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Reportajes

28 de Diciembre de 2020

Los imprescindibles de este 2020

Desde profesores hasta empleados del comercio, pasando por trabajadores del sistema de transporte. Fueron miles quienes a diario, mientras gran parte de la población estaba encerrada en cuarentena, debieron seguir firmes en sus labores o puestos de trabajo para que el país continuara funcionando. Aquí los relatos de algunos de ellos.

Por

Oscar Olivares Toro (54), conductor de ambulancia Departamento de Salud de Recoleta.

“Tengo dos años como conductor de vehículos de salud y desde octubre del 2019 como chofer de ambulancia. Trabajo en el SAPU de Zapadores, un centro de alta tecnología y con médicos especialistas y tens muy aperrados. Ha sido un tiempo fuerte, muy complejo, por las diversas sintomatologías que tenían los pacientes y entregas en los hospitales de horas, yo estuve hasta cinco con la persona dentro. 

El miedo a lo desconocido ha sido un factor atroz, salvaje. Nadie sabía cómo esta cosa nos podía contagiar. El Gobierno demoró en la respuesta y fue la Muni la que nos dio elementos de protección personal. Al principio la adaptación fue muy difícil. En marzo, empezamos a hacer visitas domiciliarias, tomar muestras y llevarlas de manera muy rústica. No sé en qué momento, me contagié. Mi esposa, que trabajaba vacunando contra la influenza, también le dio Covid. La trazabilidad nos fue imposible y, a pesar de los dolores, fue leve comparado con otros casos.

Me preguntaba ¿qué parte fue la que hicimos mal para contagiarnos? Tenía incertidumbre, pena, culpa, impotencia. Es algo que no se lo doy a nadie. En la cuadra en que vivimos, todos nos conocen y aun así tuvimos problemas con vecinos. Pero mis colegas súper preocupados y nos llevaban mercaderías.

Me dio miedo volver a trabajar, pero lo superé bien. Tuve apoyo psicológico desde la Municipalidad y eso fue fundamental. Lo que más me ha marcado es la inconsciencia de la gente en la calle. Hemos llevado en la ambulancia a jóvenes de 25 o 30 años en muy mal estado, con dificultades enormes para respirar. De un momento para otro te viene la complicación… Siento también que se ha mentido mucho. No es verdad que los contagios hayan bajado, mientras el Gobierno decía eso, nosotros veíamos pasar montones de cortejos fúnebres a diario. Me siento impotente de que no digan la verdad”. 

Exequiel Coñoman Rojas (35), Profesor Escuela Especial Ema Sepúlveda De Lobos F-409.

“La pandemia nos pilló de sorpresa y con variables desfavorables hacia las personas con discapacidad intelectual. Teníamos mucha incertidumbre porque no sabíamos qué podíamos hacer. Descubrimos que la única forma en que nos podíamos comunicar con nuestros alumnos era vía telefónica o por Whatsapp porque más del 70% de los alumnos no tenía acceso a computador y los que tenían, no sabían usar plataformas. La realidad no era alentadora. 

Al principio enviamos guías de “repaso” con el transporte que les llevaba las cajas de Junaeb. La jornada completa se traspasó a sus hogares causando una recarga en los padres. Las pocas madres que trabajan, usaban ese tiempo en que los hijos estaban en la escuela. Decidimos hacer “proyectos familiares” con características más lúdicas y que incluyeran a la familia. Una creó un kit sanitario: hicieron videos, presupuestos y en cuánto lo vendería.  Otra un recetario saludable, con videos de cómo hacer fideos de distintas formas y que no te aburrieran. Había otra que produjo conservas con las frutas que se iban echando a perder. Actividades que implicaron que las familias se involucraran.

El primer semestre fue por Whatsapp, con al menos dos llamadas de 30 minutos y monitoreo semanal. Primero veíamos su ambiente socioemocional y luego lo educacional. El segundo semestre implementamos clases por Meet y proyectos temáticos como la primavera, las fiestas patrias o el we tripantu, con contenidos para tres semanas. Al final de cada proyecto se grababan un video.

Profesionalmente fue un año inquietante, raro, con mucha emoción mezclada. La sobrecarga emocional causó un peso mayor. Pero cuando decidimos trabajar colaborativamente en la escuela entre los profesores y las familias, me confirmó lo esencial de este modelo en las comunidades educativas. La pandemia reflejó y reveló que las familias deben acercarse a las escuelas, porque ellas permiten la transferencia del aprendizaje. La escuela tuvo que buscar la forma de apoyar con dinero o comida a algunas de ellas. En otras hubo problemas conductuales por sacar a los alumnos con discapacidad de sus rutinas, sobre todo, a los autistas. Las crisis de epilepsia también aumentaron por el nerviosísimo y la frustración de estar encerrados. También nos dimos cuenta de que la brecha que nuestras escuelas especiales viven, se agrandó. Las escuelas especiales somos invisibles”.

Paola Delgado González (27), conductora radial de Myradio de Punta Arenas.

“Hace tres años, estoy en Myradio haciendo un programa de entretención que sale de lo informativo. Ha sido difícil entretener, porque el tema de la salud mental con el Covid, nos ha afectado a todos. Para mí, el año ha estado bien movido y salir de mi casa para entretener a otros como si nada pasara, claro que se sintió.

Nuestra radio estuvo tres meses parada, sin programas por la cuarentena. Fue complicado psicológica económicamente sin tres meses de ingresos de los auspiciadores. Fue difícil aceptar que teníamos que parar sin hacer nada. Al volver a la radio, en junio, fue súper motivante, sentía más miedo en mi casa que cuando volví a trabajar. Los auditores estaban felices, porque volvía esa compañía diaria y eso es lo más potente que produce la radio, más estando solos o encerrados. 

El balance ha sido positivo. El recibimiento de vuelta fue muy bueno. El tema de las informaciones es tan intenso, que yo valoro poder transmitir un mensaje de buena energía, acompañar y alivianar la carga. Aun así, hemos podido saber a través de los auditores de personas que han perdido familiares y no han podido viajar. Para salir de acá tenemos que tomar un vuelo, sí o sí, de tres horas para llegar a Santiago. 

En un momento, en Punta Arenas estaba todo incontrolable. Un día aparecieron 200 contagiados y eso te demostraba que no podías controlar nada. Te podías contagiar de cualquier forma. Estaba tan paranoica que era muy desagradable estar conmigo. Pero ahora acá, la cuarentena dejó de serlo hace rato y la gente está saliendo a hacer sus cosas igual. Le ha perdido el miedo, está siendo más osada. La gente está chata y muy aburrida”. 

Héctor Soto (54), jefe sección de Sepultaciones del Cementerio General.

“Llevo trabajando 35 años en el cementerio. Dirijo a 22 funcionarios que se dedican a sepultar y, desde marzo, nos hemos cuidado bastante. Somos como una familia que está trabajando de lunes a domingo, de las 9 a las 5 de la tarde, cuando los muchachos llegan reventados. En un año normal, no salíamos de los 15 entierros por día, pero desde mediados de marzo llegamos a los 40 diarios. 

Atender a un fallecido Covid no es tanto, porque el bicho muere luego de dos horas en el cuerpo, pero son los deudos los que traen el contagio y eso es lo que la gente no ha querido entender. Hubo un tiempo en que podían entrar sólo dos familiares y el resto quedaba fuera. Eso era penoso. Nosotros hemos tenido dos casos en la sección y ambos se contagiaron fuera. Acá dentro cero contagios.

Hemos enterrado chicos veinteañeros que no se han cuidado y eso es fuerte. Somos seres humanos, sentimos el dolor ajeno y nos quebramos. Desde RRPP del cementerio nos han hecho obras de teatro o gimnasia para despejar la mente y eso nos ayudó bastante. Cuando vuelvo a casa, me cambio de ropa inmediatamente, me baño, uso alcohol gel porque tengo que cuidarlos. Ellos entienden mi labor, pero se asustan por mi edad. Si me llego a infectar, infecto a toda mi familia.

Mi madre trabajó 50 años en el cementerio, por eso entré a trabajar acá. Fui guardia por 25 años y estoy ahora acá hace 10. Con los chicos somos como una familia, empezamos súper fuertes, pero con el paso del año han comenzado a quebrarse por el cansancio.  Prácticamente estuvimos sepultando todo el día y no alcanzábamos ni a comer. Ha sido súper exigente, en mis 35 años acá nunca viví una situación similar. Tengo temor a un rebrote”.

Jeanete Espinoza (57), cajera de supermercado en Providencia.

Cuando empezó la cuarentena seguimos trabajando igual, pero con permiso. Hemos trabajado toda la pandemia sin cesar. Ha sido complicado, porque me traslado desde mi casa en El Bosque hasta el trabajo y no sabes lo que te puede pasar en el camino. Estuve y sigo muy asustada. Llevo 11 años trabajando y nunca había vivido algo así.

Tuve algunos compañeros en cuarentena, por suerte con nada grave, pero hubo varios con Covid. El público que va al supermercado, en general, se ha acostumbrado a las nuevas normas, pero siempre hay alguno sin mascarilla y lo han echado. Las cajeras estamos protegidas con cortinas de nylon, además de protección facial, mascarilla, tenemos todo. Pero. igual, hay miedo a que nos pueda pasar algo porque no sabemos quién pueda tener Covid.

Yo tendría a toda la gente encerrada, el Covid es súper peligroso. Mi cuñado se contagió estando hospitalizado, estuvo 58 días dentro, pero sobrevivió. Fue terrible, la gente lo toma como juego, pero es terrible. Yo vivo con mis hijos, nietos, la polola de mi hijo, mi hermana y mi cuñado en dos casas. Me tomo el metro y el viaje dura 40 minutos. Siempre va lleno, no hay distanciamiento social, no se ponen la mascarilla como corresponde. Y ando con miedo. En el supermercado, la gente está súper violenta, te agrede. El año ha sido terrible, pero creo que el próximo será peor”. 

Juan González –nombre ficticio a petición del entrevistado- (42), conductor de Metro.

“Hace 14 años conduzco, y este año, cuando comenzó la pandemia, fue todo muy desordenado porque trabajábamos en base a la información diaria. Lo que decía el Ministerio de Transportes era lo que teníamos que hacer al día siguiente, pero eso no se veía reflejado en la realidad. Por ejemplo, si había cuarentena en Puente Alto, nunca se vio así: siempre estaba lleno a las 6 AM. En Maipú la misma cosa, a pesar de los cordones sanitarios la gente entraba como si nada al Metro.

Tuve un poco de paranoia de usar espacios comunes con mis compañeros. Mucha gente con problemas de salud se tuvo que ir. Quedamos pocos, trabajamos con menor frecuencia, bajó la cantidad de pasajeros, pero se sentía la tensión. Si faltaba alguien, pensábamos que le dio Covid y ahí uno se llenaba de dudas acerca de si había estado cerca de esa persona y me había contagiado. Eso era lo más incómodo de todo. 

Ver a la gente en los andenes con mascarillas es fuerte. Cuando les veo los ojos siento pena y si están sin mascarilla y le dices que se la pongan, se enojan o te insultan… la gente está muy sensible, no puedes decir nada, porque explotan. Yo los entiendo, porque van hacinados en los vagones, no existe la distancia física. 

Durante la cuarentena, a mi casa entraba sin ropa, la dejaba en el antejardín, me bañaba y me cambiaba. Vivo solo con mi hija de 19 años que es asmática crónica. Ella estaba asustada, porque esto es como una ruleta. Es una presión, pero uno comienza a normalizar esto”.

Rosa Sandoval Painepe (64), dueña local de huevos y quesos en La Vega.

“Lo más terrible para mí ha sido usar mascarilla, porque te ahogas, andar todo el día con ella. Eso y tener que cuidarse mucho, no tocar a la gente o que te toquen ellos y yo soy de piel. Eso me ha tocado difícil, perder el contacto con mis clientes: abrazos o besitos. Conozco mucha gente, converso con ellas, pero extraño las sonrisas.

Llevo más de la mitad de mi vida trabajando en La Vega. Nunca hubo desabastecimiento, excepto en los productos importados. Cuando estuvimos más encerrados, llegaba menos gente, sobre todo los que iban a comprar al detalle, pero los mayoristas crecieron. No tuvimos pérdidas, al contrario, nuestras ganancias subieron, porque la gente se aseguraba con más cosas. 

Este año, hubo un tiempo que no vi a mi marido por siete meses. Él tuvo un cáncer y se fue a Viña por precaución. Nos contactábamos por Zoom. Él tenía miedo que lo viera y lo fuera a contagiar, porque tenía las defensas bajas. Acá en La Vega también fue muy triste porque hubo varios vecinos que se murieron: Manuel de 62 años, vecino mío, fue el que más me apenó. Estábamos todos asustados, tosías y sentías que tenías coronavirus. 

La Vega se sanitiza todos los días, estamos bien protegidos, mis empleados también, además de los militares y Carabineros que fiscalizan. La Vega nunca se cerró, somos la primera línea de la alimentación en Santiago. Con lo que viene ahora, un rebrote, me asusta, porque que puede venir más fuerte. Yo soy trabajólica y no puedo estar encerrada”. 

Fabián Barría Peña (27), repartidor delivery

“En marzo, me titulé de Ingeniero agrónomo y a la semana siguiente empezó la pandemia. Estuve un mes pasando la cuarentena en Melipilla y al regresar a la ciudad, tuve que ingeniarme algún ingreso. Tenía una mochila Uber y podía pedir un permiso diario que me enviaban al mail. Así, aprovechaba de hacer servicios independientes, en donde las personas me contactaban para hacer un encargo dentro de las comunas de Santiago, las más céntricas, aunque también fui a Las Condes, Maipú y La Florida.

Vivo en Ñuñoa con mi pareja. Somos jóvenes y pensábamos que estábamos cuidándonos bien, mi pareja era mi contacto más estrecho. En las entregas siempre estuve con la mascarilla, me lavaba las manos siempre con alcohol gel. Mi pareja coordinaba los contactos, hacíamos la ruta diaria y unos días iban mejor que otros, en promedio sacaba unas 15 lucas diarias y pedaleaba cerca de 50 km. Siempre lleve una vida deportista, así que me sentía capacitado para esto. La bicicleta fue mi sustento durante seis meses.

Al principio de todo esto me daba nervio salir en plena pandemia, pero fui tomando confianza y viendo que las medidas de autocuidado me servían. Cuando pedaleaba, pensaba en eso de haber terminado mi carrera y estar trabajando en algo tan distinto, que no es lo que te venden en un principio… pero si no me hubiese puesto a trabajar de repartidor estaría en una peor condición económica. No recibí ninguna ayuda del Estado, ni siquiera una caja, nunca trabajé por contrato así que no tuve ni el 10% de la AFP.

Ser joven en este tiempo es complicado. Económicamente tenemos que aprovechar la oportunidad que se nos da, pero también siento que tenemos esa vitalidad para reinventarnos y tirar para arriba. Por cómo se ha manejado todo acá, no le tengo mucha fe al próximo año. Tal vez con el tema de la vacuna se pueda alivianar”.

Marisel Muñoz Campos (45), radio operadora del SAMU Metropolitano

Llevo un año trabajando con el servicio y me tocó el estallido social y la pandemia. Ha sido un tiempo súper importante, de mucha adrenalina, información e instruirme más. En el Centro Regulador trabajamos en equipo, en cada turno de 24 horas somos 10 radio operadores, más tres enfermeros y tres médicos. Somos una familia laboral increíble.

Amo mi profesión y uso la empatía para saber cómo ayudar. Telefónicamente, cuesta mucho tranquilizar o saber realmente qué pasa cuando la desesperación les hace gritar todo el tiempo. El virus ha sido tan agresivo que la única manera de pesquisar el estado del paciente ha sido poniendo el altavoz para que nos dejaran escuchar su respiración.

Entre marzo y junio, fue una locura. Tuvimos 4 mil llamados por día y más de 300 por hora. Fue demasiado extremo, todos sufriendo y nosotros ayudando con nuestros conocimientos. Atendimos a familias enteras con Covid, hubo muchos muertos. Fue mucha presión al no poder ayudar más e increíblemente duro. Emocionalmente me quebré y me preguntaba ¿cómo tanto?Mis breaks son cada dos horas y sirven para despejarme, pero sólo al llegar a mi casa me siento tranquila. Al final, el único momento en que me calmo es cuando me acuesto. Yo vivo con mis tres hijos y nunca me contagié. Ha sido un año agotador.


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