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Entrevistas

19 de Agosto de 2020

Andrés Gomberoff, la física y la música: “Pitágoras encontró una metodología para afinar instrumentos”

Créditos: Lorena Palavecino

En tiempos donde todas las conversaciones científicas parecen capturadas por el Covid-19; el físico, académico de la UAI y conocido divulgador científico hace un quiebre: dirige su atención a la música. Específicamente a la ciencia que existe en ella. De eso trata su libro recién publicado.

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El físico Andrés Gomberoff es académico de la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador del Centro de Estudios Científicos. Trabaja hace poco más de diez años en el arte de la divulgación. Partió hablando de ciencia para todo público en revista Qué Pasa, donde se dio más de algún gustito y se atrevió a mezclar situaciones cotidianas con sus obsesiones científicas. De ese primer acercamiento ya han pasado varios textos, charlas y publicaciones en donde acerca a los lectores al siempre desafiante mundo de la ciencia.

Hace pocos días publicó La música del cosmos, un libro donde mezcla dos de sus grandes intereses: las leyes del universo y la música. Esta última es la verdadera excusa de esta conversación, pues por estos días de confinamiento, las canciones han sido su gran compañía. 

Le sorprendió el último disco de Bob Dylan, le impresionó el trabajo electrónico de Holly Herndon y enloqueció cuando, tras superar sus prejuicios, escuchó los preludios de Chopin. Ante el oscilante cambio de ánimo propio del encierro, cuenta que los días luminosos se acompaña con The Beatles o Paul McCartney, ya que irremediablemente lo transportan a la infancia y que, en cambio, los días oscuros se pone audífonos y se entrega a los depresivos acordes de Purple Mountains, la última banda de David Berman antes del suicidio y dueña del optimista sencillo All my happiness is gone.

Andrés Gomberoff, autor de “La música del cosmos”. Crédito: Lorena Palavecino.

Una de las cosas que disfrutaba previo al encierro era andar en auto. Los trayectos desde la universidad, que demoran al menos un hora hasta su casa, le servían como excusa perfecta para cantar y gritar a todo pulmón algo de Led Zeppelin u otro exponente del rock más pesado.

Dice, además, que le habría encantado incorporar en las páginas de su nueva hazaña literaria a Silvio Rodriguez, pero no encontró excusas suficientes. “Las canciones que hay en el libro están ahí porque me sugerían algún fenómeno físico del que hablar, entonces no reflejan necesariamente mis gustos. Hay canciones maravillosas que lamentablemente no me dicen nada científico”, dice. 

Aunque advierte que su corazón es demasiado grande para tener sólo una canción favorita, comenta que siempre ha creído que la obra maestra de toda la música es un single de The Beatles que tenía cuando chico, que por un lado sonaba Strawberry Fields y por el otro Penny Lane

¿De dónde surge tu obsesión por la música?

-La música es uno de mis amores. En mi casa, desde la infancia que estoy rodeado de música clásica, de rock inglés, sesentero y todo eso me acompaña hasta hoy, entonces, digamos que es un sujeto natural de donde me surgen preguntas científicas. La ciencia siempre es una obsesión por el mundo que te rodea, es una obsesión por entrar en sus profundidades, entenderlo, comprenderlo. Y ese mundo es una totalidad que incluye galaxias, átomos y también canciones. Todas las cosas dan origen a preguntas y despiertan curiosidad. Para alguien que le gusta mucho la música, como a mí, encuentro natural partir de la música para hablar de ciencia. 

Hay momentos de no retorno cuando descubrimos aquello que nos obsesiona,  ¿cómo fue ese momento para ti en relación a la música?

-Creo que fue cuando escuché unos vinilos que tenían mis padres medio rallados. Uno era de Rubber Soul, de los Beatles, y el otro era un grandes éxitos de Bob Dylan. Había un tocadiscos en mi casa y la mayoría de la música que escuchábamos era clásica. Siempre me llevaban a conciertos y siempre me gustó esa música, pero esos discos que te digo no los ponían y de repente los encontré, los puse y creo que desde ahí los Beatles se transformaron en algo esencial para mí, y con ello, la música. En esa época no me fijaba mucho en las letras, siendo que Bob Dylan se ganó el Premio Nobel de Literatura. Lo que a mí me impresionó primero de ellos fue la música. 

“La ciencia siempre es una obsesión por el mundo que te rodea, es una obsesión por entrar en sus profundidades, entenderlo, comprenderlo. Y ese mundo es una totalidad que incluye galaxias, átomos y también canciones. Todas las cosas dan origen a preguntas y despiertan curiosidad”.

¿Y cuándo hiciste ese nexo entre música y ciencia? 

-No tengo un momento preciso, porque empecé a escribir sobre ciencia para todo público hace más de diez años. Siempre hay fenómenos muy importantes de la ciencia que están conectados con todo, y con la música en particular. Por ejemplo, en el libro cuento toda la historia de Faraday, el electromagnetismo, y cómo todos estos fenómenos electromagnéticos son tan importantes en el desarrollo de la música popular. Además a mí me parece tan atractivo el hecho de cómo se transforma una cuestión que al principio parecía tan artificial. Un ejemplo es cuando Bob Dylan subió al escenario con la guitarra eléctrica por primera vez, en lugar de usar una guitarra clásica, acústica. 

Claro, cuando el público lo abuchea… 

-El tiempo hace que todas estas cuestiones vayan tomando una forma orgánica. Hoy una guitarra eléctrica es como un violín, es un instrumento súper expresivo, que incluso ya está un poco pasado de moda. La radio es otro ejemplo maravilloso. La radio es una cuestión tecnológica que hoy va mucho más allá de eso, tiene una cuestión emocional. Entonces todo eso se mezcla con lo científico. Por eso en mis libros trato de demostrar lo humana que es la ciencia y lo distinta que es respecto a esa imagen clásica que muchos tienen, que trasciende esa mirada que nos enseñaron en el colegio donde nos dañaron con esta separación entre lo humanista y lo científico. Y donde la ciencia quedó relegada a algo metodológico, frío. Al contrario, no hay nada de rígido ni de cuadrado en la ciencia, que es lo que nos dicen a los científicos cuando nos quieren ofender. La ciencia es tan humana como la más humana de las actividades y eso se ve aún más cuando uno ve cuáles eran las motivaciones de todos los grandes científicos. 

Dame algún ejemplo.

-Pitágoras es uno y Keppler es otro. Ambos tenían una concepción bien mística de las cosas, pero tenían, al mismo tiempo, una honestidad intelectual que usualmente la gente que es puramente mística no tiene. Keppler pensaba que todo tenía que ser representado por números. Él veía en los números no la matemática, de la cual se arrancan los estudiantes, sino que veía básicamente a Dios, era una cosa religiosa y mística. 

En tu libro hablas de Pitágoras como el gran responsable de la armonía musical y sin embargo, más allá de su famoso teorema, uno en el colegio vio poco esas otras incidencias.

-El teorema de Pitágoras resultó trágico. Pitágoras encontró las leyes de la armonía musical, que tenían una aplicación tecnológica, y que no eran para nada una cuestión abstracta. Él encontró una metodología para afinar instrumentos. Es una teoría que como cualquier teoría no es perfecta, y que hoy está totalmente superada por otras afinaciones. Entonces, a mí me parece que educar a los niños sin darles un poquito de contexto, es matarle todo el encanto a esto. Hay una mezcla entre emoción, pasión, mística, religión, que está siempre en la ciencia. Eso que llaman el método científico, que la gente siempre piensa que es una cuestión de metodología y rígida; no es tal, así no funciona la ciencia. 

“La ciencia es tan humana como la más humana de las actividades y eso se ve aún más cuando uno ve cuáles eran las motivaciones de todos los grandes científicos”.

¿Cómo funciona la ciencia entonces?

-La ciencia es una actividad totalmente creativa, igual que la música. Uno inventa las teorías. Es mentira que las teorías surgen de datos. Esa es la visión actual, que está de moda un poco con el Big Data. No, la ciencia nunca se ha tratado de datos. La ciencia se trata de inventos y la única parte que es objetiva de la ciencia, es lo que viene después. Tú haces un invento y desde ese invento, ves qué consecuencias tiene. Si esas consecuencias son, representan o predicen lo que de verdad ocurre en la naturaleza y lo experimentas, entonces tu teoría triunfa. Y si no, se bota a la basura. A la hora de evaluar la obra, la ciencia es muy dura. Pero la obra misma no es como una máquina. Donde sí hay metodologías es a la hora de comprobar, de validar. 

Andrés Gomberoff, autor de “La música del cosmos”. Crédito: Lorena Palavecino.

¿Cómo te enfrentas al fracaso en esta área del conocimiento?

-Lo que pasa es que uno se acostumbra al fracaso. La mayoría de las cosas que a uno se le ocurren están mal. La mayoría. Y eso ocurre siempre, en todas las disciplinas humanas. Entonces es como un laberinto: uno retrocede, se mete en otros caminos y de repente resulta algo. Por supuesto, yo nunca voy a experimentar lo que experimentó Einstein cuando hizo su teoría de la relatividad general y se dio cuenta de que predecía la anómala órbita de Mercurio. Eso debe haber sido… No sé, como cuando Miguel Ángel terminó El David. El científico de todos los días, como yo, hace pequeñas cositas. De todas maneras, en esas pequeñas cosas uno ocupa mucho tiempo construyéndolas y muchas veces no funcionan, o no hacen lo que deberían hacer, y se botan a la basura. 

“La ciencia se trata de inventos y la única parte que es objetiva de la ciencia, es lo que viene después”.

En el arte hay un público, un aplauso, ¿en el caso de la ciencia cuál es tu equivalente?

-Es la naturaleza, que es como el público para el arte. Pero la naturaleza es un público terrible, porque ahí no cabe la subjetividad. Eso es lo único que de verdad distingue al arte y a la ciencia. El escrutinio aquí es lapidario: todo o nada. Aquí no hay groupies que te aplaudan igual al final.

UNA ECUACIÓN BELLÍSIMA

¿Dónde encuentras la belleza en tu trabajo?

-En el caso de la teoría física, yo encuentro belleza en las ecuaciones. Las ecuaciones son como poemas, tienen una fuerza y una belleza que no es sencillamente una fórmula. La palabra fórmula como que desprestigia inmediatamente las expresiones algebraicas que están detrás de las teorías físicas. Es tan hermoso cuando te das cuenta que una frase tan cortita, como son las ecuaciones de Einstein, predicen una cantidad de fenómenos que van desde cómo se cae el lápiz en la mesa hasta cómo el universo observable evoluciona. Eso me parece realmente alucinante. O sea, se te paran los pelos al mirar esa expresión. Es increíble que la mente humana sea capaz de hacer eso.

Tratar de transmitir la belleza de todas esas ecuaciones o descubrimientos debe ser una cruzada solitaria, ¿no?

-Es que yo creo que están dañando a la gente con estas separaciones artificiales. Por ejemplo, salvo pequeñas cosas, yo no he leído a Kant y La crítica de la razón pura. Puedo pasar por ignorante, está bien. Pero nadie pasa por ignorante por no haber leído a Einstein o Newton. Nadie. Más aún, no puedo creer que alguien me diga, por ejemplo, que La música del cosmos es un poquito más difícil de leer. Es un poquito más difícil que otras cosas que he escrito, sí, porque no está hecho para llevar de la mano al lector, sino que le exige. Pero claramente es un cuento de hadas al lado de Kant. Entonces, yo no puedo entender esa dicotomía, ¿por qué hay gente que tiene miedo a sentarse y a profundizar un poco en algunos conceptos científicos y le parece tan fácil leer a Kant que, al menos para mí, es muy difícil de entender?

“Las ecuaciones son como poemas, tienen una fuerza y una belleza que no es sencillamente una fórmula. La palabra fórmula como que desprestigia inmediatamente las expresiones algebraicas que están detrás de las teorías físicas. Es tan hermoso cuando te das cuenta que una frase tan cortita, como son las ecuaciones de Einstein, predicen una cantidad de fenómenos que van desde cómo se cae el lápiz en la mesa hasta cómo el universo observable evoluciona”.

¿Es un tema de interés de la audiencia?

-Creo que cualquier cosa o disciplina que tú quieras entender con alguna profundidad, vas a tener que hacer un poco de esfuerzo. Para que te den ganas de hacer el esfuerzo, hay que tener una motivación y esa motivación a veces hace falta. En ese sentido pienso que la motivación en el caso de La música del cosmos es la música. Entender, por ejemplo, cómo pudieron los Beatles crear los ruidos extrañísimos que aparecen en Tomorrow never knows. Hoy día, claro, con los sintetizadores la gente lo da por hecho. Pero en ese momento era una cuestión tremendamente revolucionaria y está basado en descubrimientos científicos que son igualmente alucinantes. Entonces, hay una continuidad en todo: en la belleza, en la pasión por el universo. Y en esa pasión no hay humanistas ni científicos. 

¿Qué pasa con esa naturaleza más bien emocional de nuestra relación con la música? ¿La consideras en tu ecuación también? 

Sí, son dos cosas distintas, que incluso causan grandes debates. La partitura, por ejemplo, tiene hasta elementos matemáticos. Cuando tú ves una partitura encuentras ciertas simetrías y cosas impresionantes, pero parece ser algo interesante sólo para los que saben de eso y donde, por otro lado, se pierde todo el sentido expresivo de la música. Me pasa que cuando a ti te gusta la música, pero además puedes entender o ver la belleza de los patrones que hay debajo y cómo esos patrones influyeron en tu cabeza para darte el placer que te dieron, se multiplica la belleza. 

En tu libro Einstein para perplejos, había una frase que decía que la ciencia es mirar la naturaleza entre líneas. 

-Es que tú puedes estar fascinado mirando una puesta de sol, viendo los colores del atardecer con tu pareja tomándote un pisco sour. Y detrás de eso hay unas ecuaciones maravillosas que describen la reacciones nucleares en el interior del sol, la forma que las corrientes solares llevan por millones de años la energía hasta su superficie, los fotones que salieron, la atmósfera que los dividió y cómo esos fotones que llegaron al fondo de tu retina de alguna manera permiten que tu ojo vea de cierto color… Así el universo se te multiplica por infinito, sobre todo cuando te das cuenta de que el fotón es una partícula que satisface una ecuación bellísima que es como un poema de una línea que tiene simetría; entonces todo se junta, ¿te fijas? Uno encuentra belleza en todas partes. Antes de aprenderte un poema tienes que aprender a leer y aprender a leer es una lata. Pero hay que hacer ciertos esfuerzos para disfrutar algunas cosas. De todos modos creo que es importante que la ciencia sea contada en su contexto, porque sin el contexto se pone fome. 

“Me pasa que cuando a ti te gusta la música, pero además puedes entender o ver la belleza de los patrones que hay debajo y cómo esos patrones influyeron en tu cabeza para darte el placer que te dieron, se multiplica la belleza”.

¿Por qué crees que tenemos que detenernos a leer sobre esto, en medio de una pandemia?

-Creo que una de las cosas que ha generado el coronavirus en los privilegiados del mundo como yo, es que nos ha acercado a la realidad de la mayoría de las personas y no hablo solamente de Chile, sino del mundo. Siento que la mejor manera en que uno ayuda en cualquier circunstancia, es hacer lo que haces con amor y pasión. Bueno, soy físico, no puedo aportar a la lucha del coronavirus, no puedo aportar en el diseño del sistema previsional, pero sí puedo contar lo que he aprendido y lo que me apasiona. Tengo la intuición de que es lo mejor que puedo hacer en este minuto.

Título: La música del cosmos
Autor: Andrés Gomberoff
Sello: DEBATE
Precio: $ 14.000
Páginas: 272

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