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Actualidad

9 de Noviembre de 2019

El último sueño de Alexis

Un niño con una enfermedad terminal pide ver a su padre por última vez en el hospital Calvo Mackenna. Pero hay un problema: su padre está recluso en la cárcel de Puerto Montt. El último deseo de Alexis activa una cadena de favores y compasión entre doctores, asistentes sociales, voluntarias, psicólogos, gendarmes y presos. Esta es una historia sobre lo que puede hacer el amor y la unión, aún en las circunstancias más dolorosas.

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Se reunieron en una de las salas del hospital Calvo Mackenna la tarde del viernes 13 de septiembre de 2019. La asistente social Daniela Migo, el psicólogo Sebastián Sanhueza y la doctora Julia Palma,hemato oncóloga y médico de trasplante de médula pediátrico a cargo de la unidad del hospital, y se miraron preocupados.

Inesperadamente, la situación de su paciente, Alexis Muñoz de 11 años, se había complicado después del trasplante de médula al que lo habían sometido hacía unas semanas y ahora el niño estaba en la Unidad de Tratamiento Intensivo del hospital. A pesar de que sus opciones de mejoría eran 6 de 10, una perspectiva positiva desde el punto de vista médico, algo había salido mal. Las células de su hermana Francisca, la donante, se habían implantado bien en la médula del niño. Sin embargo, Alexis había sufrido uno de los posibles riesgos asociados al trasplante: una grave infección por hongos que lo hizo caer en riesgo vital.

Alexis. Créditos: Familia

La doctora Palma recordó la última conversación que tuvo antes del trasplante con la familia. En la reunión, estaba la mamá de Alexis, Karina Mansilla, su hija Francisca de 15 años y Alexis, el paciente. El niño había permanecido atento y silencioso durante toda la entrevista. Ella les había explicado, minuciosamente, en qué consistía el procedimiento y los riesgos que podía tener, pero también les comentó que las posibilidades de recuperación eran buenas, altas para este caso. La doctora Palma recordaba muy bien ese momento, en especial, la afirmación de Alexis: “Me quiero mejorar para volver a ver a mi papá”.

¿Volver a ver a su padre? ¿Por qué no lo había visto? ¿Dónde estaba el papá de Alexis? Después, la doctora se enteraría de la situación: la familia era de Llanquihue y el papá de Alexis llevaba un año y medio recluido en la cárcel de Puerto Montt por supuesto porte de arma hechiza. Era primerizo y su condena era de tres años y un día. Alexis fue diagnosticado con leucemia mientras su papá estaba en la cárcel y no habían podido estar juntos desde entonces. Alexis, su madre y su hermana enfrentaron solos el tratamiento de quimio en el sur. También su trasplante de médula.

La doctora Palma presentía que Alexis no iba a sobrevivir el fin de semana. Y recordó sus palabras en la reunión previa al trasplante. “Me quiero mejorar para volver a ver a mi papá”.

Ese viernes 13 de septiembre, la doctora Palma presentía que Alexis no iba a sobrevivir el fin de semana. Y recordó sus palabras en la reunión previa al trasplante. “Me quiero mejorar para volver a ver a mi papá”. Entonces miró al equipo psicosocial con quienes trabajaba y les dijo: “¿Cómo no vamos a poder traer al papá para cumplir con el sueño de Alexis?”. “Podemos intentarlo”, le respondieron Sebastián y Daniela. Así fue cómo partió todo.

***

Karina Mansilla y Gonzalo Muñoz se conocieron cuando ambos tenían 17 años y estaban en el colegio en Llanquihue. Desde entonces no se separaron más. Se pusieron a pololear y formaron una familia.

Primero nació Francisca, luego Alexis. Gonzalo se dedicaba a hacer trabajos de carpintería, construir casas y chalés. Por su parte, Karina era mucama de un elegante hotel en Puerto Varas. “Siempre fuimos unidos los cuatro: íbamos para todos lados juntos. Salíamos a dar una vuelta a la playa o donde mi suegra. A veces salíamos a Puerto Montt a comer, a los juegos. En la casa, mi marido con los niños andaban inventando chistes e historias. Se la pasaban riendo. Los domingos nos acostábamos los cuatro a ver monitos animados”, cuenta Karina.

Eso hasta agosto de 2017 cuando Gonzalo fue detenido por Carabineros, que luego de un asalto en la ciudad, andaba haciendo controles de identidad. Acto seguido fue acusado de portar un arma hechiza en su mochila. En el juicio, arriesgó cinco años y un día de reclusión, pese a no tener antecedentes penales (irreprochable conducta anterior, como dicen los abogados).

Alexis de entonces 9 años le decía a su mamá: “Mi papá no es un peligro para la sociedad, mamá. ¿Por qué los carabineros mienten tanto?”, según el relato de Karina.

Al final, le dieron tres años y un día. Sentado en las butacas de la sala penal, Alexis de entonces 9 años le decía a su mamá: “Mi papá no es un peligro para la sociedad, mamá. ¿Por qué los carabineros mienten tanto?”, según el relato de Karina.

La familia se quebró. Karina comenzó a realizar turnos dobles en el hotel donde trabajaba para poder costear los gastos de ella y sus hijos ahora que Gonzalo no estaba. También lo iba a visitar al menos una vez a la semana a la cárcel de Puerto Montt, donde estaba recluido.

Sus hijos quedaron desolados. Alexis no quiso celebrar Navidad ni Año Nuevo el 2017. “¿Cómo vamos a celebrar si mi papito está solo?”, preguntaba. “Nunca antes nos habíamos separado. Fue muy difícil, como familia estábamos destrozados. Sentía mucha pena, impotencia, la injusticia de cuando uno es pobre”, dice Karina.

Gonzalo y Alexis. Créditos: Familia.

Un año más tarde, Alexis se resfrió. Había desfilado con la banda de su colegio en la que tocaba trompeta y ese día justo se había puesto a llover. Alexis era asmático y quedó con una tos que a su mamá le parecía extraña, fea. Así es que lo llevó a la doctora que usualmente lo controlaba. Pidió que le hicieran una radiografía. Le dijeron que no, que se le iba a pasar. A los pocos días, Alexis empezó con dolores, puntadas en el pecho y en la espalda. Karina lo llevó a la urgencia. La radiografía mostró que Alexis tenía un derrame en el pulmón izquierdo y neumonía.

El 19 de noviembre de 2018 lo llevaron a Puerto Montt para hacerle más exámenes. Ahí los doctores pudieron ver que Alexis tenía un tumor entre el corazón y el pulmón. Ese mismo día lo trasladaron a Valdivia. Allá fue donde le dieron el diagnóstico a su madre: su hijo tenía leucemia. Antes de partir, Karina fue a ver a Gonzalo a la prisión para contarle la noticia. “Mi señora me contó que mi hijo tenía un tumor entre el corazón y el pulmón, una pelotita de sangre que no era maligna. Quedé mal. Quería estar con ellos. Pensaba que si mi a mi hijito le pasaba algo, yo quería irme con él”, cuenta Gonzalo desde Puerto Montt.

Karina y Alexis estuvieron ocho meses en Valdivia. Su hija mayor, Francisca, se quedó con familiares para terminar el colegio, aunque los hermanos se echaban de menos. Al principio, Karina se quedó en un hogar de acogida y después pudo arrendar una casa pequeña. En su trabajo le dieron licencia y sus compañeros se organizaron para hacer beneficios para la familia. Mientras, Alexis comenzó sus ciclos de quimioterapia.

El equipo psicosocial junto con la doctora Palma se pusieron en campaña para reunir al padre con su hijo antes de que fuera tarde.

“Algunas quimios lo dejaban de mal humor, se enojaba. Después se le pasaba. Mi hijo era muy valiente. Nunca se quejó, siempre fuerte, siempre firme. Al comienzo le daba miedo empeorar y comer porque veía que otros niños vomitaban y él no quería vomitar. Yo le dije que no todos los niños reaccionaban igual. Nunca vomitó y pudo seguir comiendo hasta el final, gracias a Dios”, cuenta su madre.

Cuando su hermana iba a Valdivia a acompañar a Alexis, Karina aprovechaba de viajar a Puerto Montt a ver a Gonzalo y contarle cómo seguía todo. Alexis estaba de buen ánimo, pero estar lejos de su papá lo hacía llorar. “Mamita, echo de menos a mi papá”, le decía a Karina. “Él veía que todos los niños estaban con su papá y su mamá, menos él. Yo le decía: “Tranquilito nomás, que ya va a salir tu papá. Ahí se calmaba. Pero no lo pudo ver en todo el tiempo que estuvo enfermo”. Después de dos quimioterapias, los médicos le indicaron a la familia que Alexis debía ser trasladado a Santiago, al hospital Calvo Mackenna, para hacerse un trasplante de médula. Tenían que examinar a sus familiares directos para ver quién era compatible para ser el donante. Gonzalo hizo un escrito en la cárcel para que le dieran permiso de ser examinado. Nunca le respondieron esa solicitud.

Créditos: Familia.

Karina viajó a Santiago junto a su hijo en julio de 2019. Se alojó donde una tía en San Joaquín, mientras su hija se quedó de nuevo en el sur con otros parientes y Alexis, hospitalizado en el Calvo Mackenna. Fue entonces cuando tuvieron la reunión en la que la doctora Julia Palma les explicó a los tres – Karina, Francisca y Alexis – en qué consistía el trasplante. “Ahí mi hijito dijo que quería mejorarse para ver a su papá. Él quería que volviéramos a estar los cuatro juntos”, dice Karina.

Después de los análisis, su hermana Francisca resultó ser la donante compatible, pero solo en el 50%. Le hicieron el trasplante. El equipo estaba optimista. Hasta ese viernes 13 de septiembre cuando Alexis tuvo que ser ingresado grave a la UTI y el equipo psicosocial junto con la doctora Palma se pusieron en campaña para reunir al padre con su hijo antes de que fuera tarde.

***

La asistente social Daniela Migo marcó el número de la cárcel de Puerto Montt y pidió hablar con su colega. Una vez que la tuvo del otro lado de la línea, le explicó la situación. ¿Podían traer al interno Gonzalo Muñoz a Santiago para que se reuniera con su hijo que estaba enfermo y grave? “Sí, pero tenemos que esperar hasta el lunes por el tema administrativo”, le respondió ella. El lunes quizás ya sería muy tarde, pensó Daniela. ¿Qué hacer? Llamó a varias personas. Hasta que se acordó de Claudia Corbella, la directora de la Fundación Dulzura para el Alma, voluntarias que ayudan en el hospital a los niños y sus familias con contención y apoyo de todo tipo.

El suboficial Alvarado entrevistó al prisionero. “¿Por qué vas a Santiago? ¿Qué pasa?”. La respuesta del hombre lo dejó helado. “Porque tengo a mi hijo enfermo de leucemia y está en el Calvo Mackenna”.

Claudia recibió el llamado junto una carta de la doctora Palma en la que explicaba la situación del niño mientras cenaba en un restaurante junto a toda su familia. Se acordaba perfectamente de Alexis. Era un niño tranquilo, muy callado, lo había visto varias veces durante sus visitas al hospital. Entonces Claudia empezó a pedirle ayuda a todos sus contactos de Whatsapp y a reenviar la carta de la doctora. A la una de la mañana, estaba acostada en su cama, pero sin pegar un ojo, cuando una amiga suya le aconsejó que le escribiera a Luis Robledo, el capellán de Gendarmería.  Sin dudarlo, Claudia le escribió. Quince minutos más tarde vio que tenía respuesta del capellán diciendo que hablaría inmediatamente con el Director de Gendarmería, Christian Alveal, para ver qué podían hacer. Al día siguiente, a las 6 de la mañana, el capellán Robledo le escribió a Claudia que el lunes a primera hora trasladarían a Gonzalo a Santiago.

Claudia le contó a la doctora Palma la respuesta del capellán. “El niño no pasa del lunes, Claudia”, le dijo la doctora. Claudia volvió a llamar al religioso para explicarle la situación. “Si vamos a hacer esto, hagámoslo bien”, le respondió él. Luego, le confirmó que Gonzalo Muñoz sería trasladado ese mismo día, el sábado 14 de septiembre, por tierra hasta Santiago.

***

El capitán Pablo Cárdenas del equipo de Traslados de Alto Riesgo (TAR) de Gendarmería se sorprendió con la petición que recibió el sábado 14 de septiembre. Había que trasladar a un interno desde la cárcel de Puerto Montt hasta Santiago por razones humanitarias ese mismo día. La orden provenía desde el mismísimo Director de Gendarmería. ¿Un traslado por razones humanitarias? El capitán Cárdenas no estaba acostumbrado a ese tipo de requerimientos. En general el TAR trasladaba a internos de alta peligrosidad entre cárceles, para llevarlos a tribunales o a procedimientos como reconstituciones de escena. Pero en todos sus años de servicio nunca le había tocado un traslado por esos motivos.

Equipo del TAR.

¿Qué razones humanitarias podrían ser tan urgentes? Menos mal justo ahora había un equipo del TAR en Puerto Montt: habían ido a dejar a una reclusa por razones de seguridad hasta allá. Así es que se comunicó con el grupo que estaba en terreno y dio la orden de sacar al interno Muñoz y traerlo esa misma tarde hasta Santiago. En Puerto Montt, el suboficial Andrés Alvarado recibió la orden del capitán Cárdenas y se preguntó lo mismo. ¿Un traslado por razones humanitarias?

Cuando llegaron a la cárcel de Puerto Montt, el suboficial Alvarado y la cabo Rafaela Medina, parte del equipo que realizó el traslado ese día, se sorprendieron al ver al hombre que llevarían de regreso a la capital: cabizbajo, con la mirada desviada, un hombre triste. Como corresponde por procedimiento, lo esposaron y le engrillaron los pies. Le pusieron un chaleco amarillo y lo subieron al carro, al calabozo. Y así comenzaron su trayecto hacia Santiago a las cuatro de la tarde. Al poco andar, el suboficial Alvarado entrevistó al prisionero. “¿Por qué vas a Santiago? ¿Qué pasa?”. La respuesta del hombre lo dejó helado. “Porque tengo a mi hijo enfermo de leucemia y está en el Calvo Mackenna”. El suboficial Alvarado sintió que algo se le removía dentro. Recordó el hospital. Recordó a su hermana Pamela cuando tenía 15 años con un cáncer a la rodilla que la tuvo durante mucho tiempo en ese mismo centro hospitalario. Recordó a sus padres, ambos profesores, escribiéndoles cartas a los diputados para que los ayudaran a financiar el tratamiento de su hermana. Recordó cuando Pamela no podía comer y él le llevaba sándwiches de El Pollo Caballo a escondidas para que pudiera probarlos. Recordó que su hermana había sido la única sobreviviente de cáncer de esa generación de niños enfermos.

“Estaba sedado, pero me escuchaba: le hablé y me movió las pestañas. Él supo que yo estaba allí con él”, recuerda Gonzalo.

Aunque era una mujer de carácter y más bien dura, la cabo Rafaela Medina también se sintió tocada: pensó en su hijo de 17 años y de un segundo a otro, la mujer detrás del uniforme, apenas podía contener la emoción.

Por un momento, el suboficial Alvarado se saltó los protocolos y le dijo: “Ya, compadre, entonces te vamos a sacar algunas medidas de seguridad”. Junto con la cabo Rafaela Medina le quitaron los grilletes de los pies y le convidaron un cigarrillo. Al rato, recordaron que al hacerle el registro corporal, el hombre no tenía un peso encima. El suboficial Alvarado le pasó 10 mil pesos de su bolsillo. “Tome, para sus cosas”, le dijo. Y dio una orden al equipo del TAR que ese día ayudaba en el traslado: echarían bencina al carro rápido. Nadie se bajaba a comprar nada. Tenían que llegar lo más rápido posible a Santiago para que Gonzalo pudiera ver a su hijo.

Cuando llegaron a las 3 de la madrugada del domingo 15 de septiembre, se dirigieron de inmediato al Calvo Mackenna. Después llevarían a Gonzalo a la cárcel de Alta Seguridad donde podrían velar mejor por su integridad física y psicológica debido a su situación. “Nosotros viajamos con todo nuestro equipamiento encima: casco balístico, chaleco antibala, en total pesa entre 18 y 20 kilos. Pero esa noche el cansancio pasó a otro plano y lo llevamos directamente para que viera a Alexis”, recuerda la cabo Medina. Ella, junto al suboficial Alvarado subieron hasta la UTI para ver el terreno antes de llevar a Gonzalo. Iban con sus uniformes, cascos y armados, como les corresponde por protocolo. “Fue impactante. Nosotros de uniforme y los niños estaban en sus piezas”, recuerda Alvarado.

Para el equipo médico del hospital y los papás que estaban a esa hora con sus hijos también fue un impacto verlos llegar: gendarmes con tenidas de protección, chalecos antibalas y armados en una UTI de niños. La escena era contrastante, curiosa, extraña. La cabo Medina y el suboficial Alvarado fueron a buscar a Gonzalo al carro y lo subieron solo con esposas cortas.

El padre le hizo entonces una promesa a su hijo: que de ahí en adelante se portaría bien. Que nunca más dejaría sola a su familia. “Si vuelvo a caer preso, vaya y muélame a palos”, le dijo al suboficial Alvarado.

La cabo Medina saludó a Karina y le dijo que estuviera tranquila, que ellos solamente cumplían con custodia y traslado de su esposo, pero que querían que estuviera bien. Ella le pidió que antes de que viera a Alexis quería hablar con él: quería contarle que Alexis estaba muy distinto de cómo él lo recordaba. Ahora estaba en un coma inducido, conectado a varias máquinas e intubado. Finalmente, Gonzalo pudo entrar a verlo. Él dice: “No lo conocí. Por todas las quimios y medicamentos que le daban estaba inflado. Estaba sedado, pero me escuchaba: le hablé y me movió las pestañas. Él supo que yo estaba allí con él”.

***

El lunes 16 de septiembre, el equipo del TAR volvió a llevar a Gonzalo hasta el Calvo Mackenna. Lo sacaron desde la cárcel de Alta Seguridad donde lo dejaron solo en una celda por protección y lo llevaron al hospital a las tres de la tarde. Al verlos llegar, la doctora Julia Palma quedó impresionada. “Fue violento: él estaba esposado y venía con gendarmes armados, de uniforme. Entonces hicimos una reunión. Ahí le expliqué a Gonzalo el tema del trasplante y por qué su hijo se había agravado. Me impactó ver a los papás tomados de la mano. El padre estaba bloqueado, como en shock. Pero los gendarmes estaban súper quebrados”, recuerda la especialista.

Equipo Calvo Mackenna.

Mientras el suboficial Alvarado escuchaba atentamente las palabras de la doctora. Se acordaba de su hermana, de su propia historia. Estar en esa situación no podía ser coincidencia. Por eso cuando la asistente social Daniela Migo les preguntó si existía la posibilidad de que fueran al hospital de civil, dijo que sí: el director de Gendarmería ya los había autorizado a eso debido a las circunstancias. Desde ese día, flexibilizaron las medidas de seguridad: dejaban que Gonzalo entrara solo al box mientras ellos lo vigilaban desde afuera y los gendarmes encargados de acompañarlo diariamente a las visitas, empezaron a ir vestidos de civil.

“Desde el primer día estuvimos dispuestos a todo. Ver la fuerza de Gonzalo, del niño y su señora, era algo impresionante. Nosotros somos como los malos en general, pero en este caso no podíamos estar en ese lugar, no sabíamos cómo reaccionar. Nos poníamos afuera del box como si fuéramos actores, hacíamos otras cosas para que los niños no se preguntaran qué hacíamos nosotros ahí”, recuerda el cabo Erwin Rojas, que también se sumó al equipo de custodia.

El suboficial Alvarado sentía que el tema anímico era muy importante en estos casos. Así es que apenas pudo, conversó con Karina y Gonzalo. Les contó su propia historia. Y les dijo: “Ustedes tienen que mantenerse firmes porque esto es lo más importante. Aunque su hijo tenga los ojos cerrados, él sabe que ustedes están acá”. Ese mismo día les dio su teléfono personal a Karina y a la gente del hospital por si pasaba cualquier cosa. Desde entonces el equipo del TAR, que tiene a más de 40 miembros – solo dos mujeres – empezó a acompañar a Gonzalo en sus visitas diarias a Alexis al hospital, que en general eran de tres a cuatro de la tarde.

“En el mes que estuve con él se me arregló la mente. Mi hijo esperó hasta que yo estuviera con la mente buena para irse”, dijo Gonzalo.

Al capitán Cárdenas le llamaba la atención que su equipo se ofreciera voluntariamente para esa misión, incluso cuando tenían día libre.  “Yo quiero ir, me decían. Todos querían ir, se comprometieron emocionalmente con la familia. Estaban sensibilizados con la historia, les hizo recordar que trabajamos con personas y no con números”, cuenta. Un día el suboficial Alvarado le preguntó a Karina si había podido comerse una empanada para el 18. “No, nada”, le dijo ella. Al suboficial se le encogió el corazón. Fue a una reunión con el psicólogo de la cárcel de Alta Seguridad y le contó que les daría algo de dinero para apoyarlos de algún modo. Alvarado puso 30 mil. El psicólogo le dio 15 mil más. Con los billetes cerrados en un puño, le dio eso a Karina. Cuando ella lo recibió, se puso a llorar. “Tranquila, hija, esto nace del corazón”, le dijo él.  “El equipo del TAR de Gendarmería se portó muy bien. Era como hubieran sido tu familia que te venía a apoyar. Alvarado siempre estaba dándonos aliento, aconsejando a Gonzalo. Todos estaban preocupados de cómo estaba Alexis”, dice su mamá.

Mientras, en la cárcel de Alta Seguridad, Gonzalo compartía pasillo con seis presos de casos emblemáticos. Aunque cada uno estaba en su propia celda, Gonzalo pudo contarles por qué estaba allí. Entonces, cada tarde, los seis presos en la cárcel de alta seguridad junto con Gonzalo, oraban por la recuperación de su hijo. “Yo nunca había leído la Biblia, pero allí la leí. Eso me tranquilizaba. Dios me dio la tranquilidad y me hizo saber que Él iba a estar con mi hijo. Al principio yo pensaba puras cosas negativas, quería morirme, tenía la mente mala. Pero después con la Biblia se me pasó. Mis compañeros en la cárcel rezaban por mi hijo, a pesar de que ninguno era hermanito”, cuenta Gonzalo.

El padre le hizo entonces una promesa a su hijo: que de ahí en adelante se portaría bien. Que nunca más dejaría sola a su familia. “Si vuelvo a caer preso, vaya y muélame a palos”, le dijo al suboficial Alvarado.

Un día de septiembre, el suboficial recibió un llamado de Karina. “Don Alvarado, ¿usted va a traer a Gonzalo hoy día?”.

  • Sí, te lo voy a llevar más tarde porque andamos en otro procedimiento, pero te lo voy a llevar, tranquila.
  • Es que sabe que Alexis sabe la hora en que llega su papá y se desespera si no viene.

Entonces Karina le contó al suboficial que a pesar de que estaba sedado y durmiendo, el niño lloraba y se agitaba si su papá no estaba allí a las tres de la tarde, como estaba acostumbrado. Sus signos vitales cambiaban cada vez que su padre estaba con él o cuando se demoraba en llegar. Los doctores no se explicaban cómo el niño resistía. Pensaban que no iba a pasar del fin de semana del 14 de septiembre, pero milagrosamente Alexis seguía con vida.

Karina y Alexis.

“Mi suboficial”, le dijo un día otro miembro del TAR a Alvarado. “¿Por qué no hacemos una cucha entre todos los gendarmes para ayudar a la familia cuando nos paguen?”. A esas alturas ya era principios de octubre. No alcanzaron a hacerla: la segunda semana de octubre, Alexis se agravó aún más. Los médicos hicieron otra reunión con los padres y les dijeron que, prácticamente, ya no había nada que hacer. “¿Usted entiende lo que le digo?”, le preguntó la doctora Palma a Gonzalo. Él levantó la cabeza y mirándola a los ojos le respondió: “Sí, pero mi hijo se va a salvar, va a vivir”.

Después de la reunión, la doctora Palma le confesó a Alvarado su preocupación por la negación de Gonzalo a lo que estaba por venir. “No sabe lo que puede pasar y eso me deja mal”, le dijo. “Yo voy a hablar con él”, le contestó Alvarado. Ese día, cuando  llevaba a Gonzalo de regreso en el carro celular hacia la cárcel de Alta Seguridad, le dijo: “Te voy a decir algo y quiero que lo hagas. Tenemos que tener un plan A y B.  El plan A es que Alexis se sane, pero también tienes que tener un plan B. ¿Qué vas a hacer en el caso de que muera? ¿Cómo vas a apoyar a tu señora? ¿Qué vas a hacer?”. Gonzalo asintió en silencio.

***

Era la medianoche del 13 de octubre pasando para el 14 cuando el suboficial Alvarado recibió una llamada de Karina. “Mi hijo está muriendo. Por favor, traiga a Gonzalo”. El suboficial empezó a hacer llamadas y se vistió rápidamente. En una hora, ya estaba dentro del carro celular con Gonzalo en dirección al hospital Calvo Mackenna. “Qué pasó”, le preguntó él. “Tú sabes que nunca te he escondido nada. Tu hijo está mal y está a punto de morir. Te necesitan más firme que nunca. Te prometí que te iba a acompañar hasta el final y acá estoy”, le respondió el suboficial. 

Llegaron al hospital a la una y media de la madrugada del 14 de octubre. Karina, Francisca y Alexis los esperaban en la sala de la UTI. Los signos vitales de Alexis subían, se mantenían y bajaban. Así pasaron un par de horas. Hasta que la doctora le dijo a la familia que ya no había mucho más que hacer. En ese momento, el suboficial Alvarado y el cabo Oscar Rojas, que acompañaban a Gonzalo, tomaron una decisión: dejar que Gonzalo estuviera con Karina, Francisca y Alexis detrás del biombo en ese momento tan íntimo. Ellos se quedarían afuera, del otro lado, para darles un momento a solas. Perder de vista a un interno era algo que no podían hacer por protocolo. Pero esa situación tampoco estaba contemplada en ningún protocolo que ellos hubiesen visto antes. Al lado de Alexis, la familia se tomó de las manos y lo acompañaron hasta su último suspiro. Afuera, el suboficial Alvarado supo que Alexis había partido cuando el monitor de sus signos vitales se detuvo. Los gendarmes se miraron con los ojos vidriosos. Alexis falleció a las 4.28 de la madrugada, justo un mes después de que su padre llegara a Santiago para acompañarlo.

“Lo bonito es que se activaron voluntades que dan cuenta de que en Gendarmería se activa un proceso importante”, afirma el director del organismo, Christian Alveal.

“En el mes que estuve con él se me arregló la mente. Mi hijo esperó hasta que yo estuviera con la mente buena para irse. Cuando se fue, yo ya estaba tranquilo, sabía que él iba a estar con Dios. Le di las gracias a él, a mi hijo: si esto no hubiese pasado, yo habría seguido en lo mismo, no habría cambiado. Ahora lo único que quiero es estar con mi familia, mi señora y mi hija. Los gendarmes se portaron muy bien con nosotros y estoy muy agradecido”, dice Gonzalo.

En el hospital, el equipo psicosocial movió cielo mar y tierra para poder trasladar el cuerpo de Alexis, junto a su hermana y su madre a Puerto Montt, para el funeral. Mientras, en Gendarmería gestionaron el traslado de Gonzalo casi de inmediato para que pudiera asistir y darle el último adiós a su hijo: por lo general, los permisos y trámites necesarios para hacer esto, hacen que los internos se despidan de su ser querido fallecido días después del funeral, en el cementerio. Pero en este caso, todo funcionó virtuosamente: el dinero para el avión, el permiso del Director de Gendarmería, la colaboración de decenas de personas.

Así, Gonzalo alcanzó a estar en el velorio y funeral, siempre trasladado por el TAR, aunque por tierra. Tuvieron que correr para llegar a tiempo.

La banda de música en la que participaba Alexis, esperó su cuerpo en el aeropuerto y tocaron en su funeral. Alexis era un niño muy querido.

En el hospital Calvo Mackenna, el equipo que trabajó junto a Alexis, recuerdan esta historia aún emocionados por todo lo que despertó. “Hubo muchas personas involucradas para que permitiéramos la muerte digna de un niño. También me queda la fortaleza de la mujer chilena. Esa mujer era impresionante. A ninguno de nosotros nos ha tocado vivir algo así: tener recursos limitados, que a tu marido lo encarcelen, que tengas que hacerte cargo del tratamiento oncológico de tu hijo, que tengas que firmar para su trasplante, firmar para que tu hija sea donante, estar sola en ese proceso, después que tu marido te acompañe custodiado y que tengas que llevarte a tu hijo de vuelta en un ataúd. Es fuerte. Y conmueve”, dice la doctora Julia Palma.

Situados entre tribunales de justicia y la cárcel en la calle Pedro Montt en el centro de Santiago, en Gendarmería también reflexionan sobre esta historia que los remeció. “Lo bonito es que se activaron voluntades que dan cuenta de que en Gendarmería se activa un proceso importante. Siempre la plata puede ser el argumento para todo y a veces, no solo es plata, también es disposición, empatía, ponerte en el lugar del otro. Como lo dijo muy bien un funcionario, no necesito más dinero ni más gendarmes para hacer un gesto de humanidad. Cumplimos el sueño del niño”, dice Christian Alveal, director de Gendarmería.

El suboficial Alvarado no pudo ir al funeral de Alexis: no lo asignaron como parte del equipo del traslado final de Gonzalo al sur. Pero dice que le habría gustado estar ahí. Hoy sigue llamando a Karina para saber cómo está ella y su hija Francisca. “Cierro un ciclo porque de esta forma le doy agradecimiento a toda la gente que ayudó a mi hermana. Acá no se gastó ni un solo peso para rehabilitar a alguien. Solo con voluntad, compromiso y cariño, solo tratando a una persona como persona, lo logramos. Hay muchas historias así en Gendarmería, solo falta mostrarlas más. En verano iré al sur con mis papás y me gustaría pasar a ver a la familia y mandarle un regalo de navidad a la Panchita. Va a ser difícil terminar una relación así”, dice él.

Alexis y Karina.

Hoy Gonzalo está de nuevo recluido en la cárcel de Puerto Montt. A pesar de que han pasado ya varias semanas del fallecimiento de su hijo, aún no han tramitado para él la asistencia psicológica que necesita. Aún removido por todo lo vivido, por las noches le cuesta dormir y tanto Karina como Alvarado esperan que en el recinto penitenciario, le den el apoyo y contención que requiere en estos momentos. Gonzalo saldrá en libertad en abril de 2020 y entonces podrá reunirse con su esposa e hija. De regreso en Llanquihue, Karina está preocupada por la salud mental y emocional de su esposo. Espera que en marzo les entreguen la vivienda a la que estaban postulando. Aún está con licencia en el trabajo. Recuerda a Alexis todos los días.  “Estoy muy orgullosa del hijo bueno que tuve. El Señor me mandó hartos angelitos, gente buena. En el hospital, en Gendarmería, siempre me mandó gente que hacía las cosas de corazón. Al final estaba en paz, sonriente. Y eso me deja tranquila”, dice mientras muestra algunas fotos de su hijo. Allí está Alexis con un jockey y zapatillas sonriendo junto a su papá, antes de la cárcel, antes de la enfermedad. Alexis muy tieso con su uniforme escolar, sonriendo para la foto en su primer día de clases. Alexis ya con cáncer para una Navidad, sentado sobre la cama con la camiseta del Colo Colo mientras Karina lo abraza vestida de Viejita Pascuera. Alexis escuchando música con unos audífonos en su cama del hospital. Alexis ya sin cabello y un poco hinchado por las quimios jugando ajedrez en el hospital con su amigo Pepe, a quien trasladaron desde Valdivia a Santiago junto con él. “Mi hijo era muy cariñosito, muy de piel, siempre nos ayudaba, nos daba amor, le gustaban los abrazos. Yo creo que al final estaba feliz de estar con su papá. Y se fue tranquilo porque cumplió su sueño: que los cuatro estuviéramos juntos de nuevo”.

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