Opinión
10 de Diciembre de 2019Columna de Marta Tomić: Amuleto de Chile
"Las protestas y el malestar del pueblo chileno surgen de una compleja conjunción de causas que llevan acumulándose durante largo tiempo. Por un lado, estamos viendo cómo la nación se está desprendiendo de los anacrónicos modelos coloniales enmascarados en el cruel sistema neoliberal –donde los pudientes hacendados o patrones durante siglos mandaban a los subyugados inquilinos, dueños de nada. Por otro lado, vemos cómo arduamente se está abriendo un espacio donde deberían caber todos aquellos que históricamente se encontraban excluidos y abusados por una minoría privilegiada", escribe Marta Tomić.
Marta Tomic
Marta Tomic, magíster en Lengua y Literatura española e hispanoamericana de la Universidad de Zagreb (Croacia), actualmente cursa el Doctorado en Literatura hispanoamericana de la PUC
Hoy día, más que nunca, resuena la voz lunática de Auxilio Lacouture, protagonista de Amuleto (1999), sexta novela del escritor chileno Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 – Barcelona, 2003). Releer esta novela “militante y latinoamericanista”, como la describió el mismo autor, un mes y medio tras el estallido social en Chile, significa darse cuenta de su profundo valor profético, así como actualizar el pensamiento bolañesco dentro del actual escenario político y social chileno.
Durante su encierro de trece días en el baño de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México (UNAM), la poeta uruguaya Auxilio Lacouture relata los hechos históricos previos a la Matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, cuando el ejército mexicano invadió y violó la autonomía universitaria de la UNAM, llevando a la muerte cientos de estudiantes mexicanos. Rompiendo toda línea temporal, en sus desvaríos, Auxilio recurre a continuos saltos llegando a mezclar el presente y el pasado, de tal forma que los hechos nefastos de la historia mexicana se enlazan directamente con los acontecimientos nefastos de la historia chilena: “El año 68 se convirtió en el año 64 y en el año 60 y en el año 56. Y también se convirtió en el año 70 y en el año 73 y en el año 75 y 76. Como si me hubiera muerto y contemplara los años desde una perspectiva inédita.”.
En su discurso en Caracas, en agosto de 1999, en la ceremonia de entrega del Premio Rómulo Gallegos por su novela Los detectives salvajes (1998), Bolaño dedica unas conmovedoras palabras a su generación de poetas y escritores –aquellos nacidos en la década del cincuenta– que, al igual que los estudiantes de la UNAM, luchando ingenuamente contra los regímenes autoritarios y opresores, entregaron y perdieron lo más valioso que tenían: la juventud y la vida:
[…] entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud […], porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia murieron en Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir en Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia, en El Salvador. (La itálica es nuestra)
Desde la “perspectiva inédita” de Auxilio, ¿acaso no es posible vincular las desgracias de los años 68 y 73 con los acontecimientos de la primavera chilena de 2019? O ¿acaso las cándidas y nobles reflexiones de Bolaño acerca del destino desventurado de sus compañeros coetáneos no son las imágenes premonitorias de los actos violentos que sacudirían Chile veinte años tras el discurso solemne del escritor en la capital venezolana? Finalmente, la repentina y desenfrenada violencia de la cual estamos siendo testigos en Chile, ¿acaso no tiene raíces en la misma fuerza destructora que en el siglo XX recorrió el continente latinoamericano en forma de regímenes antidemocráticos y autoritarios?
Las protestas y el malestar del pueblo chileno surgen de una compleja conjunción de causas que llevan acumulándose durante largo tiempo. Por un lado, estamos viendo cómo la nación se está desprendiendo de los anacrónicos modelos coloniales enmascarados en el cruel sistema neoliberal –donde los pudientes hacendados o patrones durante siglos mandaban a los subyugados inquilinos, dueños de nada. Por otro lado, vemos cómo arduamente se está abriendo un espacio donde deberían caber todos aquellos que históricamente se encontraban excluidos y abusados por una minoría privilegiada. Los chilenos de los estratos más marginales de la sociedad, cuya rebelión simbólicamente comenzó “abajo, en el subterráneo” con las masivas evasiones en el metro de Santiago, son la viva encarnación de los personajes bolañescos que se mueven por los márgenes del abismo y que Auxilio, en Amuleto, denomina “pajaritos huérfanos”, provenientes del “metro, de los subterráneos del DF” (la itálica es nuestra):
[…] pobres pajaritos huérfanos, […] nadie podía entenderlos, sus voces que no oíamos decían: no somos de esta parte del DF, venimos del metro, de los subterráneos del DF, de la red de alcantarillas, vivimos en lo más sucio, allí donde el más bragado de los jóvenes poetas no podría hacer otra cosa más que vomitar.
Desde el 18 de octubre, las calles y las plazas de Santiago se han convertido en el escenario de la efervescente revuelta social que desembocó en una violencia desbordante: 25 muertos, 217 personas con graves traumas oculares, además de una severa destrucción de negocios y espacios públicos. Pasear hoy por el sector céntrico santiaguino de Plaza Baquedano, significa sumergirse en el humo de las barricadas y los incendios, respirar el intoxicante olor a lacrimógenas, leer las lacerantes inscripciones y dibujos en los muros de los edificios, ver un espacio desértico que huele a destrozo humano y material. Pasear por las calles y las plazas del centro de Santiago significa, en realidad, pasear por los mismos lugares marginados y abandonados recorridos por Auxilio en Ciudad de México, aquellos que, como dice Bolaño, se “sostienen en la no vida, en los agujeros negros mexicanos y latinoamericanos, en aquello que una vez quiso conducir a la vida pero que ahora sólo conduce a la muerte”.
Los numerosos casos de las personas que perdieron sus ojos durante las protestas en Chile –alusión inequívoca a la pérdida de los dientes de Auxilio que, como dice ella, los “perdió en México como había perdido tantas otras cosas en México”– son claras metáforas de la destrucción y el vacío que deja lo que Bolaño llama la “intemperie latinoamericana, que es la más escindida y la más desesperada”. De hecho, las víctimas humanas en Chile de 2019 caminaron por la misma ruta por la cual caminaron los jóvenes mexicanos que, en el valle de la muerte, trágicamente sucumbieron a los avatares de la década de 1960. Las desgracias de los sacrificados pueblos latinoamericanos del siglo XX –víctimas de la opresión de los gobiernos dictatoriales–, así como la actual rebelión chilena –consecuencia de la opresión neoliberal–, revelan que la muerte deambula como una sombra o una maldición por los recovecos de la historia latinoamericana, “porque la muerte es el báculo de Latinoamérica y Latinoamérica no puede caminar sin su báculo”.
En su discurso en Caracas, Bolaño confesaba que todo lo que había escrito era “una carta de amor o de despedida a su propia generación, […], a los que escogieron en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia”. Al final de la novela, Auxilio Lacouture, en un pasaje lleno de poética y humanidad, asiste al canto agonizante de los compañeros generacionales de Bolaño, encarnados en la figura de los jóvenes estudiantes mexicanos. El canto de ellos hablaba de las heroicas hazañas de la guerra, pero por encima de todo, su canto hablaba del amor. Gustavo Gatica, un joven estudiante de 21 años que, durante las marchas en Plaza Baquedano, quedó ciego de ambos ojos es quizás una de las víctimas del “estallido social” con mayor impacto en la sociedad chilena. Desde la cama del hospital, Gustavo le dijo a su mamá: “Regalé mis ojos para que la gente despierte”. La noble frase del joven chileno que, veinte años tras la publicación de Amuleto, camina por el mismo valle de la muerte por el cual transitaron los estudiantes mexicanos, es el amuleto actual de Chile. Sin embargo, a diferencia de tantos episodios en la historia latinoamericana en los cuales, casi sin excepción, un mal traía otro mal mayor, hoy día en Chile, el amuleto de Gustavo está aún a tiempo de traer ventura y paz al pueblo chileno.