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Opinión

22 de Julio de 2019

[Columna] Percepciones y datos: una falsa dicotomía

"Así, sin darnos cuenta, nuestro vocabulario político se empobreció dramáticamente. De hecho, parte significativa de nuestra crisis es no contar más con un lenguaje que vea en las percepciones algo distinto a la pura subjetividad y arbitrariedad. La dicotomía nos hace reticentes a pensar las percepciones como un espacio dotado de cierta existencia propia, de cierta autonomía", escribe Santiago Ortúzar.

Santiago Ortúzar
Santiago Ortúzar
Por

Santiago Ortúzar

Investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad

Hoy es prácticamente imposible decir algo sin insistir que debemos recordar las “percepciones” y los “datos”. Mientras que los datos muestran –se nos dice– cómo las personas efectivamente se comportan y las decisiones que toman en la práctica, las percepciones describen el conjunto de sus creencias y valoraciones subjetivas, lo que les molesta, cómo se imaginan el mundo.

El problema empieza a la hora de vincularlos, pues nos daremos cuenta rápidamente de que percepciones y datos difícilmente coinciden. Los ejemplos abundan: las personas perciben que Chile es un país profundamente corrupto y capturado por las redes de influencia, pero los datos indican que sus instituciones se cuentan entre las más probas de América Latina; o las personas creen que la delincuencia alcanza niveles inéditos en nuestra historia, mientras que las encuestas de victimización revelan que la magnitud del delito se mantiene más bien estable; y así con tantas cosas.

Esa brecha entre percepciones y datos reclama una explicación. Sin ser la única, en los debates públicos tiende a primar la hipótesis del desconocimiento. Si las personas conocieran los datos, afirman los expertos, sus percepciones cambiarían; pero como eso no ocurre, no tenemos cómo confrontar o corregir nuestras percepciones con la realidad. Lo natural es imaginarnos algo que tiene poca correspondencia con ella, algo que obedece más bien a nuestros prejuicios. Esta explicación no presupone (necesariamente) algo así como que “la gente es tonta”, u otras fórmulas infantilizadoras o paternalistas que se escuchan en algunos círculos (aunque desde luego eso se dice), sino simplemente que las percepciones de las personas son solamente un déficit de información.

Esta idea, en apariencia tan trivial, ha tenido gigantescas consecuencias. A ella se deben buena parte de fenómenos como el “auge de los expertos”, la oposición entre técnica (tecnocracia) y política y el rechazo de las “ideologías” en favor del pragmatismo. Su auge se debe al carácter autoexplicativo que presentan los datos, la “realidad”, la “evidencia”, frente a lo que las personas “creen”. Ocurre algo inédito: tenemos al fin un criterio neutro para hablar de los fenómenos sociales, un estándar externo a la sociedad y libre de “valores”. Al fin podemos despolitizar la sociedad, porque politizarla significa precisamente renunciar a los datos y creer que nuestra sesgada visión del mundo es la correcta.

Así, sin darnos cuenta, nuestro vocabulario político se empobreció dramáticamente. De hecho, parte significativa de nuestra crisis es no contar más con un lenguaje que vea en las percepciones algo distinto a la pura subjetividad y arbitrariedad. La dicotomía nos hace reticentes a pensar las percepciones como un espacio dotado de cierta existencia propia, de cierta autonomía. Tendemos a olvidarlo, pero nuestra vida no es ni remotamente un reflejo mecánico de lo que los datos “dicen”. El deseo, los afectos, la estética, las convicciones y tanto más de aquello que es decisivo en nuestra vida tienen otra fuente. Y es que, a fin de cuentas, las percepciones también son un aspecto de la realidad, un “dato”. Es sólo porque contamos con una idea (por provisoria y vaga que sea) de los aspectos significativos de la realidad que podemos identificar un dato sobre ella, una parte del mundo que amerita ser investigada. Al reducir el mundo sólo a sus determinaciones sensibles, creer que lo real sólo aparece sólo en cuanto nos libramos del sujeto, nos hemos privado precisamente del mundo que intentábamos conocer.

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