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20 de Mayo de 2021

Columna de Lina Meruane: De pronto

Agencia Uno

Escribir un país, constituirlo, requerirá como en las novelas tomar nota de lo real e imaginar un futuro posible; a diferencia de la novela no habrá un imaginar solitario sino una ardua escritura colectiva en la que no faltarán tensiones y acuerdos, negociaciones y discrepancias.

Lina Meruane
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De pronto la gente salió de su confinamiento para votar por la creación de un país inédito cuyos principios habrá que ir escribiendo. Esa escritura ya inminente me parece de pronto, a mí, que he dedicado mi vida a escribir, no sólo la cosa más delicada sino también la más difícil. Escribir un país, constituirlo, requerirá como en las novelas tomar nota de lo real e imaginar un futuro posible; a diferencia de la novela no habrá un imaginar solitario sino una ardua escritura colectiva en la que no faltarán tensiones y acuerdos, negociaciones y discrepancias.

De pronto la Constitución de 1980 se me aparece, por contraste, como una escritura expedita y normativa, un mezquino trámite burocrático al que fueron convocados los abogados elegidos del dictador: ellos hicieron lo que quisieron y tras un fraude electoral nos impusieron sus principios. Y aunque hubo sucesivos tachones, enmiendas, adiciones posteriores, aunque hubo cabildos ciudadanos para inspirar reflexiones, hubo poco margen legal y acaso escasa voluntad política para posibilitar la escritura de un Chile diferente.

“De pronto la Constitución de 1980 se me aparece, por contraste, como una escritura expedita y normativa, un mezquino trámite burocrático al que fueron convocados los abogados elegidos del dictador”.

De pronto se abre una página vacía. Vislumbro, sin embargo, que llenarla requerirá de mucho más que sentarse a sumar artículos constituyentes redactados, uno tras otro, a múltiples manos; consistirá, pienso, exprimiendo un poco más mi metáfora, en cambiar el estilo de esa escritura, la entonación de la voz, las modulaciones de la interlocución y de la escucha. Se me ocurre que habrá que buscar modos de argumentación más considerados con las circunstancias; más sensibles aunque no condescendientes; menos personalistas, centrados en el bien común y más horizontales por no decir democráticos. Modos firmes sin ser autoritarios. Porque de pronto el modelo autoritario, la arrogancia con que el poder se condujo hacia la mayoría, la ridiculización, la humillación, la descalificación, toda esa violencia a la que parecíamos habernos acomodado; de pronto, repito, esas estrategias discursivas del pasado reciente parecen fuera de tono. El estallido las deslegitimó. A gritos reveló su ilegitimidad. A gritos pelados y paradójicos, es cierto, pero ¿de qué otra manera iba a conseguir la gente que se la escuchara y se la viera multiplicada en las calles que algo empezara a cambiar como de hecho cambió? Ese estallido de angustia y rabia fue la respuesta ante una agresión, sistémica, sistemática, ejercida en todos los planos, propia de una lógica capitalista que consiste en aplastar a los más frágiles, quebrarlos o ponerlos a competir entre ellos para sobrevivir.

“De pronto se abre una página vacía. Vislumbro, sin embargo, que llenarla requerirá de mucho más que sentarse a sumar artículos constituyentes redactados, uno tras otro, a múltiples manos; consistirá, pienso, exprimiendo un poco más mi metáfora, en cambiar el estilo de esa escritura, la entonación de la voz, las modulaciones de la interlocución y de la escucha”.

Muy pronto entiendo que la violencia del discurso del poder me agotó también a mí. Vislumbro que esta escritura constituyente debe ir destituyendo los discursos autoritarios que imperan en todos los campos del conocimiento. Y así es como regreso a esa forma de discurso disciplinario que es la crítica en el campo literario al que por oficio pertenezco. Y me pregunto si la crítica podría elegir cambiar sus estrategias para dedicarse a iluminar cómo la literatura se relaciona con su tiempo, reproduciendo ideologías o disputándolas. Si podría lanzarse a la lectura de lo que cada texto propone en vez de aplicarle fórmulas aplastantes de lectura que le restan potencialidad a lo escrito. Si la crítica podría, de pronto, abrir la obra a la lectura en vez de clausurarla. Aportar coordenadas, señalar horizontes de sentido en vez entregarse al ejercicio correctivo. Buscar el lugar irrenunciable de cada escrito. Porque qué sentido tiene, precisamente en estos días en que caen las estructuras y las violencias, en qué aporta una crítica dedicada a zanjar entre los libros que merecen ser leídos y los que merecen ser arrojados al río Mapocho. Y por qué elegir, en ese arbitraje empobrecedor de la lectura, los textos más desposeídos y vulnerables. De pronto, me digo, por qué no introducir una voluntad propositiva y una forma de crítica capaz de ser constructiva y deconstructiva en vez de destructiva.

Porque de pronto todo, incluso eso, parece posible.

“Muy pronto entiendo que la violencia del discurso del poder me agotó también a mí. Vislumbro que esta escritura constituyente debe ir destituyendo los discursos autoritarios que imperan en todos los campos del conocimiento. Y así es como regreso a esa forma de discurso disciplinario que es la crítica en el campo literario al que por oficio pertenezco”.

*Lina Meruane es novelista, ensayista y docente. Entre sus últimos libros se cuentan la novela “Sistema nervioso” y los ensayos “Contra los hijos” y “Zona Ciega”.

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