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Cultura

24 de Junio de 2019

Crítica de teatro “Mano de obra”: La difícil tarea de remontar un clásico

"Pero, a la misma luz de Mano de obra, creemos que han pasado varias cosas en términos de lucha de clases y de triunfos del capitalismo. La globalización ha transformado todas las relaciones, desde las intimas hasta las sociales, pasando por las privadas, las públicas, las gobernantes y las esclavizantes. Nómbrenlas. Todas han sido transformadas".

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Corría el año 2003, y luego de una inmutable pasada por el cambio de siglo por parte de la escena chilena, que lo recibió con solo algunas reposiciones y más nada recordable, Alfredo Castro nos volvía a sorprender y a encantar en una nueva colaboración con Diamela Eltit (Premio Nacional de Arte 2018), a partir de una novela de esta última. Mano de obra se erigía mostrando la ferocidad del neoliberalismo que se desplegaba abriendo el siglo, con toda su crudeza desatada sobre la clase obrera, presa de su insaciable deseo y su necesidad, al tiempo de hacer eco de la poética y estilística de Castro para poner en escena y dirigir. Todo esto coronado con un elenco de lujo, encabezado por Amparo Noguera y Rodrigo Pérez.

Algo en un tono menor sucedió en el remontaje de esta obra, el año 2007. Con elenco parcial, vino a celebrar la apertura del centro de investigación teatral Teatro La Memoria, iniciativa ampliamente celebrada por venir a coronar la labor teatral por parte de su director, el mismo Castro. Esa versión tuvo el valor de la celebración, del merecido autohomenaje, del cambio de folio y de la apertura a grandes sucesos de arte que se vendrían repitiendo hasta el cierre forzado del centro de investigación, por falta de fondos y por una absoluta falta de visión a largo plazo, por parte de un estado que aún cree que con el Fondart y con la reparación de alguna iglesia en Chiloé tiene la pega hecha. Craso error que tiene a los artistas también avalando por años esas mismas políticas y siendo incapaces de ponerle un coto de verdad más que simplemente quejarse mientas llenan el formulario correspondiente, celebrando cuando ganan y llorando cuando pierden. Silenciosos en el éxito y ruidosos asépticamente en el fracaso.

Las vueltas de la vida hicieron que Castro recuperara físicamente el espacio que ocupaba, y que se reabriera el centro de investigación. Y para celebrar la reapertura escogió reponer la misma Mano de obra, esta vez con elenco casi original.

¡Qué difícil misión remontar un clásico! ¿Por qué?, ¿Cuáles son los criterios para hacerlo? ¿Un rescate de lenguaje? ¿Una revisión de estilo? ¿Un ejercicio de arqueología? ¿Un salto al futuro? En este caso el gesto es celebrar un acontecimiento. Pero, ¿que nos deja?

Independiente del mérito de remontar una creación del nivel de Mano de obra, consideramos que esta pasada quedó carente de fuelle. Hay un insuflo político que ha caracterizado la autoría de Castro, siempre comentando al poder desde la poesía escénica, desde las imágenes potentes y desgarradoras, desde lo exagerado y desde la forma expresionista, pero siempre con una perspectiva de época. Una especie de testimonio permanente de época y fulgor generacional. Esta vez creemos que su pasada quedó sin fuerza de testimonio.

Asistimos a las desventuras de un grupo de trabajadores que cohabitan una especie de cité o de casona con múltiples habitaciones, en donde se establecen relaciones basadas en el poder y en la dependencia. Hay una clara crisis de empleo en el supermercado, donde aparentemente todos trabajan, y eso desencadena sucesivas crisis. Las relaciones se van tensando y descomponiendo, hasta dejar un rastro de traición de clase y una derrota absoluta.

Pero, a la misma luz de Mano de obra, creemos que han pasado varias cosas en términos de lucha de clases y de triunfos del capitalismo. La globalización ha transformado todas las relaciones, desde las intimas hasta las sociales, pasando por las privadas, las públicas, las gobernantes y las esclavizantes. Nómbrenlas. Todas han sido transformadas. Entonces, consideramos que esos cambios no permearon a este remontaje. Como el mismo maestro Castro ha planteado en su autoría, ésta invita al cambio no se niega a él. Invita a ser feroz testigo de una época no a pasar por su lado negando precisamente el cambio. Mano de obra no se enteró de que había llegado Walmart, ni que la relación del trabajador con su trabajo había dejado de ser esa “visión social” de la que se jactaba tener Castro en el montaje original de esta obra. Ya no luce así ese trabajador: ya no lucen así esos trabajadores. Ya no lucen así esos guetos, esos cuerpos. Ese escolar ya no porta el discurso del demonio ni de la muerte. Ese escolar está viendo el reality o a una cantante de moda con cuatro canciones en su playlist.

Hay una visión finalmente romántica del arte. Hay una intención de remostrar quien soy, casi como un ejercicio grifferiano de eternidad.
Todo ha cambiado. Para bien o para mal.

Hasta el estilo ya abandonó los cuerpos. Tenemos en el maestro Rodrigo Pérez y en la maestra Amparo Noguera un bello intento por levantar la bandera de lo que han defendido por tantos años: una poética, una generación, una manera. Pero que dialoga forzadamente con sus propios talentos y monstruosidades. Porque qué duda cabe de que ambos son unos gigantes de la historia teatral chilena. Pero el esfuerzo es igual de gigantesco, y se nota. Cuesta mucho para que la obra agarre fuelle. Un segundo aire le otorga el desempeño del actor Marcial Tagle, quien, como buen alumno, mantiene al pie de la letra lo marcado por sus maestros. Hasta el esperpento y el riesgo estomacal de provocarse el vómito una y otra vez. Taira Court luce cómoda en el estilo, pero marcando la coreografía y los pies, rememorando los dos remontajes que ya tiene en el cuerpo. Paola Gianinni también hace gala de buena memoria para reproducir lo ya antes hecho. Jaime Leiva puebla un territorio que no le pertenece, pero que recorre bien con agilidad y mucho talento. Es de esos cuerpos jóvenes que provoca que estos gestos antiguos abriguen cierta esperanza en una futura escena igual de seria, comprometida y militante, como la de los que ya están en la etapa de la remembranza y la reedición de los grandes éxitos.

Fuera de nuestras consideraciones, es difícil para el público entrar en la obra, a pesar del manual explicativo que entrega la persona que da la bienvenida a la sala. Incluso la cantidad de esputos y garabatos que en un principio causan risa, luego pasan no a la incomodidad, sino a la reiteración nominal y vacía, distanciando la experiencia estética a esperar el próximo garabato, el próximo objeto que será lanzado al suelo o el próximo “punteo” ejecutado por los actores.

Consideramos que hay material de sobra en el tiempo que ha pasado para haber revisitado Mano de obra de manera de haberse convertido en una nueva crítica descarnada y feroz con el sistema contra el que intenta ser salvaje y punzante. Todo contribuye para que sea casi una pieza de museo, sin propuesta concreta y rebelde, encerrada en una campana de cristal impenetrable y solo puesta ahí para ser admirada y alabada.
¿Cómo traer un clásico de vuelta? ¿Cómo colocarlo de cara al presente más que dándole la espalda y pretender que uno acceda sin ciertas dudas? ¿Quiénes son ahora ese grupo de artistas? ¿Cuáles son sus biografías? ¿Qué han tenido que recorrer para llegar hasta aquí?
Esperamos con ansias lo nuevo que tenga que venir desde Castro, desde su compañía y desde su centro de investigación.
Funciones hasta el 29 de junio, de jueves a sábado, a las 20:30 horas en el Teatro La Memoria.

Obra: Mano de obra
Puesta en escena: Alfredo Castro
Elenco: Amparo Noguera, Taira Court, Paola Giannini, Rodrigo Pérez, Marcial Tagle, Jaime Leiva
Vestuario: Taira Court
Iluminación: Tatiana Pimentel
Música: Miguel Miranda
Diseño gráfico: Carola Sánchez

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.

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