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Opinión

31 de Marzo de 2024

Columna de Álvaro Ramis | Masculinidades políticas

Créditos: Agencia Uno

Frente a la popularidad de candidatos como Kast y Milei, el rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano dice que “Los países cambian de signo y orientación política de manera cada vez más impredecible. El único factor que se repite es que los hombres tienden a votar más recurrentemente que las mujeres por partidos y candidatos de derecha y extrema derecha. No importa el continente o la latitud, candidatos como Kast, Milei, Bolsonaro, Orban o Trump se han beneficiado de una derechización constante del electorado masculino”. “Si hoy en Chile solo votaran los hombres, la derecha arrasaría”, escribe el columnista de The Clinic.

Por Álvaro Ramis

En las tendencias electorales a nivel mundial no existe un patrón común claro, que explique los inesperados cambios que están ocurriendo. Los países cambian de signo y orientación política de manera cada vez más impredecible. El único factor que se repite es que los hombres tienden a votar más recurrentemente que las mujeres por partidos y candidatos de derecha y extrema derecha. No importa el continente o la latitud, candidatos como Kast, Milei, Bolsonaro, Orban o Trump se han beneficiado de una derechización constante del electorado masculino, que en la última década se ha escorado hacia posiciones conservadoras, populistas y autoritarias.

Si hoy en Chile solo votaran los hombres, la derecha arrasaría. Esa es la verdad. Pero no siempre fue así. De hecho, cuando se discutió la instauración del voto de la mujer, en las décadas del 30 y 40, la izquierda temía que el voto femenino beneficiaría a los conservadores debido a una supuesta influencia clerical en su comportamiento. En cambio, se confiaba en el voto masculino por la importancia del factor sindical en su identidad. Hoy, bien entrado el siglo XXI, son las mujeres las que están levantando a la izquierda en todo el mundo.

¿Qué pasó con los hombres para que vean en la derecha radical un campo de representación de sus intereses? ¿Qué hizo la ultraderecha para conectarse con el electorado masculino? En Chile, dos tercios de los votantes del Partido Republicano son hombres. Y tienen una proveniencia dispar: abundan los de edades medias y altas, pero también hay jóvenes, son mayoritariamente de clases altas, pero también poseen bolsones de votos en clases bajas. Atraen a electores con estudios superiores, pero también a votantes sin calificación profesional. Lo único que les une es cierta forma de vivir una identidad masculina en crisis.

Por supuesto, no se puede concluir que los hombres sean los culpables de que la ultraderecha gane espacio. Pero es evidente que existe un factor que explique esta tendencia tan evidente. Es necesario investigar cómo estos partidos, en distintas realidades nacionales, han captado una parte significativa del voto masculino. Y se debe establecer si esa tendencia tiene algo que ver con cierto tipo de vivencia de la masculinidad que ha quedado definitivamente en entredicho. 

Frente a este proceso abundan los estrategas electorales y dirigentes políticos que apuntan como culpable de este fenómeno a las “políticas de la identidad”. Lo que parecen decir es que, si las mujeres no hubieran adherido a la cuarta ola del feminismo, los hombres habrían mantenido su identidad política histórica en Antofagasta o en Lota.

Si el movimiento LGBTQ+ no hubiera sido impaciente, y se hubiera contentado con el lento evolucionar de ciertas políticas de reconocimiento liberal, no habrían incitado a los hombres heterosexuales a abrazar a la derecha radical. Si los sectores racialmente descrinados se hubieran contentado con políticas de inclusión focalizadas por motivos de pobreza, los varones de sectores populares seguirían votando de acuerdo con factores de identificación tradicionales, como la clase social y proveniencia territorial

Esta hipótesis se ha utilizado para hacer del feminismo, la diversidad y la interseccionalidad los verdaderos chivos expiatorios de la derrota del primer proceso constitucional. Si las mujeres, los gays, los mapuches y los medioambientalistas no hubieran sido tan insistentes con sus “demandas particulares”, otro habría sido el resultado. Por supuesto, esa tesis les basta y olvida la incorporación del voto obligatorio y la desinformación. Y sobre todo, no analiza críticamente las resistencias masculinas a procesos de cambio en las relaciones de género y sus consecuencias en los modos de pensar y estructurar la vida en sociedad. 

La incorporación de la mujer al mundo del trabajo ha dejado obsoleto el papel del padre como proveedor principal. Pero la precarización masiva de la vida laboral no le ha dado un espacio de recambio a ese progenitor, que se refugió en el rincón del papito corazón. La imagen del padre protector, fuerte y dominante se ha pedido sin que emerja todavía un nuevo modelo de paternidad más inclusiva y relacional. El viejo macho seductor y conquistador pasó a ser objeto de sospecha y desconfianza. Sólo quedan en el ambiente los antimodelos masculinos del abusador, del golpeador, del sujeto violento o potencialmente agresivo.

El arte urbano canta las hazañas de este personaje que se sitúa al límite de la legalidad y la transgresión. Todo eso mientras Cristian Campos pasa en un sólo día desde el olimpo del galán de teleseries al banquillo de los acusados. Y un alcalde rural, como el de Laja, en otro tiempo autoridad temida y reconocida, enfrenta una denuncia en vivo como acosador sexual. El hombre viejo muere y el nuevo no termina de aparecer.

El argumento de la derecha radical acusa al feminismo de criminalizar a los hombres por el hecho de ser hombres. Esta falacia, bien contada y repetida, es la que comenzó a calar entre quienes no entienden cómo se disuelve la posición que siempre habían habitado en la familia, el trabajo y la sociedad. Por eso quisieran devolver a las mujeres a lo doméstico, las diversidades al clóset y los mapuches a su ruca, real o cultural. La caricatura de lo Woke les basta para retrotraer el mundo al año 1950, sin escalas. Es el sambenito perfecto para resolver por decreto lo que se debe superar con introspección, debate y autocrítica. 

Si bien la mayoría de los varones sabemos que debemos sacarnos el “traje de hombre” que nos pusieron en la infancia, no sabemos muy bien que ropa ponernos ahora. Aunque sintamos que las desigualdades e injusticias nunca nos han sido ajenas, en este ámbito el desafío no está en la vereda del frente sino en la propia casa. Por eso enfrentamos preguntas complejas: ¿Podremos cambiar? ¿Tenemos que cambiar? ¿Qué cambia si yo cambio? Lo importante es romper la inercia y asumir que todos estamos implicados en la desigualdad de género, y de ella no se sale sin una amplia y masiva educación no sexista, que apoye el tránsito a un nuevo ropaje. 

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