Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

11 de Abril de 2019

[Crítica de Teatro por el Festival Exit] “Putamadre”: Rojos de rabia, rojos de pasión

Hablo por mi diferencia Defiendo lo que soy Y no soy tan raro Me apesta la injusticia Y sospecho de esta cueca democrática Pero no me hable del proletariado Porque ser pobre y maricón es peor Pedro Lemebel, Manifiesto (hablo por mi diferencia) Cuerpos de la sexualidad disidente, marginación poética y real, explotación sexual, visiones […]

Jorge Letelier
Jorge Letelier
Por

Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor

Pedro Lemebel, Manifiesto (hablo por mi diferencia)

Cuerpos de la sexualidad disidente, marginación poética y real, explotación sexual, visiones reaccionarias de género, inmigración y pobreza. Si fuera por temas, Putamadre podría ser un ejercicio modélico para los afanes estudiantiles de una obra de egreso: los temas acuciantes que conllevan el rótulo de “injusticia” están acá. Los vemos amplificados hasta el griterío en muchas obras de compañías jóvenes y, sin ir más lejos, en otras presentadas en el Festival Exit, como “Brian, o el nombre de mi país en llamas”.

¿Qué hace diferente a Putamadre de otros esfuerzos de noveles compañías cuya sensación de injusticia y victimización obnubilan sus discursos? Todo, básicamente. La creación colectiva de los alumnos de la Universidad de Academia de Humanismo Cristiano (UAHC) dirigida por el sólido Ernesto Orellana (Inútiles, Orgiología) busca instalar una moral opuesta a la oficial para ilustrar las formas en que el statu quo ha normalizado la marginación y el sexo desde un espacio de dominación, y por extensión, de clases.

En un campamento llamado “La Torvaldo Helmer”, una “familia puta” (así se autodefine) integrada por la madre Nora (Leyla Ponce), una prostituta convencida de su rol, y sus dos hijos, Cleopatra (Paulina Valdenegro) e Hipólito (Cristofer Caro), intentan sobrevivir entre la nula visibilización de su tragedia y la esperanza de reunir el dinero para asfaltar las calles del campamento. Su marginación es tanto social como un autorrechazo a la norma heteropatriarcal que rige la noción de familia, donde la madre promueve la idea de una educación sexual puta para subvertir el reduccionismo con que la clase dominante entiende -y censura- el tema.

Esta casa de paredes y techo de plástico es una especie de altar marica; utiliza una cierta idea de sincretismo para presentar una imaginería kitsch-religiosa-gay que es una alegoría de las múltiples pulsiones marginales que se resisten a morir, desde las estampitas de la Virgen María a los zapatos de Drag Queen pasando por la imagen de Felipe Camiroaga y el guiño directo a Hija de Perra, la fallecida performer queer protagonista del filme Empaná de pino. De esta forma, la disidencia sexual y social se expresa en varios niveles todos marcados por la tragedia: es la pobreza agobiante, la orfandad de los hijos por un padre (Torvaldo) que es la ausencia del padre mayor (la patria), la inminencia de la muerte en la esquina, los sueños rotos por una democracia que no llegó para todos.

Esta madre llamada Nora (por Casa de muñecas) es mucho más que una metáfora feminista: es la rabiosa determinación de tomar el destino con sus manos, mutilar el rol del padre y esposo y enfrentar la tragedia de la descomposición social y familiar con cuchillo en ristre. A eso se enfrenta cuando la inmigrante colombiana (Esperanza Vega) se allega a la familia pero escondiendo un secreto, la irrupción de un feminismo moralista que castiga la explotación sexual pero que no entiende el contexto de su realidad.

Esa mirada supuestamente libertaria y progre, hoy ejemplificada en ONGs y movimientos de discursos totalitarios, entra en colisión con esta marginación sexual/moral, cuya obsesión dignificadora empuja a Nora a una tragedia como la de Medea, que puede ser similar a la de todo/a disidente sexual consciente de su rol. Apelando sin morbo a una descripción compleja de personajes, los cuatro intérpretes están muy ajustados en sus roles, siempre al borde del desenfreno kitsch pero sorteados por una humanidad providencial, con la sombra de la furiosa ternura literaria de Pedro Lemebel cuyo elocuente manifiesto es dicho al inicio y al final.

Alegoría densa e incómoda, sorprende por la convicción con que instala una tensión a contrapelo de cualquier irreverencia de moda, situando al cuerpo como un territorio de batallas de reivindicación y venganza bajo un sino inevitablemente fatalista. La poética política-marginal de Orellana orquesta con furia este drama teñido de urgencia de ángeles caídos en la nauseabunda oficialidad de lo correcto. Como más que una obra de egreso, es un punto destacado del Festival Exit que merece una visibilidad mayor.

Director: Ernesto Orellana
Asistente de dirección: Macarena Guzmán
Elenco: Leyla Ponce, Esperanza Vega, Paulina Valdenegro, Cristofer Caro
Técnico de iluminación: Ian Bruce
Técnico de sonido: Macarena Guzmán

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.

Síguelos en Facebook

Síguelos en Twitter

Síguelos en Instagram

Notas relacionadas