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Opinión

5 de Noviembre de 2019

Columna de Jorge Heine: La caída de APEC desde China

"Chile era la excepción que confirma la regla, el “Singapur de Sudamérica”, como me comentaron varios colegas en Beijing", escribe Jorge Heine.

Jorge Heine
Jorge Heine
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Jorge Heine es profesor de relaciones internacionales en la Escuela Pardee de Estudios Globales, Universidad de Boston.

No son muchas las ocasiones en que esta larga y angosta franja finisterrae se encuentra en el centro del acontecer mundial. El año 2003 fue una de ellas. Chile, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, se vio presionado por Estados Unidos para apoyar una resolución que diera el vamos a la invasión de Irak. Muchos en Chile, incluyendo autoridades de gobierno, fueron partidarios de ceder a esas presiones, aunque solo fuese por razones pragmáticas. Pero no el entonces ocupante de La Moneda, cuya decisión terminó siendo la correcta.

Dieciséis años después, la Cumbre de APEC que estaba programada para la próxima semana nos puso en una situación comparable. No solo vendrían 20 líderes de todo el mundo, de algunas de las mayores potencias, sino que habría sido el momento para la firma de una tregua en la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Los ojos del planeta habrían estado puestos en Santiago. Esta vez, sin embargo, Chile no estuvo a la altura, y arrugó. Dejamos al mundo con los crespos hechos.

Acabo de llegar de China, donde participé en el XVI Foro de Beijing, una mega-conferencia internacional, que se realiza en otoño, en que el campus de la Universidad de Pekín despliega sus mejores colores. Periodistas, académicos, y estudiantes no dejaban de preguntarme, “Qué le pasó a Chile? Por qué se echaron para atrás ? No es lo que esperábamos!“. Percibí allí la enorme decepción que la cancelación de la reunión de APEC ha generado en ese país, nuestro principal socio comercial, pero sobre todo, un país con un genuino afecto por Chile.

Piñera recibió al ministro de Relaciones de China Wang Yi a finales de julio pasado.

Los efectos de la guerra comercial se están sintiendo en China. La baja en las ventas de automóviles ( China es el mayor mercado de autos del mundo) es solo la punta del iceberg de una relentizacion mucho más amplia. La demanda por metales, como me comentó un amigo broker en el rubro, se ha ido al piso, al menos en varios de ellos. Lo interesante es que, aunque China ya no tiene un superávit en su balanza comercial, sigue impulsando fuertemente las importaciones. Con US 2.1 billones de dólares en 2018, éstas llegaron a un 10.8 % del total global en 2018. En estos días, se inaugura en Shanghai la II Feria Internacional de Importaciones de China (CIIE), una iniciativa inédita en el comercio internacional. China no quiere más guerra.

Durante ya casi medio siglo, Chile y China han construido una relación de gran confianza mutua. Ella ha sobrevivido incólume los enormes cambios políticos que se han dado en ambos países en estos años. En las relaciones internacionales, la confianza y la predictibilidad son claves, ya que se adquieren compromisos con la expectativa que la otra parte va a cumplirlos.

En América Latina, la inestabilidad política y volatilidad económica de sus países han sido un obstáculo para una mejor inserción internacional y una mayor asociatividad con entidades extra-regionales . En ese cuadro, Chile era la excepción que confirma la regla, el “Singapur de Sudamérica”, como me comentaron varios colegas en Beijing.

El mandatario en una visita a una empresa de tecnología en Shenzhen, en abril pasado, durante su gira a ese país.

Un país serio, un país del cual se puede depender. Esa era la reputación que teníamos. Ello explica que, de haber venido la próxima semana, el Presidente Xi habría realizado su CUARTA visita a Chile (antes lo hizo en 2016, 2011 y 2001). El Canciller Wang Yi, por otra parte, ha visitado Chile cuatro veces desde 2015.

Esa reputación, construida a lo largo muchas décadas y muchos gobiernos, está ahora cuestionada. Nadie dice que estas decisiones son fáciles. Gobernar nunca lo es. No había alternativa, se dirá. El país está en llamas. Sería una frivolidad recibir a líderes extranjeros con protestas y manifestaciones en las calles. El gobierno debe dar prioridad a la agenda social, por encima de la internacional, dicen.

La realidad es que la razón por la cual el país sigue convulsionado es precisamente porque el gobierno NO está enfocado en la agenda social. Un paquete de ofertas que no supera el 0.4% del PIB está lejos de lo que el país espera como solución a la mayor crisis en treinta años. Un (nuevo) ministro de Hacienda que insiste en revivir un proyecto de reforma tributaria que reduce los impuestos a los que más ganan, demuestra no entender nada de lo que ocurre. Cuando un prominente empresario propone larenegociación de los préstamos contraídos por sus empleados como solución-país,es obvia la desconexión con las demandas populares.

Muchas cumbres internacionales enfrentan manifestaciones y protestas populares. De hecho, ellas son la tónica cuando los líderes mundiales se reúnen. Hay técnicas y estrategias para enfrentar estas protestas, sin causar muertes ni heridos. El que Carabineros aparentemente no las domine plenamente, o el que las directrices que reciben no las contemple, no deja de ser causa de preocupación y ha contribuido a exacerbar los ánimos y a prolongar las protestas. Acá hay una profecía autocumplida. El Gobierno no hace lo necesario para calmar los ánimos y poner fin a la crisis, y como la crisis continúa, se aferra de ello para desentenderse de compromisos internacionales de larga data.

La paradoja es que uno de los mayores interesados en que se hubiese realizado la reunión de líderes de APEC y que se hubiese firmado una tregua en la guerra comercial en curso era Chile. Uno de los países más perjudicados por esta guerra es Chile, por la caída del precio del cobre. Uno pensaría que ello habría llevado a hacer todo lo necesario por facilitar la reunión de los presidentes Trump y Xi en el marco de APEC, y no a dificultarla, como ha ocurrido.

En el curso de los últimos treinta años, Chile se ha convertido en un interlocutor clave en la región, y, en algunos temas, en el mundo. En parte, eso se ha debido al posicionamiento de temas-país logrado en innumerables cumbres diplomáticas realizadas en nuestro país. Ellas no se hacen para demostrar capacidad de organizar eventos. Cada vez más, son una poderosa herramienta para fijar la agenda internacional. Arrugar a apenas un par de semanas de las fechas no de una, sino que de dos de ellas, trasmite la señal equivocada.

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