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Reportajes

17 de Diciembre de 2019

Trabajar en Chile siendo viejo: la realidad de siete pensionados

Los adultos mayores – considerados como tales a partir de los 60 años – son el 19,3% de la población chilena, es decir, alrededor de tres millones 500 mil habitantes. Más de un millón 200 mil de ellos reciben pensiones inferiores a los 161 mil pesos y varios, reciben montos con los que ni siquiera alcanzan a pagar sus cuentas básicas. El 22,1% se encuentra en el rango de pobreza, de acuerdo a la última encuesta Casen. Del total, 800 mil siguen trabajando, dejando atrás cualquier aspiración de descanso durante sus últimos años de vida. Según la Cuarta Encuesta Nacional de Calidad de Vida en la Vejez del 2017, el 66% de ellos dice hacerlo por necesidad económica. Además, los últimos 25 años la población de la tercera edad ha aumentado un 70% en nuestro país y según el INE en 2050 uno de cada tres chilenos será adulto mayor. The Clinic le dio voz a siete adultos mayores que todavía trabajan para poder vivir y que reflexionan sobre una de las principales demandas de este estallido social: las bajas pensiones.

Por
rbt

Abel Postigo, 78 años, colectivero: “He vivido para trabajar, no he trabajado para vivir” 

“Estoy a punto de cumplir 79 años. Nací en el año 40. Cuando era joven, trabajé como peluquero, después en el Instituto de Investigaciones Agropecuarias.  Ahí adquirí un taxi y trabajaba en eso después de la pega, para hacer un poco más. El año 80, por el decreto 2002, hubo reducción de personal por necesidades de la empresa en el Instituto. Echaron a 300 personas de un viaje: profesionales, técnicos y administrativos. Llevaba trabajando 22 años y salí sin nada. La peleamos, fuimos a la Corte, pero el fallo fue ese: por ser un decreto de excepción del Presidente, podía exonerar las plantas técnicas, profesionales y administrativas y no recibimos ningún peso. Cuando me echaron, me puse a trabajar un taxi y el 14 de enero del 80, formé la primera línea de colectivos de Puente alto. En eso trabajo hasta la fecha. 

Tengo tres hijos y nueve nietos. Les pagué los estudios a mis hijos taxeando. Me amanecía trabajando para poder pagar. Trabajaba desde las siete hasta las tres de la mañana, todos los días, de lunes a domingo. Dormía poco. A veces almorzaba acá en Santiago y dormía a la sombra de un árbol. Mi señora estaba en la casa y veía las fotos mías nomás. Y así, hasta el día de hoy. Ahora tengo un hijo ingeniero civil, otro es constructor y el tercero es técnico agrícola. Ya estoy jubilado, pero con la pensión de 182 mil pesos no nos alcanza: mis gastos fijos son como 400 lucas entre luz, agua, gas, cable, comida.  Cuando cumplí 65 años fui al IPS y me dieron dos opciones: jubilar por la edad, afiliado a la Caja de Empleados Particulares, o como exonerado político. Acepté como exonerado. Hace poco, me subieron cinco lucas en la pensión, cinco. Mi señora, no tiene derecho a percibir mi jubilación si yo fallezco, por eso ahora puse la casa a su nombre. El colectivo me ha dado para vivir, economizar unos pesos. Ahora me levanto tarde, a las siete de la mañana, porque antes estaba a las seis en pie. A las ocho estoy en la calle. A las tres de la tarde llevo a mi señora al kinesiólogo: tiene que ir a hacer ejercicios porque la operaron de la rodilla y en la tarde me doy dos vueltas nomás. A las seis de la tarde estoy de vuelta en la casa. Tengo dos depósitos bancarios para los años que me quedan, de otra manera no sabría cómo vivir. Estoy pensando que, si este otro año estoy vivo, no quiero seguir trabajando. Quiero jubilarme a los 80. Cumplo 80 y chao, estoy cansado. He vivido para trabajar, no he trabajado para vivir. Este mal en el país lleva 30 años. 

Cuando deje de trabajar voy a salir a pasear. Me gustaría viajar, ir a España a conocer la familia de mi madre que son españoles. He salido fuera del país, pero a Mendoza nomás. Con lo que tengo depositado me alcanza, pero tengo que programarme. No voy a ahorrar más, ya está bueno ya.  No he sacado la cuenta, pero sé que no me alcanza para vivir hasta los 100. Creo que me da para unos cinco o seis años más. ¿Después de eso? Voy a jugar a las bolitas”.

rbt

Segundo Carrillo, recolector de basura municipal, 80 años: “A esta edad uno ya está cansado”

“Yo empecé a trabajar a los 14 años. Mi madre falleció cuando yo tenía seis días. Me criaron unos tíos en el sur, vivía cerca de la costa así que lo pasaba bien, vivía en Coronel, me crié cerca del mar. Ahora tengo 80 años y nunca he parado de trabajar. Primero fue en construcción, pero ya pasado los 50 años no podía, era muy pesado. Llegué a este trabajo por necesidad. La pensión no me alcanzaba. Ahora mismo, hay que tener 40 lucas solo para un balón de gas, más la luz, el agua, la comida…  Mis gastos son como de 300 y tantos mil pesos y con la pensión que tengo de 120 mil pesos me alcanzaría para puro tomar té. En este trabajo saco como 300 mil pesos. Vengo de lunes a sábado. No es tan pesado, aunque con las revueltas se puso más difícil porque hay mucho escombro, cosas que tiran y queman y yo tengo que barrerlos y recogerlos. Los abuelitos no deberíamos trabajar, pero la necesidad hace que uno lo haga. Una persona mayor debiera estar descansando.

Tengo dos hijas y cinco nietos. Soy viudo hace siete años. Si mi pensión fuera buena, no estaría trabajando porque a esta edad uno se siente un poco cansado, pero hay que luchar pues. Si no tuviera que trabajar, me gustaría salir a visitar a la familia, iría al sur, tenía unos tíos, pero no sé si estarán vivos. Me gustaría estar con mi familia, con mis nietos, tengo una guagüita que tiene 15 días nomás en la casa. Vivo con dos nietas de siete y cuatro años. Se portan bien, me dicen Papi. Ellas no quieren que yo trabaje, les gustaría que descansara. En mi tiempo libre estoy con las chicas, las saco a dar sus vueltas y les compro su heladito”. 

Beatriz, vendedora de ropa, 80 años: “Aunque todo se esté cayendo a pedazos, yo salgo a trabajar”

 “Cuando era joven, trabajé de nana y después hice un curso de peluquería y trabajé en salones por 50 años.  También hacía pelucas de pelo natural, pero cuando llegaron las pelucas chinas lo dejé. Yo me jubilé como a los 70 años porque tenía lagunas de imposiciones. Saco 168 mil pesos mensuales. Qué le va a decir uno a la gente esa, oiga. Siempre pensé que iba a tener que seguir trabajando, para mí el trabajo es una bendición de Dios. Cuando me jubilé, empecé vendiendo mermeladas afuera del hospital Salvador. Allí estuve 10 años. Hasta que un día le dije a mi hija: “¿Qué voy a hacer?”. “Vende ropa, que es lo que más te gusta”, me dijo ella. Vendiendo ropa aquí en la calle Salvador llevo tres años. Yo sabía mucho de eso porque cuando tenía salón de belleza, vendía y me gustaba. 

Nunca he pensado que ojalá me den luego la jubilación para no trabajar más. Hasta cuando Dios quiera voy a trabajar. Es bien sacrificado, mi hija me trae ropa, viene toda sellada, a veces las prendas traen hilachas, vienen botones sueltos. Pero ya tengo mi clientela. De salud estoy bien. Lo único es que la semana pasada, se me cayó ese perchero, lo fui a levantar, era mucho peso y me corté el tendón del brazo. Trabajo súper contenta, pero tengo un problema muy serio: el otro día vino un inspector a supervisar, me quitaron el permiso y me pasaron dos multas el mes pasado de 250 mil pesos. Las pagué. Me sacrifico, estoy acostumbrada. Además, si no trabajara, me llevaría peor con mi hija. Ella no quiere que trabaje. Pero yo le digo: ‘Para soportarte a ti, tengo que hacerlo’. 

Estoy feliz aquí. Me da rabia cuando los viejos se quejan. Una tiene que luchar hasta el final, mientras tenga las manos y la cabeza buenas. Si me pagaran bien la jubilación, igual estaría trabajando. Si tuviera un problema de salud, tendría que dejarlo, pero me las arreglaría igual. Le tengo tanta fe a mi Señor. No se imagina lo bien que me siento: no soy hipertensa, no tengo diabetes, nunca he fumado, nunca he bebido, si tengo ganas de dormir, me pongo a dormir nomás. ¿De qué me voy a quejar yo? De nada. Acá está mi vida y yo soy feliz. Toda la vida le he dado prioridad al trabajo. Así que aunque todo se esté cayendo a pedazos, yo salgo a trabajar”. 

Benjamín 80 años y Mercedes 70 años, vendedores de bolsos en Plaza Italia: “¡Quién puede trabajar por gusto! Nosotros trabajamos por necesidad”

“Hace doce años que trabajamos aquí. Ahora estuvimos casi un mes sin ponernos acá y hace como dos o tres semanas, volvimos. Tenemos temor de todo esto, no podemos exponer todo lo que tenemos que no es mucho tampoco. Nosotros estamos casados. Fuimos confeccionistas de ropa, de casacas de cuero, pantalones, después empezamos a hacer bananos. Estuvimos en el Persa muchos años, pero se echó a perder. Después vendíamos bananos en distintos lugares. Siempre hemos sido independientes porque apatronado, lo tratan mal a uno y no pagan lo que corresponde. Un tiempo trabajamos en la Plaza Venezuela. Yo fundé un sindicato. No teníamos lugar seguro, nos sacaban de todos lados, íbamos de un lado a otro. Nos entregaron una patente, así es que la tenemos desde entonces. Después de un tiempo, elegí venirme para este lado. Yo coticé, mi esposa no tanto. Una persona una vez me dijo: “Oye, ¿qué edad tienes?, ya tienes que estar jubilado”. “No tengo tiempo, a lo mejor, algún día”, le contesté. Esa persona me pidió mis datos y partió a ver lo de mi pensión. Estaba lista. Son 105 mil pesos que recibo. No alcanza. Hace un rato fui a comprar y me gasté diez mil pesos en esto: galletas, jamón de pavo, pancito y yogures que llevo para la casa. Son diez mil pesos solo en esto. En este negocio nosotros hacemos diez mil o 12 mil pesos diarios. Es poco. 

Trabajar hasta las tres de la mañana, levantarse a las 6.30, va agotando, agotando, pero el ánimo lo tenemos vivo para seguir trabajando. ¿Quién puede trabajar por gusto? Nosotros trabajamos por necesidad. Si tuviéramos una buena pensión, creo que igual estaríamos trabajando, una persona sentada en la casa viendo televisión… la televisión no entretiene nada. No nacimos con espíritu de flojos, sino de trabajadores. Quizás estaríamos trabajando más lento, saldríamos a ofrecer nuestros productos a otros comerciantes. Saldríamos algún día de fin de semana si se pudiera salir al campo, a la playa, viajar, pasear un poco. Sería bonito. 

Quiero que mis nietos tengan un gran futuro, que sean emprendedores. Les deseo los mejores parabienes: si nosotros no alcanzamos a disfrutar algunas cosas, que disfruten ellos con sus hijos. Eso sería lo mejor. Mis nietos son buenos, trabajadores. A ellos les encanta que nosotros trabajemos porque saben que no podemos estar en la casa sin hacer nada. Tenemos que trabajar porque así podemos economizar diez pesos que son diez pesos maravillosos para pagar un médico particular. Nosotros salimos a las ocho de la mañana. Llegamos a las nueve y media. Ahora almorzamos en la casa por todas las revueltas. Yo no sé si toda la vida las pensiones fueron bajas o fue que los senadores, diputados, no pensaron en la vejez de nosotros y que el país se fue haciendo viejo. Ellos no pensaron en nuestros intereses, pensaron en los intereses de ellos. Y pasaron años y años hasta que la gente despertó y empezó a reclamar sus derechos. Cuando nosotros éramos niños las universidades eran gratuitas. Era otro modelo y eso se puede hacer, pero ahora todo es comercial. Al rico, rico no le conviene tener gente culta y preparada porque si no tendrían que pagar salarios justos. Así, a medio morir saltando, mantienen a la gente y con amenazas de que van a ser despedidos. La gente produce más para agradar al patrón. Por eso siempre hemos trabajado como independientes”. 

David Olguín, estacionador de autos, 72 años: “Me gustaría estar cuidando a mi señora que está enferma y me necesita”

“Me puse a trabajar a los 17 años en ferrocarriles, estuve 31 años ahí. Me sacaba la mugre trabajando. Entraba a las siete y a veces estaba hasta las 11 de la noche para poder ganar más. Me jubilaron a los 48 años. Me siguieron pagando imposiciones y salud hasta los 65. A esa edad tenía 65 millones ahorrados. La AFP me iba a pagar 248 mil pesos el primer año y después me iban a ir bajando, eso me explicó la niña en Provida. Así es que me fui a una pensión vitalicia que va subiendo según la UF. Ahora recibo 298 mil pesos. Si no trabajara estacionando autos, no me alcanzaría. 

Mi esposa es lisiada, tiene esclerosis múltiple, lleva 25 años con esa enfermedad. Yo la mantengo a ella y la casa. Para no vivir apretado, trabajo aquí. Gracias a Dios acá hago 200 mil pesos mensuales en pura propina, no tengo un sueldo base. Estoy desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde. No me canso. Me entretengo. Pasa rápido la hora porque en la casa se pone más viejo uno. Igual me gusta, pero si me alcanzara tranquilamente con mi pensión no estaría aquí: estaría haciendo volantines – tengo una fábrica de volantines en mi casa y me entretiene mucho – y estaría cuidando a mi señora. Ella me necesita. Estaría a su lado. Ahora está acostumbrada a que yo salga a trabajar para llevar el sustento. Yo la quiero mucho, son cincuenta años de matrimonio. Gracias a Dios se levanta. ¿Qué le vamos a hacer?, Dios nos tiene así. Si no trabajo, no gano. Me da impotencia. 

Mi papá también jubiló a los 50 años, fue ferroviario y después estacionador de autos hasta que murió a los 70 años. Su jubilación también era muy baja. No sé quién tiene la culpa. Pero el trabajador no creo que la tenga, porque somos explotados. ¿Y explotados por quién? Sabemos quiénes son los culpables. Mi yerno se saca la mugre reparando las veredas a todo sol. Se levanta a las cinco de la mañana y llega a las ocho a la casa. Ganaba 400 lucas, le rebajaron el sueldo a 300. ¿Es justo? Para qué, con un sueldo de 300 mil nadie vive.

Gracias a Dios le he dado hartas satisfacciones a mi señora. La he podido llevar a veranear. Hemos ido a todos lados, Pucón, Licanray, Valdivia. Mi satisfacción es que ella está viva. La han desahuciado mil veces y aún está conmigo”. 

rbt

Gladys Yévenes, 77 años, confecciona manteles, delantales y carpetas para la casa: “En la calle la humillan mucho a una”

“Yo hago los manteles y las carpetas. Compro las telas y los coso, aunque ahora voy a tener que dejar un poco de trabajar por la vista, ya no veo bien. El próximo año me van a dar pensión. Mi marido estaba vivo, ahora felizmente está muerto. Llevaba 43 años separada. Me tenían por carga de él, pero jamás me dio ni un cinco. Tuve cuatro hijos. Yo nunca trabajé porque mi papá no me dejó, decía que las niñas de casa de familia no salían a trabajar. Pero mi marido se portaba mal. A veces no le pagaban, a veces no llegaba a la casa, eso me aburrió a mí y me separé. Tenía 32 años. Me fui a vivir con mi mamá y mis cuatro hijos. Mi mamá me dijo que no teníamos necesidad de trabajar, pero a los años, cuando mis niños ya estaban estudiando en la media, quedé de brazos cruzados porque falleció mi mamá. Así es que ahí salí a trabajar ya de vieja. Tenía 43 años.

 A mi hermana, a través de una amiga, le pidieron a alguien para llevar una casa. “¿Te atreves a trabajar en eso?”, me dijo. “Sí, creo que es igual en todas las casas”, le dije y fui. El caballero era un separado. Yo hacía las cosas llorando porque tenía que salir a trabajar. Me daba vergüenza y pena. Pero él me dejaba que yo hiciera lo que quería. Después le fui a hacer aseo a una señora durante tres años todos los sábados. Y después empecé a tejer y les ofrecía mis tejidos a las mismas conocidas. Hacía ajuares lindos, en un tiempo me los compraban en la Casa de la Guagua. Luego empecé a hacer delantales. ¿Adónde voy a vender?, me preguntaba yo. Mi nieto que ahora tiene 24 me dijo que fuéramos a una feria. Supe que por San Pablo con Herrera había ferias. Fui dos días y no vendí nada. Hasta que al final vendí. Alguien me dijo que acá en la calle Portugal también vendían y vine. Llevo muchos años aquí. Ahora ya no me tengo que esconder, nunca me han quitado las cosas ni me han llevado detenida. Llego como a las diez y estoy hasta las tres. Después no hay micros, así es que a esa hora me voy a Independencia a comprar telas. Hay días que vendo poco, nunca me fijo cuánto gano, pero saco un poco más de 100. Ha estado malo este año. Ahora voy a sacar una pensión que va entre 70 y 100 mil pesos. Vivo al tres y al cuatro con lo que hago. Pero de alguna manera tengo que salir adelante, digo yo. 

Me gustaría estar en mi casa, haciendo cualquier cosa, pero no tener que salir a trabajar. Estaría con mis hijos. Tengo tres mujeres y un hombre. Me da pena tener que trabajar y que acá en la calle a veces la humillan tanto a una. Me han tratado mal. Incluso una vez una carabinera grande, los ojos ya se le salían, vino y me chuteó el paño. “Esto tenís que sacarlo altiro”, me dijo. Yo estaba tomando té. “Espérese”, le dije. “No son maneras de sacar a la gente, yo soy un ser humano”. Y me puse a llorar. Hay gente que viene a comprar y me tira la plata, eso para mí ha sido muy terrible. Yo no les cuento a mis hijos estas cosas. Ellos me dicen que deje de trabajar en la calle. Y la verdad es que me gustaría poder hacerlo”.

rbt

Ramón Gaete, aseador municipal, 68 años: “Envejecer en Chile es triste, triste, triste”

“Soy Ramón Gaete. Tengo 68 años. Yo trabajaba en construcción, un amigo trabajaba en esto del aseo y lo tomé porque ya no me daba más, dejé la construcción como a los 58 años. Estaba cansado. Hacia pegas pesadas: rompía muros, tuve hasta una úlcera perforada en el estómago. Mal que mal, acá trabajo medio día, para paliar los gastos porque con la pura pensión no me alcanzaría para nada. Cuando estaba casado vivía en Lo Hermida, ahora arriendo una pieza en 10 de Julio. Tengo dos hijos grandes, están bien, tienen buena pega, su casa. Los cabros están agradecidos de mí porque les di lo máximo, lo que más pude. Sacaron su colegio, trabajan en la construcción, el mayor es guardia, jefe de una empresa y saca buenas lucas. Ellos están bien y yo estoy bien. 

Cuando llegué a los 65 años, yo tenía 38 millones acumulados en la AFP. Me hicieron el cálculo. ‘Mire, a lo mucho que va a sacar 120 mil mensuales de por vida’, me dijeron. Ahora saco 200 mil pesos. Igual es poco. Con 200 mil pesos nadie vive. Arriendo una pieza, pero bien encachadita, amobladita, bien mononita. Trabajando me siento más relajado, en la casa uno se apaga, habría estado arranado, todo el día acostado. En este trabajo de recolector de basura saco 360 mil y más el bono, 420. Más mi pensión. Pero los nietos, usted sabe, le comen todas las monedas a uno. Yo las saco a pasear, soy de esos abuelos malcriadores. 

Me habría gustado no trabajar más. Todo el mundo me decía: ‘Tú tenís buen fondo, vas a sacar como 350 mil pesos’. Y yo, confiado. Pero no pos, fue todo al revés. Yo le agradezco a la gente porque están luchando por el gremio de los viejitos, aunque no estoy de acuerdo con hacer maldades. Pero uno trabaja para disfrutar lo que trabajó, el problema es que en este país estamos mal. Me habría gustado estar en Perú. En Perú uno jubila y te dan todo el monto de una. Y el compadre inteligente se hace un buen negocio. 

Si recibiera una jubilación decente, disfrutaría, iría a pasear, conocería otras ciudades. Me gusta más para el sur, tengo hermanos allá. Envejecer en Chile es triste, triste, triste. Eso pienso cuando estoy solo: si se me acaba a pensión, de qué voy a vivir y soy enemigo de andar molestando a mis hijos. Si no pudiera trabajar, no sé qué haría. Tengo los meniscos hechos pedazos de la contru y por caminar cuadras y cuadras. Es largo el trayecto y con el carro lleno, tirándolo. Pero hay que ponerle nomás. Si me pongo a pensar en el lado negativo, pasaría puras penas”. 

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