde la soledad del que fue abusado es tan inmensa que todo puente de ocho pistas y bien iluminado que se tiende hacia él parecen finos hilos posibles de cortar al primer tirón de los fantasmas mordaces que permanecen para siempre en su cabeza.

La lucha que emprendimos quienes pusimos nombre y rostro a nuestras historias en la esfera pública es por los que no pueden. Porque sabemos que sin nuestro testimonio vivo, prueba irrefutable no sólo del delito sino también de los efectos que este provoca en el cuerpo y en la mente de una criatura, sin eso, la sociedad chilena no dará este paso urgente.

Urgente. Todavía se me hace poco esa palabra cuando vuelvo sobre el mantra: de cada diez niños, tres serán víctimas, son víctimas. Piénsalo de este modo: ¿cuántas personas que tú conoces quizá fueron abusadas en su infancia?

No sé si algún sobreviviente adulto habrá podido contener las lágrimas cuando se enteró del anuncio presidencial. La notoriedad pública que alcanzó el Caso Maristas hizo que mucha gente me felicitara, recordándome que antes de que se supiese mi historia por allá por el 2016 andaba agitando el tema. El 2017 con Vinka Jackson visitamos el Congreso Nacional de Argentina aprendiendo de la experiencia trasandina, uniendo caminos con sobrevivientes de Ecuador que festejan una ley de imprescriptibilidad posterior a ese encuentro. Mi aporte es pequeño al lado de la larguísima batalla que han dado Vinka y James Hamilton. Ellos son el vórtice de una fuerza inmensa compuesta por ciudadanos y ciudadanas de todo color político. Todos enfilados en una meta que todavía no alcanzamos.

Cuando la imprescriptibilidad de los delitos sexuales contra la infancia sea ley en Chile en muchas casas van a llorar personas que no te podrías creer que necesitan de esto para recuperar un poco de esa infancia que les arrebataron.

*Sobreviviente de abuso sexual infantil en los colegios maristas.

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