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Opinión

30 de Agosto de 2019

La lengua de Ignacio Sánchez

El rector ha reaccionado tal como lo han hecho por décadas las autoridades episcopales católicas, intentando deslegitimar las experiencias y pensamientos de las víctimas de abuso.

Mike van Treek Nilsson
Mike van Treek Nilsson
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El 14 de agosto la Fundación para la Confianza celebró una alianza con la Pontificia Universidad Católica con el fin de crear un centro de estudios sobre el abuso sexual infantil. Llamaron a este centro «Cuida». La opinión pública en su gran mayoría reaccionó con desconfianza, con dolor, con sorpresa y con fundadas críticas negativas a esta alianza. Algunos reaccionaron con cautela pensando que la Fundación quería «cambiar las cosas desde adentro», lo que también suponía una visión negativa de lo que pasa dentro de aquella universidad.

Parece ser parte del sentido común instalado que la PUC, en cuanto institución católica, comparte el mismo descrédito que el resto de las organizaciones ligadas a la jerarquía católica. Ni todo el capital de confianza y credibilidad acumulado por Hamilton, Cruz y Murillo, fueron suficientes para detener el contagio del desprestigio tanto de la jerarquía católica como de otras autoridades laicas. Tampoco fue suficiente toda la parafernalia mediática montada en torno a la firma. De hecho, no era ni siquiera necesaria. La PUC habría podido firmar el convenio sin ninguna publicidad, como lo hace habitualmente. El valor de este acto era el espectáculo que se montaba en torno a él. Ahora bien, sabemos que el espectáculo sirve para ocultar la miseria de lo real, al decir de Guy Debord.

Las críticas provenientes de varios sectores de la sociedad, incluso también de grupos conservadores, obligaron a Ignacio Sánchez, el rector de la Universidad a salir en los medios a referirse a este acuerdo. Y en esta bataola de voces críticas las palabras del rector sonaron tal cual como son: la representación real de la miseria que se quiere ocultar. ¿Fallo comunicacional? Sin duda. Pero además, ocurre que cuando se habla con tal nivel de soberbia y desesperación es imposible ocultarse tras las palabras.

Por ejemplo, el rector fue entrevistado en la radio Duna el 23 de agosto. Casi 10 días después del acuerdo aún la UC no podía controlar los daños. Abre su entrevista señalando que las críticas provienen de sectores «extremistas» y que ello le indica que va por buen camino. Curioso. Se supone que CUIDA es un centro que quiere poner atención a las víctimas de abuso sexual y otras «adversidades». Ahora bien, las críticas en su gran parte han venido precisamente de aquellas víctimas que la UC dice que quiere cuidar, pero sus invervenciones públicas han sido ataques violentos a sobrevivientes de abuso sexual. El estigma de extremistas los intenta posicionar como agresores irracionales, como un grupo de fanáticos a combatir y vencer, se las excluye de plano de la racionalidad. Se las invisibiliza detrás de una masa comparable a un grupo armado. La falta de cuidado en estas palabras es patente, aún más dichas en un país como Chile donde el apelativo «extremista» fue insistemente utilizado para justificar el exterminio político de un sector del país.

¿Es justo este trato? No. Las voces que han levantado la crítica provienen del mundo académico, de activistas, de redes organizadas de víctimas y múltiples personas tocadas por todo tipo de abuso eclesiástico. A todos ellos el rector Sánchez ha levantado su lengua maltratadora. «La lengua de un hombre es su timón», dice un proverbio egipcio antiguo. La lengua de Sánchez hiere, maltrata lo que dice querer cuidar.

Sánchez defiende la alianza como un centro académico. ¿Pero qué tipo de academia es una que rehúye las críticas sin siquiera ponderarlas? Se supone que un académico escruta los argumentos de quienes no concuerdan con sus posturas. Se supone que un académico no descarta con falacias ni estigmatiza a sus críticos. Menos aún cuando muchos de ellos llevan bastante más tiempo estudiando el tema en el cual la UC pretende recién indagar. Una actitud auténticamente académica sería la contraria: escuchar las críticas, ponderarlas, evaluarlas, acoger las que parezcan pertinentes y contraargumentar respecto de las que se consideren insuficientes. Nada de esto último se puede apreciar en la embestida de Sánchez.

El rechazo a las víctimas también desprecia los avances que ellas han realizado en indagar las causas. Muchas personas han elaborado lenta y pacientemente lo que han vivido. Han estudiado personalmente convirtiéndose muchas de ellas en autodidactas, han hecho de su vida herida una historia de reparación y han decidido compartir lo aprendido, han hecho del abuso sexual infantil el objeto de sus carreras académicas. Muchas de estas víctimas que el rector llama extremistas acusan a la estructura jerárquica de la Iglesia como una de las causas del abuso y del encubrimiento. Tal vez al rector no le parece una contribución atendible, dado que su designación depende directamente de aquella jerarquía hoy con su credibilidad en ruinas.

El maltrato verbal que las víctimas han recibido de parte del rector Sánchez alcanza otro cariz cuando se considera que a varias de ellas se les invitó a participar en la ceremonia de firma de esta alianza. A algunas incluso se las acosó telefónicamente para ello. A ciertas víctimas ahora tildadas de extremistas pocas semanas antes se las invitaba incluso a dar ideas respecto de esta alianza y declinaron participar. También han sido invitadas a aportar en la comisión de estudio sobre el abuso eclesiástico que la misma UC ha conformado. A todas estas personas, al no haber aceptado ser parte de este espectáculo ‒y dando muy buenas razones‒, al rector le ha parecido bien agredirlas en público. ¿Qué pueden esperar los niños que serán objeto de estudio de este centro? No olvidemos que la UC también ha hecho alianzas con instituciones que consideran la homosexualidad una enfermedad y que despotrican contra lo que llaman «ideología de género». ¿Son esas adversidades para la infancia, según la ideología ultraconservadora de la UC?

En síntesis, el rector ha reaccionado tal como lo han hecho por décadas las autoridades episcopales católicas, intentando deslegitimar las experiencias y pensamientos de las víctimas de abuso, agrediéndolas, y desconfirmando sus procesos y descubrimientos. Con su reacción ha dado la razón a las críticas: la UC es una institución en cuyas venas circula la misma sangre de la iglesia abusadora.

Por Mike van Treek Nilsson, teólogo independiente.

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