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Opinión

23 de Julio de 2019

Columna de Sergio Caniuqueo: Muertes mapuche en el conflicto mapuche. De la violencia estructural a la violencia reconfigurada

Agencia Uno

La muerte de Lemuel Fernández Toledo se debe a condiciones históricas, y no a las causas típicas de un simple hecho noticioso. Balas como la que lo mató han sido disparadas desde hace muchos años atrás. Y se seguirán disparando mientras no se aborden las estructuras de la violencia originaria que surgen con la ocupación chilena desde principios del siglo XIX, en el territorio de Arauco.

Sergio Caniuqueo Huircapan
Sergio Caniuqueo Huircapan
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*Por Sergio Caniuqueo Huircapan.
Historiador Mapuche. Investigador Adjunto CIIR-PUC

La violencia es parte de la naturaleza y está en la sobrevivencia de muchas especies. En el ser humano, es estructurada en la cultura, pasa a ser parte de la formación de las personas, se normaliza y se percibe desde el sentido común como algo natural y necesario para el funcionamiento de la sociedad.

Para poder llegar a esa creencia, se necesita de procesos históricos y relaciones de poder que someten a otros, donde quienes someten asumen que ejercen un derecho, como parte de un plan divino, mientras a los que son sometidos se les disciplina o se les persuade de que esto es el orden natural. Pero no lo es. La violencia jamás se asimila del todo como un hecho natural por quienes la viven, en muchos casos viajan en las memorias, en los relatos, están presentes diariamente en comentarios que a veces parecen intrascendentes, instalando un malestar que se va acumulando hasta llegar a un límite y explotar.

La muerte de Lemuel Fernández Toledo se debe a condiciones históricas, y no a las causas típicas de un simple hecho noticioso. Balas como la que lo mató han sido disparadas desde hace muchos años atrás. Y se seguirán disparando mientras no se aborden las estructuras de la violencia originaria que surgen con la ocupación chilena desde principios del siglo XIX, en el territorio de Arauco.

La avaricia de una élite chilena y de longkos inescrupulosos, utilizan la violencia para desplazar a comunidades para dar origen al latifundio, esto es la “Ocupación Espontanea de Particulares”. Samuel Lillo en sus Canciones de Arauco, como Baldomero Lillo, en su cuento Quilapan, nos muestran historias escritas con la sangre de los usurpados, sumidos en la miseria.

Esta violencia originaria llevó a que las comunidades de Arauco se desplazarán al sur, aumentando la población de lo que es Cañete y Tirúa, donde murió Lemuel Fernández, ocupando el sector costero de Puntilla Casa Piedra al río Moncul. Otras familias migraron a Galvarino, Cholchol, Nueva Imperial y Carahue.

La violencia de estos civiles llevó a disciplinar al obrero agrícola y al de la mina carbón, hasta los años 70, en el siglo XX. De ahí en adelante, el Estado se haría. Hoy la violencia vuelve a manos de los civiles, legitimada por la defensa de la propiedad privada. La violencia modeladora o estructural hoy da paso a una nueva violencia, funcional, mediatizada por los medios de comunicación y que tiene el poder de construir opinión y establecer culpables sin la necesidad del sistema de justicia.

Sin embargo, tanto la delincuencia como la violencia de los movimientos sociales son productos históricos, y si pensamos detenidamente, quien establece la categoría de lo delictual lo hace desde una estructura de poder. Como el Estado chileno, que por años ha sabido de las situaciones de violencia contra los mapuche pudo anticipar los tipos de muertes que cobraría el conflicto, pero desoyó las advertencias de los porfiados hechos. Ahora, las declaraciones en contra de los hechos de violencia se limitan a la violencia producida en el marco en el conflicto, pero no existen acciones que aborden la situación de la violencia originaria y estructural que se arrastra por siglos.

LA VIOLENCIA RECONFIGURADA

La “reconfiguración” de la violencia es una operación comunicacional simple, que separa la violencia estructural de los hechos de violencia actual, como si estos últimos fueran actos espontáneos, carentes de pasado. Para ello se la reconfigura en un discurso y nos muestran los hechos de manera episódica o en un marco temporal en la cual los únicos culpables de la violencia son los mapuche, como si se ejerciera en una sola dirección. Y el efecto es que toda la discusión se torna anecdótica, con frases tales como “un grupo de encapuchados”, o “una acción delictual”, y la discusión avanza sobre qué hacer con los sindicados culpables: “hay que matarlos” o “hay que encerrarlos de por vida”. Lemuel Fernández ya ha sido presentado como el encapuchado, y por tanto es culpable de su muerte. Y por su parte, quien disparó lo hizo convencido de estar resguardando su legítima defensa y repeliendo una amenaza, al calor del miedo, y la sociedad empatiza con esta situación, porque los medios dicen que es una respuesta a un acto delictual. Estas respuestas reactivas descomprimen la tensión producida por la violencia estructural, pero crean discurso vacío, basado en la venganza como acto ejemplificador.

La realidad actual es resultado de las relaciones entre las violencias de particulares, del Estado y de las respuestas de un sector del movimiento mapuche que busca suprimir la violencia estructural con una nueva violencia, ideológica, que sustente este cambio. Esto no es nuevo, muchos cambios sociales se han construido en base a la violencia que busca suprimir a la violencia originaria, como la misma revolución francesa o la independencia de Estados Unidos; y lo mismo con Chile, revisen como se han conquistado los derechos sociales en este país: entre violencia y masacres.

Los crímenes de odio nacen de la violencia estructural, y la única manera de evitarlos es ahondar en el origen, y avanzar en un proceso de sanación, que involucra abrir la verdad a todos y reparar los siglos de injusticias en todos ámbitos. Es hora de terminar con la pena de Arauco y salir del espiral de la violencia en la que nos han envuelto, generando respuestas creativas ante la desesperanza, tratándonos la violencia que nos carcome y que tiene rienda suelta al interior de clases populares, enfrentando al poder sin miedo, confiados en que somos capaces de construir una sociedad mejor que la que heredamos.

Personas mapuche y no mapuche seguirán muriendo en el marco de este conflicto, serán parte de la estadística policial para el Estado, pero para sus familias, comunidades y militantes ser parte de un sentimiento de angustia, impotencia y rabia, tanto por la violencia como por la impunidad. A ellos, el estado y la sociedad en general les dejan dos alternativas, sumirse en la resignación o rebelarse.

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