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Opinión

28 de Febrero de 2019

Columna: El gesto bolchevique y el reconocimiento del lugar del pueblo venezolano

El asedio estadounidense no solamente amenaza con derrocar por la fuerza a un gobierno. El problema es que se arriesga perder todo lo que el pueblo venezolano ha sido capaz de construir hasta el día de hoy. Más allá de las contradicciones internas del proceso bolivariano, el intervencionismo militar norteamericano está poniendo en jaque la historia y el futuro de estas transformaciones sociales

Javier Orrego
Javier Orrego
Por

Javier Orrego
Abogado de la Universidad de Chile
Militante del Movimiento Autonomista

En Rusia en julio de 1917, durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, el Gobierno Provisional ordenó la ofensiva de Galitzia, más conocida como la “ofensiva de Kerensky”, un último ataque en contra de las fuerzas de las Potencias Centrales, que según sus propios gestores aceleraría la llegada de la paz tan ansiada y le devolvería el orden y la entereza al ejército ruso. Sin embargo, la derrota fue aplastante. La falta de disciplina se hizo más patente que nunca y los anhelos de paz desbordaron a las políticas de guerra, desatando extensas y violentas jornadas de protestas en las ciudades.

Las revueltas dieron la oportunidad a los bolcheviques para exigir al Comité Ejecutivo del Congreso de Soviets de obreros y soldados de toda Rusia hacerse cargo del Gobierno Provisional, el que había resultado enormemente debilitado tras el fracaso de la ofensiva de Kerensky. Pero también dio lugar para que sectores más radicalizados tomaran la iniciativa de la sublevación popular. Obreros y soldados de Petersburgo y marinos de Kronstadt lideraron
una acción violenta de masas que terminó en el levantamiento frustrado de julio. Las tropas gubernamentales sofocaron prontamente a los sublevados y el Soviet de Petersburgo culpó a los bolcheviques de querer someter por las armas a su voluntad minoritaria a todo el pueblo ruso.

El debilitamiento del Gobierno Provisional también fue aprovechado por los sectores conservadores y reaccionarios de la sociedad rusa, quienes en septiembre intentaron un golpe contrarrevolucionario bajo el mando del general zarista Kornilov. Kerensky hizo un llamado de auxilio de la “democracia revolucionaria” y los bolcheviques acudieron a defender al Gobierno Provisional, el mismo cuya destitución habían promovido meses atrás. Ingresaron al Comité para la Lucha de la Contrarrevolución que convocó el Soviet de Petersburgo, y tras fomentar la agitación de las masas de obreros y soldados, las tropas de Kornilov se vieron obligadas a detenerse a las afueras de la capital. Los soviets habían demostrado, otra vez, que en ellos recaía la soberanía y el poder político.

Sin ánimo de polemizar sobre los bolcheviques, el gesto que me interesa rescatar cobra una relevancia extraordinaria en estos tiempos, en que “están sonando fuerte tambores de guerra en el Caribe”. Se trata del reconocimiento del lugar que tienen los pueblos en la historia. Lugar que, por cierto, varía de un momento a otro según las fuerzas de unos u otros, pero que a la hora de definir una posición internacional ante una eventual intervención militar extranjera, debe ser relevado con sentido histórico y político. Tal como los bolcheviques, que, a pesar de las críticas acérrimas y de las diferencias insalvables que mantenían con el Gobierno Provisional, pusieron de relieve todo lo que la revolución rusa había logrado hasta ese momento, y, por consiguiente, todo lo que implicaba que el Gobierno Provisional fuera derrocado por las fuerzas reaccionarias. Del mismo modo, nosotros debemos saber qué se ha logrado hasta ahora y qué nos estamos jugando al elaborar una crítica o un apoyo al proceso bolivariano en la actualidad.

¿Cuál es entonces ese lugar que debemos reconocer? La historia reciente del pueblo venezolano es una historia de organización y de transformaciones institucionales y de base que desbancaron a la oligarquía y al capital transnacional rentista. Luego de un golpe fallido y de la elección de Chávez, el poder soberano por fin se expresó con toda legitimidad en la Asamblea Constituyente de 1999. Bajo el alero institucional de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, reconocida por el oficialismo y la oposición, el pueblo acudió a organizarse: Consejos Comunitarios de Agua, Comités de Tierras Urbanos, Comités de Salud, y en un periodo posterior, Consejos Comunales y Comunas. El Estado introdujo reformas estructurales y reorientó el gasto fiscal: control de la producción petrolera, educación en todos los niveles, salud gratuita e implementación de las demandas indígenas.

Desde luego, el pueblo venezolano no ha cumplido solamente el rol de apoyo y respaldo popular a las reformas estatales, sino que ha sido también protagonista de las transformaciones de la sociedad venezolana, en un punto de encuentro virtuoso con los gobiernos chavistas, aunque ciertamente debilitado de un tiempo a esta parte. No es un secreto para nadie el que la legitimidad con que contaban en la época de Chávez ha mermado en desmedro de toda Venezuela: la crisis económica y el agotamiento del modelo extractivista exportador petrolero, la tensión inmanejable entre las prácticas del poder popular y un Estado fuerte y verticalizado, la dependencia financiera, la reciente deriva autoritaria y el clientelismo militar.

Sin embargo, el asedio estadounidense no solamente amenaza con derrocar por la fuerza a un gobierno. El problema es que se arriesga perder todo lo que el pueblo venezolano ha sido capaz de construir hasta el día de hoy. Más allá de las contradicciones internas del proceso bolivariano, el intervencionismo militar norteamericano está poniendo en jaque la historia y el futuro de estas transformaciones sociales. Por lo tanto, lejos de ocultarnos detrás del velo de la crítica a Maduro, nuestro deber es acudir al llamado por la defensa mancomunada de lo que se ha gestado en el seno de un pueblo, a secundar una salida democrática real y efectiva entre venezolanos y evitar a toda costa que este proceso, aún en curso, sea subyugado por las fuerzas militares norteamericanas. Esto significa, por un lado, movilizar a las organizaciones y ciudadanos de nuestro país para que se manifiesten en contra del intervencionismo militar norteamericano en Venezuela, y por otro, que nuestros dirigentes frenteamplistas acudan con urgencia a apoyar el Mecanismo de Montevideo que presentaron Uruguay, México y los países del Caricom.

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