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Opinión

5 de Mayo de 2021

Columna de Rafael Gumucio: El circo en llamas

Ni Trump, ni Bolsonaro, ni Pamela Jiles, ni Kast son inevitables. Ni el desdén silencioso con que la oposición trata a Pamela sirve para pararla. Nueva York sabe esta primavera que la única manera de luchar contra los nuevos virus, el COVID o la demagogia son los viejos métodos. Aquí aprendieron lo que quizás nos falte a nosotros aprender: que el caos reina sólo cuando la elite intelectual y política renuncia a la voluntad de oponerse radicalmente y sin compromiso a él.

Rafael Gumucio
Rafael Gumucio
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Es primavera en Nueva York. Entre los edificios, árboles solitarios en sus patios inaccesibles florecen rosas, malvas, blancos. El aire es liviano, gentil, marino. Aunque las cifras de la pandemia están lejos de ser alentadoras, las autoridades sanitarias han decidido permitir a los millones de americanos ya vacunados que anden por las calles sin mascarillas. Los negocios grandes y pequeños, al igual que los restaurantes y los bares de buena o mala muerte, están abiertos. En ellos se habla de todo y cualquier cosa menos de lo único que se hablaba exactamente en la misma fecha en el mismo lugar: Donald J. Trump.

Su presencia rosada y amarilla, sus chistes de mal gusto, sus insultos automáticos han desaparecido del debate político a una velocidad abismante. Sin twitter no sólo Trump ya no existe, sino que parece no haber existido nunca. Recordarlo, en medio de la solida y aburrida administración de Joe Biden, es como recordar un mal sueño o un mal viaje en LSD, una serie de ésas que, apenas programada, hasta Netflix olvida.

Por cierto, nadie duda que estos sobrealimentados y rubincundos dementes que asaltaron el Capitolio sigan aceitando sus fusiles con toda suerte de teorías de la conspiración. Pero todas las incuestionables tesis universitarias que explicaban que Estados Unidos estaba condenado a una era de Trump porque representaba el verdadero corazón de América, han envejecido tan mal como los reality show que hicieron famoso al marido de Melania.

Todos los que veían en Trump una nueva forma de hacer política a la que había que adaptarse fatalmente han quedado desmentidos al gobernar con éxito hasta ahora justamente el representante más viejo de la más vieja política. La idea de que el siglo XXI canceló con su anomia tecnológica todos los siglos anteriores, que tanto seduce en Chile a los octubristas chilenos, resultó una enorme estafa. Trump era poderoso sólo porque los medios, hambrientos de click y subscriptores, quisieron que lo fuera. Trump no usó a twitter para comunicarse con el mundo, sino que fue twitter el que lo inventó con la misma fácil impunidad con que lo dejó caer dejando que sus dedos gordos teclean mensajes en el vacío. 

El medio es el mensaje, decía Marshall McLuhan. La idea de que las redes sociales, los pasquines o los canales de televisión sólo nos muestran “lo que hay” es una mentira evidente. Son los medios lo que deciden “lo que hay” según una lógica que les conviene siempre más a ellos que nosotros. ¿No seríamos más felices si Julio César Rodríguez no le hubiese dado pantalla y prestigio a los hermanos Parisi, Marcel Claude, Rafael Garay, Gino Lorenzini, o la Pamela Jiles? El periodista y el productor no responden de las estafas sucesivas que presentaron como una rebelión contra los poderosos de siempre, ni con el cúmulo de mentiras e inexactitudes que convirtieron en lema, eslogan y políticas. Una de ellas, el absurdo retiro del dinero de la AFP que empobrecerá fatalmente a los más pobres y enriquecerá a los más ricos, entre los cuales están, por cierto, Julio César y toda su pandilla de expertos circenses.

“Son los medios lo que deciden “lo que hay” según una lógica que les conviene siempre más a ellos que nosotros. ¿No seríamos más felices si Julio César Rodríguez no le hubiese dado pantalla y prestigio a los hermanos Parisi, Marcel Claude, Rafael Garay, Gino Lorenzini o la Pamela Jiles?”.

Todos los que ejercemos esta profesión sabemos que el periodismo no sólo no es neutral, sino que tampoco nunca es inocente. Pongan un canal de CNN 24 horas en una isla paradisiaca del caribe y verán cómo se transformará en dos semanas en un infierno. Los periodistas te dirán que la paz de la isla era falsa y que el estado de alarma, de escándalo, de denuncia permanente, son la verdad verdadera. Olvidan que el periodista como el malabarista o el payaso no hace su show gratis y que cobra tanto por entretener como por informar. Ni CNN, ni FOX, ni O Globo ni mucho menos Facebook, twitter y compañía pueden desentenderse de su responsabilidad en la llegada de Trump y Bolsonaro al poder. Uno de los gremios más honorable, el de los periodistas de investigación que denunciaron los crímenes en dictadura, tendrían hoy que hacerse cargo de la figura de Pamela Jiles que usa de su prestigio justamente del periodismo de combate de los ochenta para deformar la verdad y burlarse del pueblo. En el periodismo, incluso el más premiado e incuestionable, la caridad también empieza por casa.

Ni Trump ni Bolsonaro, ni Pamela Jiles o Kast son inevitables. Ni el desdén silencioso con que la oposición trata a Pamela, votando siempre como quiere que voten, sirve para pararla. Nueva York sabe esta primavera que la única manera de luchar contra los nuevos virus, el COVID o la demagogia, son los viejos métodos. Aprendieron lo que quizás nos falte a nosotros aprender, que el caos reina sólo cuando la elite intelectual y política renuncia a la voluntad de oponerse radicalmente y sin compromiso a él. La lección les costó miles de muertos, desempleados, hambrientos, millones de dólares, y la amenaza latente de una guerra racial sobre la cabeza. Sólo al ver que la llamas estaban arrasando con todo el circo, los medios de comunicación decidieron quitarle su parte de realidad al reality show. Lo que quedo después de eso es menos que nada.

“Uno de los gremios más honorable, el de los periodistas de investigación que denunciaron los crímenes en dictadura, tendrían hoy que hacerse cargo de la figura de Pamela Jiles que usa de su prestigio justamente del periodismo de combate de los ochenta para deformar la verdad y burlarse del pueblo”.

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