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Entrevistas

26 de Enero de 2021

Arelis Uribe y “Las Heridas”: “escribo de mis demonios para perderles el miedo”

Foto: Yuwei Pan.

La escritora del premiado libro “Quiltras”, vino a Chile para presentar su nueva obra autobiográfica. La crónica transita entre dos momentos: la muerte del padre y la pérdida del amor, que resultan en un texto desgarrador.

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Leer a Arelis Uribe (34) es una experiencia devastadora. Ella es de emociones reservadas, pero la tinta con la que escribe refleja una tristeza congénita, que traspasa sus libros y toca medio a medio la fibra sensible de los lectores. Es porque sus palabras llegan al corazón. “Las Heridas” es  el nombre de su último libro, en el que la muerte, el desamor y la pobreza se hacen protagonistas para rasgar profundo en las cicatrices que le dejó la vida misma. 

Hoy vive en Nueva York, su inglés es malo, su piel es morena y se le nota a la legua lo latina, aún así, cuenta que todavía resiste y siente orgullo de no ser blanca ni gringa, porque así se diferencia de ese grupo que adora a Trump. 

–Al principio intentaba resistir en el español, hasta que me di cuenta que ambos son idiomas europeos. ¿Qué chucha hago hablando lenguas europeas si soy morena y vengo de América Latina? El colonialismo se nos ha metido tanto que se ha vuelto invisible.

Vivir en Estados Unidos

Hace un año y medio llegó a la Gran Manzana a cursar una maestría de Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York. Admite que siempre escapa, pero escapa persiguiendo las oportunidades que le permiten ser autónoma económicamente, para poder dedicarse al tan mal pagado oficio de la literatura. 

Arelis es hija de la clase trabajadora y al igual que muchos, si no produce, no come. Para conseguir estabilidad económica se las tuvo que ingeniar de alguna forma y así es como en 2019 postuló a Becas Chile para hacer un Máster de Literatura. 

2019 fue un año de muchos cambios para Chile, sobre todo luego de la revuelta social de octubre. Sin embargo, la autora de la premiada obra Quiltras, sentía hastío y ganas de algo nuevo.

Ahora estás haciendo una maestría en Nueva York becada, al igual que cuando te fuiste a Argentina, ¿esta vez también fuiste escapando?

–Jajajaja creo que siempre escapo. Cuando me fui a Argentina en 2010 escapé de Chile, porque me costaba demasiado hacer plata, tener trabajo. Postulé a una beca y de eso viví. Lo mismo me pasó ahora. Pasé un año inventando zines y talleres, pero nunca era suficiente, la plata se hace agua. Así que postulé a la Beca Chile, porque era una forma de tener estabilidad y tiempo para escribir por, al menos, dos años. Y funcionó. Edité “Las Heridas”, aprendí a tocar guitarra y he escrito un par de cuentos. Ese maná ya se está acabando. Soy hija de clase trabajadora, si no produzco, no como. Quizá no importa tanto a qué te dedicas, pero si vienes de una familia con plata, tus papás o tías o abuelitos siempre te van a apoyar económicamente, te van a pasar un departamento en el centro que nadie usa, te van a pagar un magíster, te van a heredar un auto. No es mi caso. Yo persigo las oportunidades que me permitan ser autónoma económicamente, para poder dedicarme a esto etéreo, pero maravilloso, que es la literatura.

 ¿Cómo han influido en tu imaginario las calles de Nueva York y la cultura gringa?

–Sabes qué, no tanto. No soy más gringa que el promedio de la gente en Chile que se mama Netflix todos los fines de semana, va al mall persiguiendo “sales” y ve las elecciones gringas como si fueran un partido de fútbol. He aprendido inglés, a través de la literatura y de conversaciones con gente que he conocido acá. Pero la verdad, la omnipresencia de Estados Unidos es tan intensa en Chile que culturalmente la diferencia es mínima.  

 En este contexto de pandemia, ¿cómo son tus días en Estados Unidos como escritora? 

–Mi vida es más bien fome. Me despierto muy temprano, tipo siete de la mañana, a leer en la cama, en especial ahora que es invierno. Hago pilates, tomo desayuno, me cocino una carbonada, escucho La Muchacha, me arranco a un parque a tocar Violeta Parra. A veces me fumo un pito con algún amigo o amiga, salgo a andar en bicicleta. Escribo y edito casi todas las semanas. Voy al súper y a tiendas de segunda mano. Escarbo entre la basura para recoger libros de la calle. 

¿Te has sentido discriminada por ser morena o chilena? ¿Has tenido que ‘resistir’ de alguna forma? 

–Sí. Mi inglés es malo, mi piel es morena. Se me nota a la legua lo latina. Abrazo aquello, porque es lo que soy. Tengo cierto orgullo de no ser blanca ni inglesa, porque me posiciona de inmediato en las antípodas de los cabecita de búfalo que adoran a Trump. Hay gente que me ha tratado mal, porque no ha tenido la paciencia para repetirme algo que no entendí o para intentar entender qué quise decir en mi inglés lleno de fugas. Eso sí, ahora que vivo acá, mi inglés se ha enriquecido. Al principio, intentaba resistir en el español, hasta que me di cuenta que ambos son idiomas europeos. ¿Qué chucha hago hablando lenguas europeas si soy morena y vengo de América Latina? El colonialismo se nos ha metido tanto que se ha vuelto invisible.

“Las heridas”

Dicen que el tiempo cura las heridas, pero Arelis es hija del peligro y lleva un miedo ancestral por las venas, que hace que ese “dolor que rompe” no se diluya. Con las emociones hechas un temporal, comenzó, hace tres años, a escribir este libro que cuenta en un pimponeo de saltos temporales cómo fue ver a su padre partir.

Es una crónica autobiográfica que viaja por los recuerdos de su infancia, adolescencia y adultez en un ambiente donde prevalece la pobreza, la desigualdad y el machismo. 

El libro que salió a la venta a principios de este mes, relata realidades que pueden ser, lamentablemente, un canto universal para muchos: abusos sexuales, violencia intrafamiliar y la cruda desigualdad propia del Chile post dictadura, temas que han provocado que varios se conmuevan con este breve, pero potente libro. 

“El artista crea desde el lugar de sus heridas”, dijo alguna vez Patti Smith en uno de sus poemas. Aunque confiesa que no es particularmente fan de su obra, esta frase caló hondo en ella y gatilló que una serie de recuerdos cupieran perfecto, como un puzzle, para formar esta crónica autobiográfica a partir de la memoria. 

¿Qué inspiró el título? Aparte de la frase de Patti Smith, siento que hablas de las mujeres heridas ¿o nada que ver?

–Me gustan los títulos en femenino plural, como un gesto contra el pluralizante masculino del español. Titularlo “Las Heridas” es el mismo gesto tras “Quiltras”: hablar en universal desde el singular femenino. Además, como tú bien dices, en el libro “las heridas” no refiere sólo a los traumas que te va dejando la vida producto del desamor, la pobreza o la muerte, sino además son las mujeres que protagonizan el libro. Quería escribir una novela que mostrara la forma en el que el patriarcado hace mella en los cuerpos de las mujeres que más amo: mi abuela, mi madre, mi hermana. Ellas son mis heridas.   

Hablas mucho de enfrentar esta pena porque tu papá se lo merece. Un poco contrario al duelo de Joan Didion, quizás más alucinando porque estuviera allí, contigo. ¿No te tentaste en quizás flexibilizar la memoria para incluir esas alucinaciones? ¿o el duelo fue racional?

–No, mi duelo fue totalmente pasional y, en otra medida, artístico. Mi viejo murió hace tres años y con esa pena escribí una columna en The Clinic (“La música y el duelo”), una novela y aprendí a tocar guitarra. La tristeza es energía, no tan brava como la rabia, pero igual de movilizadora.

 La muerte de un ser querido, la infidelidad, los abusos en la familia, el vivir en la periferia son realidades con las que mucha gente se puede sentir identificada, ¿Cómo ha sido el recibimiento? 

–Tenía mucho miedo de que la gente hiciera mal uso de mis heridas. Este libro es íntimo, tiene mis secretos, no todos (afortunadamente tengo varios) pero bastantes. Una amiga me dijo: este libro habla de lo que no se habla, porque cuento, por ejemplo, que llegué a Santiago a los dieciséis años a vivir de allegada, entre otras experiencias que me han quebrado la inocencia. Independientemente de aquello, el libro habla de pivotes universales innegables: el amor de pareja, la muerte del padre, la vida de clase trabajadora. Aun así, me daba terror pensar en la respuesta de la gente. Afortunadamente, la réplica ha sido amable, dulce, empática. Mucha gente me ha escrito para decirme que se ha encontrado en la historia, en especial mujeres chilenas proletas. Me dan las gracias por la honestidad y porque dicen que el libro está bien escrito.

¿Lees las reseñas que dejan en Goodreads o te da nervio? 

–Sí, lo leo todo, si pudiera meterme en la cabeza de quienes me leen para saber qué sienten, lo haría.

Sé que escribiste este libro en tres años, por lo que no debió haber sido ninguna sorpresa para tu familia su publicación, pero ¿cómo se lo tomaron?  un libro que se siente tan íntimo, que cuenta cosas tan profundas y privadas, por lo demás. 

–Estudié periodismo porque empecé a escribir en el diario El Mercurio a los dieciocho años. Lo primero que escribí fueron columnas de opinión sobre mi vida cotidiana. Nunca salí de ahí. Me cuesta mucho el periodismo tradicional, porque siempre quiero meter la cuchara, porque me ahogan los formatos tan rígidos. He intentado hacer lo que me gusta sin traicionarme, el resultado es este estilo de crónica íntima. Como periodista sé que existe la ética y mi ética personal es que si escribo sobre alguien, esa persona debe saberlo de antemano. Por ejemplo, la carta que aparece en el libro. La escribí hace años, pensando en un amor, en un aeropuerto, raja llorando. Necesitaba sacarme esa historia para poder seguir viviendo. Cuando la terminé, me dije: esto es un cuento, aquí hay algo. Entonces se la envié a esa persona, le dije: esto siento y voy a publicarlo. Necesitaba expresarle mis sentimientos para avanzar en el duelo, pero a la vez tenía que avisarle que iba a usar ese material porque me parecía una escritura bella, digna de ser compartida o publicada. Ahí me baja el sesgo periodístico de nuevo. En la universidad, aprendí que si hay una información valiosa ésta debe ser compartida. Esa intuición reporteril se me cuela en la literatura.

¿Cómo ha sido para ti, personalmente, abrirte de esta manera? ¿Ha sido un proceso liberador?

–Sí, ha sido liberador, lo dije en el lanzamiento: escribo de mis demonios para perderles el miedo. Una vez le preguntaron a Nina Simone qué era la libertad y ella respondió: no fear. Ser libre es no tener miedo.

¿Qué es lo que se viene en términos literarios para ti? ¿Ya estás armando otro libro? 

–Tengo tres proyectos: un libro de crónicas tipo “Las buity queens”, de Iván Monalisa Ojeda; un disco de poesía y una novela de ficción. Desarrollar esto me va a tomar años, espero tener algo listo a los cuarenta.

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