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Opinión

26 de Agosto de 2021

Columna de Diana Aurenque: Alemania sin mascarilla obligatoria, pero con “regla 3G”

A primera vista el desconcierto es enorme. ¿Cómo es posible que, en Alemania, cuna de la moral del deber, del “imperativo categórico” kantiano y de un Estado de bienestar con pilares solidarios indiscutibles, sus habitantes circulen a destajo con las bocas destapadas?

Diana Aurenque Stephan
Diana Aurenque Stephan
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Nos enteramos con alegría de que en Chile los contagios demuestran una baja alentadora. Libertades se recuperan y se avanza en cada “fase”. Mientras, si miramos fuera del país, por ejemplo, en Alemania, aumenta la preocupación por el alza de los contagios. En los noticieros y periódicos se informa de ello. Sin embargo, siendo medianamente buenos observadores, se atestigua en las calles algo que no puede sino dejar perplejo a la mirada chilena: personas sin mascarillas.

A primera vista el desconcierto es enorme. ¿Cómo es posible que, en Alemania, cuna de la moral del deber, del “imperativo categórico” kantiano y de un Estado de bienestar con pilares solidarios indiscutibles, sus habitantes circulen a destajo con las bocas destapadas?

¿Irresponsabilidad alemana? En un primer momento lo pienso. Como chilena acostumbrada a la mascarilla, siendo parte ya constitutiva mía, mi reacción fue de miedo y desconfianza: cada humano era el peor portador pandémico, un mini “Delta” potencial, del cual escapar. Al mismo tiempo, encendida la incomodad, comenzó la auto- persecución: imaginar ser objeto de miradas juiciosas por mantener mi mascarilla en los espacios públicos mientras otros no lo hacían. La paranoia momentánea de sentirme hoy objeto de las mismas miradas de extrañeza que yo misma di al ver las primeras imágenes de transeúntes chinos en tiempos pre-pandémicos por RRSS.

Pero observando mejor, la moralización temprana se desvanece. Por ningún motivo se trata de irresponsabilidad. Si bien las personas por las calles y parques caminan libremente en Alemania, en lugares cerrados -supermercados, transporte público, farmacias, etc.- deben utilizar mascarillas y mantener el distanciamiento físico. Y lo cumplen mayoritariamente.

Además, desde el 23 de agosto en toda Alemania se ha impuesto la “regla 3G”, llamada así por las iniciales de las condiciones que, al menos en una de ellas, deben ser cumplidas para ingresar. En lugares cerrados, como restaurantes, cines o teatros, las personas deben demostrar que están “vacunadas” (geimpft) contra el Covid-19, “curadas” (genesen) de la enfermedad (hace menos de 6 meses) o “testeadas” (getestet) negativamente con PCR o test rápido.

¿Irresponsabilidad alemana? En un primer momento lo pienso. Como chilena acostumbrada a la mascarilla, siendo parte ya constitutiva mía, mi reacción fue de miedo y desconfianza: cada humano era el peor portador pandémico, un mini “Delta” potencial, del cual escapar. Al mismo tiempo, encendida la incomodad, comenzó la auto- persecución: imaginar ser objeto de miradas juiciosas por mantener mi mascarilla en los espacios públicos mientras otros no lo hacían.

Pienso en mi país, y aunque sin ser centralista, inevitablemente me vienen a la mente mis vecinos en ciudades, especialmente los del Gran Santiago. En todos quienes han y hemos pasado importante tiempo de vida en el encierro más devastador y lleno de cemento y angostura que habíamos conocido. Un aislamiento que la salud mental de nadie estaba preparada para soportar. Y la pregunta que emerge es evidente: ¿podrían los gobernantes haber buscado otro modo?, ¿podríamos haber imitado en algo esa libertad alemana? Y la pregunta es más pertinente que nunca justo ahora que los contagios bajan.

Con lamento, pero con el juicio atento, no queda más que una negativa. Sin desconocer que esta pandemia llegó, desde el punto de vista político, como “anillo al dedo” al gobierno para controlar el descontento ciudadano desde octubre del 2019, no parece razonable haber esperado más libertad.

Es evidente que hay elementos estructurales de la vida -calidad de vida alemana- que hacen posible esa “libertad” ahí y no en Chile. Los medios de transporte, ni en horario de punta, están cerca de estar tan atiborrados como el nuestro; ahí el distanciamiento es posible. También las casas, los departamentos, las veredas y las calles se experimentan holgadas, espaciadas y sin los hacinamientos que conocemos o hemos visto. La pandemia por cierto refuerza las razones originales del descontento, pero no la necesidad real de restringir la movilidad en beneficio de la salud pública.

Finalmente, y quizás tan importante, tampoco las costumbres alemanas en el trato diario corporal se han visto demasiado afectadas en pandemia: el saludo de “a besos” se restringe a las parejas o convivientes, ni siquiera entre familiares o grandes amigos es un “deber” social. Entre conocidos y desconocidos se respetan los individuos y la distancia que genuinamente los permite; los cuerpos no se tocan y, posiblemente también por ello, el mayor respeto se mantiene. Y así también, sin duda, la salud mental y corporal de la mayoría.

Es evidente que hay elementos estructurales de la vida -calidad de vida alemana- que hacen posible esa “libertad” ahí y no en Chile. Los medios de transporte, ni en horario de punta, están cerca de estar tan atiborrados como el nuestro; ahí el distanciamiento es posible. También las casas, los departamentos, las veredas y las calles se experimentan holgadas, espaciadas y sin los hacinamientos que conocemos o hemos visto.

*Diana Aurenque es filósofa. Directora del Departamento de Filosofía, USACH.

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