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Entrevistas

30 de Diciembre de 2020

Marcia Haydée y su despedida de Chile: “Mi vida ha sido en el teatro”

Crédito: Patricio Melo

Acaba de dejar la dirección tras 16 años a cargo del Ballet de Santiago. “Creo que ya le traspasé todo lo que aprendí a esa compañía. Ahora es el momento de cambiar”, señala una de las mejores bailarinas del siglo XX, hoy de 83 años, compañera en el escenario de Rudolf Nureyev y Richard Cragun, musa de John Cranko y emblema del Ballet de Stuttgart, quien despide el año para regresar a vivir a Alemania.

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A los 6 años tuvo su primer contrato. “Lo firmó mi abuelo”, recuerda Marcia Haydée (83), nacida en 1937, en Niterói, Brasil. “Mi padre era médico y mi madre me tuvo a los 19 años. Ellos hacían vida social, entonces yo andaba con mis abuelos para todos lados”, cuenta sobre sus inicios una de las mejores bailarinas del siglo XX.

Luego que su abuelo firmara su primer contrato, Marcia se presentó en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. “Era El caballero de la rosa, de Strauss. Yo entraba en la primera y última escena. No sabía nada de alemán, pero tenía muy buen oído y eso me sirvió mucho, musicalmente, en el escenario”, comenta por Zoom a The Clinic, desde su departamento en Santiago, quien fue llamada “La María Callas de la danza”. 

A comienzos de diciembre, comenzó a circular la noticia: el bailarín y coreógrafo Luis Ortigoza asumía la dirección del Ballet de Santiago. Esto, luego de que Marcia Haydée dejara el cargo tras 16 años. La artista cumplirá un rol de asesora internacional ya que en enero regresará a Alemania. 

Esa niña que, a los 4 años, inició sus estudios de ballet en Brasil, ya a los 15 años se trasladó a Inglaterra, donde fue aceptada en el Royal Ballet School de Londres. Después viajó a París. Allí conoció, en el Grand Ballet del Marqués de Cuevas, al coreógrafo sudafricano John Cranko. Durante 13 años, trabajaron y recorrieron el mundo junto al Ballet alemán de Stuttgart. Para ella, Cranko llevó a la danza las historias de Eugenio Oneguin, Romeo y Julieta y La fierecilla domada

Tras la muerte de Cranko, en 1973, Marcia Haydée se hizo cargo de la dirección del Ballet de Stuttgart (1976-1996). Posteriormente, trabajó con connotados coreógrafos como Kenneth MacMillan, John Neumeier y Maurice Béjart.

Además, Marcia Haydée, Premio Nijinsky 2003 -especie de Oscar del ballet-, Orden al Mérito en Brasil y Alemania, tuvo de compañeros en el escenario a memorables bailarines como Rudolf Nureyev, Mikhail Baryshnikov, Jorge Donn y Richard Cragun, quien también fue su marido. Claro que hace 25 años, Marcia está casada con Günther Schöberl, su profesor de yoga. “Es una biblioteca ambulante, por eso me casé con él”, comenta al hablar con su leve acento portugués.

Crédito: Patricio Melo

¿Han sido muy complejos estos meses de pandemia?

-Es que son nueve meses que no entro en el teatro. Es muy extraño. Mi vida ha sido en el teatro. Estuve tres meses en Alemania, logré ir al teatro en Berlín y Stuttgart, y fue increíble. Luego regresamos, en septiembre, a Santiago, y hace dos semanas pude entrar al Municipal, por un día, y luego se cerró. Es muy raro. Tengo mucho tiempo para mí misma y no estoy acostumbrada a tenerlo. Entonces me dediqué a pintar y avancé en un diario que llevo hace años. Hago mis ejercicios y meditación. Aprendí mucho, en este tiempo, a estar conmigo misma.   

Hace poco se estrenó el documental Marcia Haydée, una vida por la danza. Dice que lleva un diario… ¿Le gustaría escribir su autobiografía?

-Es un montón de diarios, de cuadernos, que tengo guardados. Es un trabajo que hago con fotos. Recreo esas historias y las complemento con recuerdos. Hacer una autobiografía es mucho trabajo. Tendría que hacerlo otra persona que me conozca bien. Es mejor el documental. La idea la tuvo mi hermana y fue muy emocionante, porque participa gente que conozco y quiero. Todo lo que salió de eso es verdadero para que la gente me vea como realmente soy y pienso. 

¿Qué momentos relevantes de su carrera destacaría?

-Fue muy emocionante cuando con John Cranko estrenamos, en Nueva York, en 1969, el ballet Oneguin. Cranko tenía un nombre, pero la compañía de Stuttgart no era para nada conocida. Lo único que conocían los americanos eran Mercedes-Benz y Porsche (se ríe). ¡Pero del ballet! Nada. Yo tampoco tenía un nombre. Cuando llegamos, el primer espectáculo era el único que estaba vendido. Había una presión muy grande. En un momento, del primer acto del Oneguin, mujeres y hombres del elenco hacen dos diagonales, y ahí el público se volvió loco. ¡Le encantó! Finalmente, nos quedamos tres semanas y tuvimos muy buenas críticas. De la noche a la mañana, salimos en los periódicos. Tengo recortes de The New York Times. 

Crédito: Gentileza Municipal de Santiago.

¿John Cranko fue fundamental en su trayectoria?

-Sin duda. Un día antes de hacer la audición para entrar al Ballet de Stuttgart, él estaba haciendo una clase, que eran muy extrañas, porque hacía coreografías en clases, no era una clase normal. Entonces, en un momento, él dijo: “Hagan esto”, y nadie hizo nada y yo levanté mi mano y dije: “Yo creo que sé”. Y me solté como una loca. Luego, él me contó que fue ese el momento que vio que yo lo entendía. Al día siguiente, hice la audición para el cuerpo de baile, ensayé una parte de La bella durmiente, y luego de bailar, él se subió al escenario y dijo que lo esperara en los camarines. ¡Esperé como una hora! Y cuando llegó me dijo: “Marcia no te voy a tomar como cuerpo de baile, tú tienes un contrato como mi primera bailarina”. Creo que ese momento fue fundamental en mi vida. 

Tras la muerte de Cranko logró efectuar una serie de producciones con los coreógrafos Kenneth MacMillan, John Neumeier y Maurice Béjart…

-Ellos me salvaron la vida. Me permitieron continuar con mi carrera. Y siempre tenían la amabilidad de hacer cosas para mí cuando estaba a cargo de la compañía. De alguna manera, ellos tomaron el puesto de Cranko en mi vida. A ellos cuatro, a Cranko, MacMillan, Neumeier y Béjart, les debo mi carrera. 

¿Cómo recuerda el trabajo junto a Richard Cragun?

-Era un partner increíble y teníamos una conexión que, inmediatamente, nos entendíamos. Además, fuimos compañeros de vida durante 16 años dentro y fuera del teatro. Yo con él, sobre el escenario, no le tenía miedo a nada. Era un bailarín fantástico. Y, luego que nos separamos, continuamos bailando juntos. Fue difícil. Pero, teníamos contratos que cumplir en Londres, París y Nueva York.     

En esas ciudades comenzaron a llamarla “La María Callas de la danza”, ¿no?

-Claro, salió en la prensa de París y en Nueva York, donde hicieron esa comparación. Para mí Callas era una diosa. Yo la vi en vivo. Lo que ella tenía, no era solo la voz, era una protagonista del escenario. El día que salió esa crítica, primero en el diario Le Figaro, fue algo emocionante, muy lindo. Pero, todo eso sucedió, porque yo fui un instrumento de esos grandes coreógrafos revolucionarios, de los que antes hablamos, que se estaban abriendo nuevos caminos. Yo sabía lo que ellos querían y no le tenía miedo a nada. Y me gustaba mucho interpretar otros papeles. Ellos decían que todas las mujeres estaban dentro de mí.  

Crédito: Gentileza Municipal de Santiago.

LEGADO Y CONTINGENCIA  

La primera vez que Marcia Haydée dirigió el Ballet de Santiago fue entre 1993 y 1996, cuando alternaba entre Chile y el Ballet de Stuttgart, en Alemania. Retomaría su labor en el Municipal en 2004, hasta hace algunas semanas, cuando decidió que ya era hora de darle el lugar a otros coreógrafos.   

“Fui la directora que me quedé más tiempo en la dirección del Ballet de Santiago. Creo que ya le traspasé todo lo que aprendí a esa compañía. Yo no era una directora, era una bailarina con una carrera que me tocó dirigir a otros bailarines. Ellos creían en lo que transmitía y la relación fue muy linda. Ahora es el momento de cambiar. Y quien se queda, Luis (Ortigoza), sabe mucho y tiene una visión completa del ballet”, dice Marcia Haydée, quien en algunos días hará una mudanza continental. El 18 de enero tiene pasajes para su regreso a Alemania. “Nos iremos a vivir a la casa que tenemos en Stuttgart”, agrega. 

¿Cómo ha visto, en estas últimas décadas, la evolución de la danza?

-Es impresionante. La técnica que tienen hoy los bailarines es brutal. Es otra manera de bailar. De verdad que pueden hacer cualquier cosa. Pero, al mismo tiempo digo, si hoy yo tuviese que ser bailarina, no lo sería, porque el ballet está tan enfocado en la técnica visual que es un poco agotador. Por eso me gusta el Ballet de Santiago, porque ellos bailan con el corazón en sus pies. El ballet contemporáneo es muy lindo también, pero hay que tener temperamento, no puede ser frío. 

Crédito: Gentileza Municipal de Santiago.

¿Cuál cree que ha sido su legado?

-Yo creo que, en Chile, abrir las puertas a coreógrafos que aún no habían trabajado con esta compañía como es el caso de (Maurice) Béjart. Y también abrir las puertas a la danza contemporánea, porque hoy una compañía debe saber hacer de todo. Ser solo una compañía clásica, ya eso no existe más. El Bolshói o Stuttgart, todos tienen una mezcla de repertorios. Otra cosa importante para mí fue transmitir el nunca tener miedo, aceptar la libertad total de movimiento. Y otra cosa relevante fue darle la oportunidad a gente de la compañía para hacer creaciones, desde Jaime Pinto, pasando por Eduardo Yedro hasta Luis Ortigoza.   

“Si hoy yo tuviese que ser bailarina, no lo sería, porque el ballet está tan enfocado en la técnica visual que es un poco agotador”

Cambiando de tema, ¿Qué opina del desarrollo del movimiento feminista?

-Es fundamental y necesario. Pero, en mi carrera, la mujer estaba siempre primero. Fueron los hombres quienes comenzaron, en la danza, a empujar para tener el mismo espacio que las mujeres. Yo nunca tuve un problema, pero es obvio que en todo ámbito las mujeres tienen el mismo derecho que los hombres. No tienen que existir diferencias. En mi caso, tuve la oportunidad de acceder al salario que quería. Pero son excepciones. Por eso entiendo a las feministas, no puede haber diferencias entre hombres y mujeres. 

¿Qué le parece el proceso constituyente que está viviendo el país?    

-Tengo un respeto tremendo por el pueblo chileno, porque quieren algo y van por ello. Yo creo que van a vencer, van a conseguir lo que merecen, que es una mejor Constitución. Ahora, claro, estoy en contra de la violencia, de la destrucción, pero también entiendo que, si se produce, es porque la autoridad, el gobierno, no escucha. Por alguna razón surge la violencia.  

¿Qué extrañará de Chile?

-Chile es un país grandioso. Su naturaleza diversa es algo impresionante. Ustedes tienen de todo, bueno y malo, volcanes, terremotos, tsunamis, entonces para vivir acá uno debe tener un respeto por la naturaleza muy grande. A mí me encanta, por ejemplo, en el norte, el desierto de Atacama y, en el sur, la reserva Huilo Huilo. Ahora, cuando regrese a Alemania, de las cosas que quiero hacer es aprender a cocinar, pero igual seguiré trabajando con el Ballet de Stuttgart. Hay muchos proyectos, versiones en Praga, en Berlín, en Canadá, pero yo debo escoger cuando quiero descansar y cuando quiero trabajar.  

“Tengo un respeto tremendo por el pueblo chileno, porque quieren algo y van por ello. Yo creo que van a vencer, van a conseguir lo que merecen, que es una mejor Constitución”. 

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