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Adelantos

30 de Marzo de 2022

ADELANTO. “¿Cómo vamos a vivir juntos?”, de Alejandro Aravena

La imagen muestra a Alejandro Aravena frente al libro "cómo vamos a vivir juntos"

En septiembre, el arquitecto Alejandro Aravena visitó la Convención Constitucional para hablar de viviendas dignas y ciudades justas. Su intervención se convirtió en el libro “¿Cómo vamos a vivir juntos”, que el sello Paidós lanza ahora como parte de los 10 títulos de la colección “Hoja de Ruta”. El texto cuenta 11 experiencias de diseño participativo, que el autor transforma en claves para una vida en común. Aquí adelantamos dos.

Por

7. Nivelar la cancha

Séptima clave: para poder vivir juntos vamos a tener que nivelar la cancha. Tenemos muchos desacuerdos en este momento en Chile, pero si algún acuerdo hay, es que tenemos un problema serio de inequidades. La ciudad podría funcio­nar como un atajo hacia la equidad, porque si se identifican estratégicamente proyectos de es­pacio público, de transporte público, de infraes­tructura y de vivienda, se puede mejorar calidad de vida en plazos relativamente cortos, sin tener que depender enteramente de la redistribución del ingreso (que es casi lo único de lo que uno es­cucha hablar, como si el problema de inequidad fuera solo un problema económico).

Los arquitectos hacemos edificios. Pero lo que realmente importa está entre fachada y fachada, en el espacio público definido por esas fachadas, porque el espacio público tiene una capacidad re­distributiva muy potente. El tema es que, por ese espacio público, todos compiten: los peatones, los ciclistas, los buses, los autos, los estaciona­mientos, todos. Quienes deben tomar decisiones públicas tienen que ver cómo distribuyen ese es­pacio por el que todos compiten. Enrique Peña­losa, exalcalde de Bogotá, dice que su lógica es priorizar donde haya más derechos ciudadanos por metro cuadrado. Hay más derechos ciuda­danos por metro cuadrado en un bus que en un auto; por lo tanto, hay más derecho a paso en un bus que en un auto. Una vía exclusiva para buses, entonces, tiene más prioridad de asigna­ción que un carril para autos. Además, la gente en auto va sentada, con aire acondicionado o con calefacción. Así, si alguien se tiene que esperar, que sea el auto.

El tema es que, por ese espacio público, todos compiten: los peatones, los ciclistas, los buses, los autos, los estaciona­mientos, todos. Quienes deben tomar decisiones públicas tienen que ver cómo distribuyen ese es­pacio por el que todos compiten. Enrique Peña­losa, exalcalde de Bogotá, dice que su lógica es priorizar donde haya más derechos ciudadanos por metro cuadrado. Hay más derechos ciuda­danos por metro cuadrado en un bus que en un auto; por lo tanto, hay más derecho a paso en un bus que en un auto.

Algo parecido ocurre con las bicicletas: ocu­pan muy poco del espacio público y, por lo tan­to, también van a terminar teniendo prioridad. El transporte público, por tanto, puede tener un rol redistributivo, que puede acercarnos a me­jorar calidad de vida sin tener que esperar a la redistribución del ingreso. Lo mismo pasa con la vivienda y con la infraestructura. La inversión en espacio público no solo debiera ser inversamen­te proporcional a los ingresos de las zonas de la ciudad donde se está haciendo esa inversión, sino que, además, su asignación debiera seguir una ló­gica redistributiva.

Un ejemplo es el Parque de la Infancia. La idea era transformar la ladera norponiente del cerro San Cristóbal, en el lado de Recoleta, en un parque de juegos infantiles, pero el problema es que estaba en pendiente. No voy a explicar el detalle del proyecto, pero si tuviera que llevar­lo a un concepto, diría que el problema en un parque de juegos es la tensión entre seguridad y entretención. Mientras más entretenido, más in­seguro. Y viceversa. Mientras más seguro, más fome. Lo que hicimos fue usar la pendiente para disolver esa polaridad. En un resbalín típico, mientras más largo se hace, más crece en altura, por lo tanto, más entretenido, pero más inseguro. Pero en una ladera en pendiente, podíamos hacer el resbalín todo lo largo que quisiéramos porque siempre íbamos a estar a 30 cm del suelo.

Pero más allá de estas cuestiones “nerds” de diseño, el punto de fondo es que una ciudad se mide por lo que en ella se puede hacer gratis. El rol del espacio público es que mejora calidad de vida sin tener que pagar por ello. Por eso la ciudad puede funcionar como un atajo hacia la equidad: por su enorme capacidad de contribuir a mejorar el buen vivir en plazos muy acotados.

El punto de fondo es que una ciudad se mide por lo que en ella se puede hacer gratis. El rol del espacio público es que mejora calidad de vida sin tener que pagar por ello. Por eso la ciudad puede funcionar como un atajo hacia la equidad.

La gran pelea que tuvimos en el Parque de la Infancia, fue porque se querían instalar tornique­tes para cobrar entrada. No tiene ningún sentido que se cobre por un espacio público y la pelea, que fue y volvió varias veces, terminó al final, por suerte, en que no se cobró. Si ustedes van hoy, siguen ahí los torniquetes y, ex post, se trató de ocultar la pelea, diciendo que eran para el control de acceso. Pero estos son algunos de los errores fundamentales que deberíamos poder erradicar, si entendemos que las ciudades son atajos hacia la equidad.

También sería bueno saber que para poder hacer espacios públicos de calidad, gratis, dada nuestra escasez de recursos, probablemente ten­gamos que subirnos sobre las espaldas de gigan­tes. Y eso, en general, pasa con nuestra geografía. Siempre me ha llamado la atención el caso de las playas en Río de Janeiro. Hay un espacio en la ciudad en que en traje de baño y con chalas, por un momento, son todos iguales. Disfrutar de ese momento no requiere de ninguna otra cosa que poder acceder a la playa. Nosotros no tenemos playa y tenemos otro clima, pero en la geografía hay algunas claves para poder tener momentos igualadores. El Parque Metropolitano está en un cerro; los mejores espacios públicos debieran apoyarse en las riberas de nuestros ríos, nuestras costaneras, nuestras cumbres y, por esa vía, a pesar de nuestra escasez de recursos, mejorar la calidad de vida transversalmente. Si pudiéramos pensar en nuestras ciudades como una oportuni­dad de conseguir momentos igualadores, no solo estaríamos haciendo algo justo, sino que nos per­mitiría encontrarnos. De lo contrario, tenemos una cosa muy maldita en nuestras ciudades: que no nos encontramos entre personas distintas. Si la ciudad refleja la inequidad de manera muy brutal, ella misma podría entonces ser el meca­nismo que la corrige.

Los mejores espacios públicos debieran apoyarse en las riberas de nuestros ríos, nuestras costaneras, nuestras cumbres y, por esa vía, a pesar de nuestra escasez de recursos, mejorar la calidad de vida transversalmente. Si pudiéramos pensar en nuestras ciudades como una oportuni­dad de conseguir momentos igualadores, no solo estaríamos haciendo algo justo, sino que nos per­mitiría encontrarnos.

8. Dejar de predicarle a los convertidos

Octava clave para vivir juntos: dejar de hablarle solo a los convencidos, de predicarle a los con­vertidos. Cuando partió todo este proceso de re­escribir la Constitución, en la oficina hicimos un debate interno y, aunque no pensábamos políti­camente igual, nos pareció que la opción “Aprue­bo” era la manera más sustentable de salir de la crisis que estábamos viviendo, repensando las reglas de nuestra convivencia. Y nos pareció que teníamos que tratar de hacer ver públicamente las virtudes de aprobar.

Alejandro Aravena. Crédito: Rita Aravena.

Partimos por conjugar el verbo de una forma levemente distinta: en vez de “Apruebo”, que nos parecía un acto individual cuando el problema que teníamos era justamente sobre lo colectivo, nos pareció que tenía que conjugarse en plural: “Aprobemos”. En plural tenía algo más parecido a una invitación que a una declaración. Hicimos, entonces, un letrero que colgamos en nuestra oficina. Fuimos muy cuidadosos, usamos tubos fluorescentes que colgamos de nuestras propias ventanas, no de la estructura del edificio para no pasar a llevar el reglamento de copropiedad. O sea, había que pensarlo un poco… La cosa es que pusimos este letrero del “Aprobemos”, que por suerte coincidió con que teníamos justo nueve ventanas, así que nos calzaron las letras.

En vez de “Apruebo”, que nos parecía un acto individual cuando el problema que teníamos era justamente sobre lo colectivo, nos pareció que tenía que conjugarse en plural: “Aprobemos”. En plural tenía algo más parecido a una invitación que a una declaración. Hicimos, entonces, un letrero que colgamos en nuestra oficina.

Y la pregunta que surgió era: ¿vamos a bus­car likes y seguidores o de verdad aquí lo que importa es tratar de generar un diálogo con los del “Rechazo”? Porque, al final de cuentas, era a ellos a quienes estábamos tratando de hablar­les. Casi inmediatamente, en los ascensores de la torre apareció un cartel: los del “Rechazo” pu­sieron letreros rechazando la violencia del letre­ro “Aprobemos”, la prepotencia de no haberle preguntado a nadie. No solo eso: empezamos a recibir llamadas de organizaciones de fuera de la torre. Tratamos de explicar a cada persona que dio la cara que nuestra intención era hacer una invitación, pero no hubo caso. Y como para vivir juntos, en vez de hablarles a los que están del lado de uno, nos parecía que había que dialogar con los que pensaban distinto a nosotros y esto no se estaba logrando, entonces decidimos bajar el letrero. Duró un par de semanas. Alcanzó a generar mucho entusiasmo entre los que estaban por el “Aprobemos”, pero produjo todo lo con­trario en los del “Rechazo”.

El día 5 de marzo, un viernes en que estába­mos casi todos en la plaza, decidimos que el pri­mero que pasara por la oficina, desconectara el letrero. A las 20:03 entonces, fue el último mo­mento en que se vio el “Aprobemos”. A las 20:04 lo desconectamos. ¿Cuál es el punto? Yo puse ahí en la diapositiva la palabra ceder. Yo creo que me equivoqué, porque ceder implica perder algo. Quizás la palabra es anteponer, en el sentido de que hay un bien superior, y el bien superior era el de crear un entendimiento incluso con los que opinaban distinto a nosotros. Por esa razón, apa­gamos el letrero.

Tratamos de explicar a cada persona que dio la cara que nuestra intención era hacer una invitación, pero no hubo caso. Y como para vivir juntos, en vez de hablarles a los que están del lado de uno, nos parecía que había que dialogar con los que pensaban distinto a nosotros y esto no se estaba logrando, entonces decidimos bajar el letrero. Duró un par de semanas.

Ahora bien, yo soy agnóstico, pero aquí uno podría, creo, hablar de justicia divina. A las 20:05, los del “Rechazo” de la torre (que eran bastantes) se habían puesto de acuerdo para po­ner un “No” en la oficina al lado de la nuestra. Y, por un minuto, apenas un minuto, por pura ca­sualidad, nunca alcanzó a existir al mismo tiem­po el “No Aprobemos”. A las 20:05 solo quedó el “No”, como una especie de gesto nostálgico al NO de los ochenta.

¿CÓMO VAMOS A VIVIR JUNTOS?
Sello: Paidós
Precio: $9.900
Páginas: 100
Disponible: 1 de abril

La serie «Hoja de ruta» conjuga en su nómina de autores personajes reconocidos con nuevos referentes. Entre los nombres que figuran en el catálogo de la serie se cuentan la ministra Izkia Siches, el periodista Óscar Contardo, la convencional Cristina Dorador, el exfiscal Carlos Gajardo, la economista Claudia Sanhueza, entre otros.

También puedes leer: Smiljan Radic, arquitecto: “El espacio público hoy es un campo minado, con pequeñas bombas por todas partes”


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