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Opinión

12 de Octubre de 2018

Las crónicas infiltradas de Alessia Injoque

El pasado domingo la activista trans presentó su primer libro “Crónicas de una infiltrada”, una serie de relatos en primera persona sobre el camino de Alejandro a Alessia, una mujer que se instaló en la vitrina pública el año 2017, luego de que la extinta revista Qué Pasa contara su historia. Él, un ingeniero de Cencosud, iniciaba entonces el proceso de convertirse en mujer ya no sólo en el espacio privado, sino que también en su vida pública. Con su esposa Cossete de la mano, sortearon el proceso. ¿El camino? Adverso y con muchos cambios. The Clinic conversó con ella y estas fueron las reflexiones de su inevitable tránsito.

Valentina Collao López
Valentina Collao López
Por

¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?

-Tenía la idea y se lo comenté en algún momento a Francisca Quiroga, directora de El Desconcierto. Partió como una serie de columnas en donde daba cuenta de mi tránsito. Ella en un momento me dice “mira, si empiezas a escribir acá, podríamos publicarte al final un libro”. Sonaba interesante para mí, en ese tiempo yo ya escribía en otros lugares. Me animé y empecé a escribir sobre temas más generales como la eutanasia, la libertad de expresión, niños trans. Todo en tercera persona. Recién después de un tiempo me animé a escribir estas columnas.

¿Por qué se llama “Crónicas de una infiltrada”?

-Les puse así haciendo alusión, de alguna forma, a todo el tiempo que viví en el mundo masculino, pude observar cosas en primera persona que muchas personas no ven, y ahora analizarlas con otros ojos.

¿Qué cambió?

-Partí escribiendo sobre los a aprendizajes que tenía como mujer, al comparar esos mundos. Ahora las historias que me cuenta mi grupo de amigas son otras. Las percepciones que tienen, las experiencias que te tuvieron cuando crecieron. Sus miedos y frustraciones. Mi sensación es muy distinta ahora. Y fue sobre eso que me animé a escribir. De alguna forma me di cuenta que estábamos discutiendo mucho sobre diversidad y sobre feminismo, y que, tal vez con este proceso, con el peculiar ángulo que tengo, podía aportar algo distinto a la discusión.

Leí algunas de tus crónicas y son bien íntimas, de procesos bien personales. ¿Nunca tuviste miedo a exponerte de la manera que lo hiciste?

-Sí, pero creo que ya había cruzado esa línea hace rato. Inicialmente mi plan para transitar al inicio era operarme hasta el alma, quedar irreconocible y de repente desaparecer un país lejano. Porque no imaginaba superar mi contexto, conseguir aceptación por mí misma. Pero conforme fui avanzando, superando miedos, o al menos los más básicos, me di cuenta que “escaparme”, finalmente lo que generaba era que tuviera que cargar con el rechazo permanentemente.

¿Fue ese impulso el que te hizo replantearte tu propio proceso?

-Es que al irme, aceptaba el rechazo como una realidad inamovible, una de la que tenía que huir y no podía enfrentar. Y decidí que al menos tenía que intentarlo para no cargar con eso siempre. Ya pasado ese período, terminando de transitar, tomé consciencia todo lo que había cargado, todo lo que había significado en mi vida vivir como Alejandro, el tener que negarme y reprimirme. Conté mi historia pensando en esa Alessia niña que no pudo ser, en la Alessia adolescente que no pudo salir a bailar, toda esa vida que no tuve. Me animé a contar esto pensando en que los cambios se generan mejor por la empatía que por un dedo que señala o incluso por la razón.

La gente argumentando desde la razón encuentra cualquier excusa, busca cualquier pseudo evidencia o anécdota, para sostener su posición. Pero una vez que puede conectarse con lo que sientes, se da cuenta que no somos tan diferentes. Y es eso lo que nos permite avanzar.

¿Ese fue tu objetivo para escribir? ¿Llegar a otros y ser el eco para niños que viven situaciones similares?

-Claro, mi idea siempre ha sido, desde que me hice visible, poder cambiar las cosas. Derribar prejuicios, romper este estigma que yo siempre cargué de que las personas trans no somos aceptables: que somos personas enfermas, pervertidas, que transitamos exclusivamente por sexo.

¿No fue una forma de ir sanando tu proceso también?

-Yo empecé a transitar recién a los 34 años. A los a los 36, recién terminé de salir del clóset. Asustada y sin saber cómo hacerlo, cuando yo crecí no tuve ningún modelo al cual mirar. No había nada que me permitiera pensar en yo podría lograrlo y que si seguía un camino determinado iba a estar todo bien. Eso no lo tuve.

“Hay un sector –del que fui parte– que inmune al discurso actual, siente que la igualdad de género es sólo una máscara en una lucha de un grupo que odia a los hombres; y no es que sean malas personas, no carecen de empatía, es simplemente que escucharon otras historias mientras crecían y qué podría saber el pez del agua donde nada toda su vida”. Siendo un hombre, pudiste percibir una situación de privilegio.

-Claro, viví esa parte del mundo. Ves algunos reclamos hacia el feminismo y muchas veces los minimizas, porque no vives como si el mundo fuera un lugar hostil, porque simplemente no lo experimentas: No sientes que el tema laboral sea injusto, porque tú, como hombre, no lo sientes injusto. A veces incluso tienes esa visión cegada, de “tienen más permiso en el trabajo”. Incluso lo ves como una desventaja, porque “la dejan salir antes”.

¿Qué lo fue que cambió en ti en el fondo?

Fue un proceso de aceptar quién era. Lo único que cambió, al pronunciar “soy transgénero”, es que tenía que hacerme cargo y no tenía idea de cómo. Ya viviendo de este lado, lo que cambió fue poder relacionarme con otra gente y escuchar historias que  antes no me contaban, de las que no era parte. Permitió cambiar mi visión. Creo que me permitió conocer que el mundo es un lugar más complejo del que queremos aceptar, ver la realidad desde un solo ángulo te da una visión muy incompleta.

Una de las cosas que me conmovió al leer tus crónicas, fue la relación que tenías con tu mamá. Después de pasar por un túnel bien oscuro, hay luz al final del camino. ¿Qué fue lo más complejo de revisar esa relación?

-Lo más duro creo que fue sentir que mi madre me veía como una persona enferma. Su primera pregunta fue si me violaron. Entonces, ¿qué te hace preguntar si te violaron? Es porque ves a la otra persona como alguien dañado, que tiene problemas. Me dijo cosas completamente carentes de empatía respecto de lo que me pasaba. Y tomando distancia inmediatamente. Cuando salí del clóset tenía que, en vez de pensar en mi, pensar en cuántos costos tenía para ella. A mí me habría gustado tener el apoyo de mi madre,  pero no lo tuve. Creo que el cariño de tus padres te hace creer que eres una persona que merece cariño. Y cuando hay una pulsión así, cuesta enfrentarla. La evolución fue positiva porque pude exteriorizar todo lo que fue mi proceso: una vez que tienes una persona al frente, su historia, su dolor, sus alegrías, creo eso finalmente le permitió una conexión conmigo. No a partir de lo que yo le decía, sino a partir de lo que yo sentía.

“Yo era una persona distinta, el mundo nos veía distinto y, para poder seguir a mi lado, Cossete se había convertido en alguien que no era. Por más que la amé, no pude ser un hombre cis; por más que me amó, no pudo ser lesbiana”, fue una de las frases que más me conmovió de tus crónica. Hace referencia a tu esposa, quien te conoció en los tiempos de Alejandro y te acompañó en tu tránsito a Alessia ¿Cómo inicias esta etapa sin ella?

-Me cuesta (inmediatamente se quiebra). Todavía nos estamos adaptando, porque aun ella vive conmigo. Estamos viendo recién cómo sería ese proceso de separación, pero todavía no logramos cuajarlo. En lo personal, he tratado de tapar todo esto, he estado tan ocupada que no tengo tiempo de pensar cómo será el futuro. La parte más dura de este proceso saber que al final no lo logramos. Quería que, pese a lo difícil que ha sido todo, de alguna forma esta relación con ella pudiera salir adelante, y ser otro ejemplo de lo que es amor. Pero no se pudo. Hay relaciones que ante cambios sobreviven y hay otras en las que nos toca darnos cuenta de que tienen un punto final.

¿Este quiebre es una de las cosas más complejas de enfrentar del proceso post tránsito?

-Sin duda ha sido lo más duro y creo que de alguna forma la razón por la que escribí esa columna, es porque por un lado ya había hablado de ella y fue muy importante en mi proceso. Y porque por otro lado quería escribir de una de las personas más valiosas en mi vida. Siempre la voy atesorar.

Pese al dolor que implica esto para ti, ¿lo ves como una forma de cerrar el círculo entre ambas?

-Sí. Ella me acompañó, estuvo para mí en el momento más difícil de mi vida. Lo intentamos y tratamos de que la relación funcionara. Pero al final, como redacto la columna, yo no puedo ser un hombre cis para ella y ella no puede ser una mujer lesbiana para mí. No estaba siendo ella misma y no se sentía bien. Pero hoy nos seguimos teniendo mucho cariño.

Entendiendo la realidad de las personas trans en Chile, sientes que dentro de tu activismo e historia puedes contar una historia que es excepcional

-Sé que en relación al promedio trans, he tenido mucha suerte. No podría negarlo. Hay chicas trans a las que sus papás le sacan la mierda durante toda su infancia. Entonces sí, yo he tenido una historia privilegiada realmente, no todos han tenido la oportunidades que yo tengo, y es justamente eso contra lo que combatimos todos los que estamos del lado de la diversidad. Que ser diferente no implique costos. ¿Qué relevancia puede tener tu identidad sexual para, no sé, liderar un equipo o trabajar en lo que sea?

¿Te queda algún fantasma de tu vida previo Alessia? Me refiero a las formas de operar en la vida, no sé.

-Sí, hay algo que aún me acompleja y creo que es esta idea de ser “exitoso”, “proveedor”. Cuando eres hombre, es un presión importante, hay mucha competitividad. Yo sigo siendo ingeniera, trabajo en su mayoría con hombres. Creo que todavía queda algo de eso en mí, tratar de defenderme y validarme a través de esos espacios.

Editorial El Desconcierto
“Crónicas de una infiltrada”
86 Páginas 

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