Era un ministerio nuevo, casi invisible frente a la ciudadanía, una cartera en apariencia inofensiva. Seguramente ninguno de los asesores políticos advirtió que reemplazar a la ministra Alejandra Pérez de manera intempestiva para nombrar a Mauricio Rojas en su lugar, iba a provocar una crisis de proporciones. No contaban con que, todos los días, Raúl […]
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Era un ministerio nuevo, casi invisible frente a la ciudadanía, una cartera en apariencia inofensiva. Seguramente ninguno de los asesores políticos advirtió que reemplazar a la ministra Alejandra Pérez de manera intempestiva para nombrar a Mauricio Rojas en su lugar, iba a provocar una crisis de proporciones.
No contaban con que, todos los días, Raúl Zurita despierta temprano, lee la prensa de madrugada y de cuando en cuando publica en su cuenta Facebook alguna opinión.
Cuando leyó lo que opinaba el recién nombrado ministro Rojas sobre las violaciones a los Derechos Humanos ocurridas en dictadura, Zurita escribió. Aquello que escribió se replicó una centena de veces y logró lo que la oposición no ha podido: unir desde los sectores más moderados de la derecha hasta los límites de la izquierda en torno a la defensa de la memoria de los crímenes de la dictadura, exigiendo la destitución del ministro Rojas.
La figura de Zurita como un líder que se encumbra sobre su propia obra, su historia y la de su generación para exigir respeto, marcó el 2018. Zurita convocó a eso que suele llamarse “mundo de la cultura” -que suele ser poco más que un archipiélago de voluntades-, en torno a una ética que desbordó los límites del arte y alcanzó los bordes de la política. El poeta nos dio una causa y una esperanza.