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Opinión

9 de Noviembre de 2021

Columna de Nona Fernández: Brutalidad y violencia

Agencia Uno

En el discurso mediático, la violencia es puramente delictual, asociada al terror y al crimen y por esta razón hay que condenarla y reprimirla con la fuerza. Esta perspectiva unilateral, vaciada de contexto, de historia y de reflexión, es la que llama a tomar partido y a resucitar esta distinción entre violencia y brutalidad que propone Genet.

Nona Fernández
Nona Fernández
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Desde que tenemos uso de razón, y con mayor insistencia a partir de la revuelta de octubre de 2019, hemos observado el secuestro de la palabra violencia. Los discursos mediáticos se han apoderado de ella saturándola de una carga negativa, al punto que mencionarla siquiera nos debiera hacer pedir perdón. En esa lógica nos instan a condenarla “venga de donde venga”, sin ahondar en las razones que la generan ni en el contexto histórico en el que surge. Sobre este hecho, como trabajadora de la letra, me permito una reflexión de la mano de un autor que admiro y quien meditó mucho sobre este rapto que, por supuesto, no es un operativo de exclusividad chilena, sino más bien una plantilla de acción del poder, en todas partes del planeta, para exculpar sus propias responsabilidades en la explosión de la violencia que tanto condenan.

En septiembre de 1977 Jean Genet, poeta, novelista, dramaturgo, ladrón, activista francés, homosexual, rebelde de origen y por vocación, enemigo declarado a cualquier tipo de poder, publicó un escrito titulado Violencia y Brutalidad en el que hizo una inédita e interesante distinción entre los dos conceptos. Para Genet la violencia, una palabra tan groseramente manoseada desde entonces por la prensa y las derechas políticas europeas, estaría estrictamente asociada a la vida desde su enfoque biológico. Vida y violencia, para él, serían sinónimos. Cuando un espermio fecunda a un óvulo, dice Genet, lo hace con violencia. Cuando un ave rompe la cáscara de su huevo, también lo hace con violencia. Cuando una planta germina y busca la luz rompiendo la semilla, escalando a través de la tierra, eso es violencia. Caminar, respirar, parir, tener sexo. Vivir y sobrevivir, todo es un acto violento. Pero nadie se queja del ave, ni de la planta, ni del espermio. Nadie enjuicia a un animal si debe comerse a otro para vivir. La violencia espontánea de la vida y la sobrevivencia no se enjuician. Pero otra cosa es la brutalidad.

En septiembre de 1977 Jean Genet, poeta, novelista, dramaturgo, ladrón, activista francés, homosexual, rebelde de origen y por vocación, enemigo declarado a cualquier tipo de poder, publicó un escrito titulado Violencia y Brutalidad en el que hizo una inédita e interesante distinción entre los dos conceptos.

El gesto brutal sería, para Genet, el que interrumpe un acto libre. El gesto brutal sería el cimiento en el que se funda el sistema organizado, tal cual como lo conocemos. Así la brutalidad adoptaría las formas más inesperadas, dice Genet. La miserable arquitectura de las viviendas sociales, por ejemplo, los golpes de la policía a los manifestantes de cualquier desacuerdo, la codificación de las leyes que prevalece sobre las costumbres, el monopolio y manipulación de la información pública, entre otras miles de expresiones brutales que tan bien conocemos en el Chile contemporáneo. La brutalidad organizada, mientras más tajante es, más exige la expresión de esa violencia espontánea que es la vida, dice Genet. Esa manifestación orgánica que requiere seguir su curso natural, violencia innata que busca su espacio y que de no encontrarlo se debe organizar como respuesta a la brutalidad del sistema.

Repasando los hechos del escenario chileno, únicamente desde la revuelta hasta este momento de campaña presidencial, observamos de manera obvia, y hasta risible, este interés majadero del poder por manipular el lenguaje y vaciarlo de historia y de sentido. En el discurso mediático la violencia es puramente delictual, asociada al terror y al crimen y por esta razón hay que condenarla y reprimirla con la fuerza. Esta perspectiva unilateral, vaciada de contexto, de historia y de reflexión, es la que llama a tomar partido y a resucitar esta distinción entre violencia y brutalidad que propone Genet. No ya para intentar reemplazar una palabra por otra, dejando a la frase su función acusadora con respecto a quienes emplean la violencia, sino porque establecer esta diferencia es ejercer la disputa por el lenguaje con el que se escribirá la historia, y no permitir al poder usar a su antojo el vocabulario como lo han hecho, y lo siguen haciendo, para manipular el pensamiento y condenarnos de por vida a la brutalidad.

Obviamente la violencia desatada asusta. Es ese sentimiento atávico del que el poder se aprovecha para inventar su propio relato criminalizando la violencia, aislándola del contexto histórico y cultural, y eximiéndose por completo de su responsabilidad al generarla. Por eso habría que señalar que la violencia que se desató en las calles el 18 de octubre de 2019 y los días posteriores fue la respuesta orgánica a décadas de brutalidad implantadas para precarizar la vida de las personas. Fue esa violencia la única razón por la que se vieron obligados a considerar la posibilidad de oír por primera vez el malestar de la ciudadanía golpeada por tanto abuso. No fue la marcha pacífica del 25 de octubre, como quieren escribir en las páginas de la nueva historia. Décadas de marchas pacíficas no sirvieron de nada, lo sabemos y no lo olvidamos. Años enteros gritando por la educación, por las pensiones, por las viviendas dignas, por la justicia y la verdad, por la salud, por los derechos de las mujeres y disidencias, por la brutalidad en el Wallmapu, por la causa ecológica, no lograron respuesta.

¿Qué habría pasado si en estos años de democracia la brutalidad hubiese dado espacio a la escucha social? ¿Qué habría pasado si cada una de esas marchas, petitorios, audiencias, demandas, cada uno de esos gritos desesperados hubiesen sido atendidos con acciones? ¿Se habría llegado a la innombrable violencia que botó estatuas, encendió barricadas, quebró vitrinas, “violó derechos humanos de semáforos”, como delirantemente se mencionó, lanzó piedras a la fuerza policial exigiendo una respuesta? En una realidad paralela podríamos saberlo, pero en la que habitamos tenemos claridad que fue justamente esa violencia orgánica la que obligó al poder político a dejar de mirarse el ombligo y con rapidez institucionalizar, ese 15 de noviembre en la madrugada, un camino que abriera la posibilidad de replantearse todo desde el diálogo social. Por esa violencia es que hubo un plebiscito en el que la ciudadanía votó por una nueva constitución. Por esa violencia es que en este momento Chile está viviendo un proceso constituyente paritario y con presencia de los pueblos originarios, un proceso observado con interés por todo el mundo, que, sin duda, es lo mejor que le ha ocurrido al país en mucho tiempo.

La brutalidad organizada, mientras más tajante es, más exige la expresión de esa violencia espontánea que es la vida, dice Genet. Esa manifestación orgánica que requiere seguir su curso natural, violencia innata que busca su espacio y que de no encontrarlo se debe organizar como respuesta a la brutalidad del sistema.

Pero, al parecer, seguiremos escuchando la condena a la violencia mientras el poder guarda silencio frente a las razones por las que se levanta. Seguiremos pidiendo disculpas por reaccionar a la brutalidad del sistema con nuestra molestia iracunda, tan mal mirada. Seguiremos viendo cómo la represión policial y militar se establece en contra de la violencia orgánica restándole a esa brutal opresión toda carga negativa, toda posibilidad de enjuiciamiento. Pero la represión, la cara más oscura de la brutalidad del sistema, no acabará nunca con la violencia orgánica. A la violencia espontánea que es la vida, como dice Genet, se le da escucha, se le da espacio y flujo, se le encausa, porque nunca se detiene. La memoria de todas las culturas registra que lo primero fue el caos. En medio de ese caos, en un momento, que en realidad no fue un momento porque en ese tiempo natural y caótico aún no había tiempo, algo explotó. La historia de la vida, tal cual la conocemos, se inicia con esa violenta explosión. La humanidad avanza en el tiempo empujada por esa energía que es el motor de la vida y su sobrevivencia. Manifestación orgánica que requiere seguir su curso natural, violencia innata que busca su espacio y que de no encontrarlo se debe organizar como respuesta a la brutalidad del sistema.

*Nona Fernández Silanes es actriz, dramaturga y escritora. Entre sus libros están “Space invaders” y “La dimensión desconocida”.

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