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Teatro

24 de Julio de 2019

Crítica de teatro “Todos mienten y se van”: El último Sieveking

Cedida

"Hay una mirada irónica al presente que pasa por delante de este café. Un presente con mucho quehacer callejero, mostrando lo poco que pulsa al interior de cada uno de los contertulios de paso", escribe César Cancino.

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¿Es Alejando Sieveking el último dramaturgo clásico vivo? El autor, actor, pedagogo y Premio Nacional de Arte vuelve al teatro de la mano de Alejandro Goic, en el montaje Todos mienten y se van, estrenado en el Teatro UC.

El último Sieveking es de alguna manera una especie de réquiem. Una especie de autohomenaje inconsciente. Una especie de despedida, o más bien una saludada a una nueva época: un adiós a una transición ya terminada en la vasta y prolífica vida del autor, y un hola a una nueva etapa, más libre. Más despeinada. Ya de sobra reconocido por su dramaturgia, en esa transición Sieveking se terminó de consolidar como actor de cine. Una arista quizá inesperada en su carrera. Premiado, además, nos da la impresión de que se le está abriendo una especie de libertad, un espacio propio de creatividad y producción artística. Así se deja ver en esta dramaturgia, que entrega una fresca visión de una larga vida que se acaba.

Todos mienten y se van narra un instante actual en la vida de una pareja de adultos mayores. Ella, una actriz marchita y de pasado glorioso, y él, un borroso segundón quien cree estar experimentando nuevamente el amor en el cuerpo de una mujer más joven, comparten un café de despedida en la mesa de un local de algún barrio central. Alrededor de esta mesa circulan una serie de plots con situaciones cotidianas: la dueña del café quien mantiene amoríos con el mozo del local, la pareja gay que se maltrata, el prostituto al paso y su especie de novia-manager, la mujer más joven que encandila al viejo y que aparece como espejo deslavado de la actriz mayor, y un par de millennials con sus respectivos celulares.Todo esto lo enmarca una ciudad en plena efervescencia de marchas y movilizaciones.

Se nota desde el inicio que la escenografía la diseñó un arquitecto, con una muy bien resuelta idea de murallas altas traslúcidas, que muestran la estructura de este café, sus interiores, y que, además, sirve de pantalla donde se proyectan visuales que otorgan contexto al montaje. Aparte de una proyección final sorpresiva y que le da autoría a la dirección de Goic no sucede mucho más en este café. Se van sucediendo una en una la presentación y un pequeño desarrollo argumental de cada uno de los mundos descritos más arriba. Desde el estado de reflexión permanente de la pareja protagonista, pasando por el convenio sexual logrado por la pareja gay con el prostituto, hasta la incomunicación inherente de la pareja de jóvenes con celulares.

Hay una mirada irónica al presente que pasa por delante de este café. Un presente con mucho quehacer callejero, mostrando lo poco que pulsa al interior de cada uno de los contertulios de paso.

Goic, laureado actor y director, hace una traslación realista del texto de Sieveking. No hay mucho despliegue de puesta en escena más que lucir las actuaciones presentadas. No hay mucho de juego teatral. Más está la obligación inherente de respetar el texto del autor; lucir las figuras de Ana Reeves y la del propio Sieveking, engalanadas por un elenco eficiente en la conducción, mas no pretendiendo sumergirse en alguna profundidad, que quizá hubiese quedado a contrapelo en este planteamiento escénico.

Destaca el oficio de Juan Pablo Miranda, quien juega un personaje lleno de matices y de buena gestualidad, comprendiendo a cabalidad su lugar de soporte en este ejercicio. Es interesante la naturalidad que trabaja Giodano Rossi en su rol de chico trabajador sexual. Carolina Paulsen no tiene mucho que desarrollar. Los personajes en general son planos, sin mucha profundidad salvo su rol de darle sostén a este lugar de paso y de observación. Quizá un poco la textura que se vive en esta ciudad descomprometida, que mira con indiferencia la debacle social que está dejando el sistema.

Sieveking dobla esta visión sobre un artista mirando su pasado glorioso y su presente lleno de posibilidades y de amor. O ilusión. Muestra a su yo actor a través del personaje de Ana Reeves y a través de él mismo, al hombre atrapado durante mucho tiempo en algo. En una estructura formal y forzada. Y es la muerte, el holocausto limpiador y renovador. Pero que, también, sucede frente a la indiferencia de los observantes.

A momentos la obra pretende ser una comedia. La gente ríe, en general. Esa es la trampa que ocupa el dramaturgo para que la reflexión dura penetre por otros niveles en los espectadores. De alguna manera Todos mienten y se van plantea la misma máxima de “el último apaga la luz”. Nosotros consideramos que Sieveking es el primero que la prende. Goic es su balsero y el elenco son las musas que acompañan este viaje.

Todos mienten y se van es una invitación a salir de esa mentira y volver cuando la luz esté prendida.Vamos a ver quiénes aceptan la rebelde invitación de Sieveking.

Obra: Todos mienten y se van de Alejandro Sieveking
Dirección: Alejandro Goic
Elenco: Alejandro Sieveking, Anita Reeves, Giordano Rossi, Andrea Martínez, Paulina Moyano, Juan Pablo Miranda, Ernesto Meléndez, Carolina Paulsen, Francisco Reyes-Cristi, Tamara Herrera, Germán Retamal, Cristián Quezada (voz en off).

Funciones del 11 de julio al 17 de agosto, de miércoles a sábado a las 20:00 horas en la Sala 1. Ana Gonzalez, Teatro UC.

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.
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