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Opinión

1 de Octubre de 2019

Los Invisibles

Agencia Uno

"La aflictiva situación de los ancianos chilenos es multicausal y requiere esfuerzos en distintos niveles. Con todo, quisiera concentrarme aquí en un ámbito particular: el Municipal. En efecto, principalmente instituciones municipales y sus abnegados funcionarios aliviaban la difícil cotidianeidad del matrimonio que da inicio a esta columna", escribe Pía Mundaca.

Pía Mundaca Ovalle
Pía Mundaca Ovalle
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Pía Mundaca Ovalle

En julio del año pasado, Jorge, conchalino de 84 años, tomó un revolver decidido a terminar con las enfermedades y el abandono que habían traído la vejez. Primero disparó a Elsa de 89 años, su esposa por más de medio siglo. Luego apretó el gatillo sobre sí mismo. Fue la única solución que encontraron para enfrentar una vida que se les había hecho inefablemente dura. El suicidio acordado de este matrimonio impactó fuertemente a los vecinos de Conchalí y la opinión pública, pero, prontamente -como anunció Eduardo Valenzuela, médico geriatra del Hogar de Cristo-, la tragedia fue olvidada. El caso de Jorge y Elsa no es aislado, según un estudio publicado por Ana Paula Viera, académica de la unidad de gerontología de la Universidad Católica, los mayores de 80 años tienen la tasa de suicidios más alta del país. ¿Cuál es la realidad detrás de estas muertes?

Comencemos por un dato proporcionado por el mismo Valenzuela, si bien nuestro país necesita al menos de unos 500 médicos geriatras, hoy apenas contamos con 100. Pese al boom y oferta en el mercado de las clínicas y seguros privados de salud, el 89% de los ancianos es usuario del sistema público: atender personas mayores no es negocio. Sumémosle a ello las precarias jubilaciones y el esfuerzo que implica mantener la casa propia, el único recurso con que cuentan muchos de nuestros ancianos. A la luz de estos hechos no deja de sorprender la propuesta de hipoteca revertida como solución a todos los problemas, incluso en el sufrimiento humano hay una oportunidad de negocio.

Pero a nuestros ancianos no sólo los asola la pobreza y las dificultades físicas que vienen naturalmente con la vejez, sino un innegable menosprecio cultural. Han dejado ya de trabajar, sus compañeros de generación van partiendo y sus familiares están abrumados haciéndose cargo de sus propios hijos, por lo que, con frecuencia, se encuentran en un estado de profunda soledad o aislamiento. Aunque tengan las facultades necesarias para tomar decisiones autónomas, son tratados de facto como interdictos por servicios o familiares, se habla de ellos como si no estuviesen presentes. El caminar pausado es visto con impaciencia por el resto de los transeúntes, mientras utilizar el transporte público es todavía un peligro para su integridad física. Así, hasta el ejercicio más elemental de ciudadanía, concurrir a votar, se torna muy difícil. Además, se olvida que la edad no trae consigo la pérdida de la individualidad, por lo que los ancianos son tratados a menudo como si fueran un colectivo uniforme, sin considerar las diferentes biografías, preferencias culturales, gustos, profesiones u oficios. Probablemente todos estos factores expliquen el alarmante aumento de suicidios en nuestros adultos mayores.

La aflictiva situación de los ancianos chilenos es multicausal y requiere esfuerzos en distintos niveles. Con todo, quisiera concentrarme aquí en un ámbito particular: el Municipal. En efecto, principalmente instituciones municipales y sus abnegados funcionarios aliviaban la difícil cotidianeidad del matrimonio que da inicio a esta columna. Esos mismos funcionarios, creo, podrían atestiguar verazmente las precariedades que deben enfrentar para realizar sus tareas. Urgente es por ejemplo crear espacios de participación focalizados y fortalecer los programas de acompañamiento para personas mayores, diseñar infraestructura pública amigable para ellos, potenciar los programas de fomento laboral para los adultos mayores que están interesados en seguir trabajando, promover el acceso a centros comunitarios, bibliotecas y otras instalaciones culturales. En suma, facilitar el relacionamiento con su entorno, promover su independencia y autoestima y contribuir a su propósito de vida e inclusión social.

Es difícil aunar a los actores públicos en causas de grupos no vociferantes, especialmente, en un contexto donde el debate político parece haberse polarizado, pero la situación de los ancianos no puede seguir esperando. Que el ya olvidado sacrificio del matrimonio de Conchalí no sea en vano.

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