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Opinión

22 de Febrero de 2022
La imagen muestra a Mauro Basaure frente a una fotografía de la casa de Gabriel Boric en el Barrio Yungay
La imagen muestra a Mauro Basaure frente a una fotografía de la casa de Gabriel Boric en el Barrio Yungay
Agencia Uno

Columna de Mauro Basaure: Vivir en el Barrio Yungay, bajar a la política de las alturas

No se sabe cómo Boric ocupará la presidencia, pero la elección de su casa en el Barrio Yungay es una señal clara para una posible respuesta: de una manera que quiebra con todos los mandatos anteriores.

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La pareja presidencial se enamoró de una de las casonas del Barrio Yungay. Eso nos ha pasado a varios, porque vivir aquí no es lo mismo que habitar en cualquier domicilio, del que uno se cambia sin mayor afectación. Llegar o irse de este barrio es emotivo, como si el barrio, sus calles, sus casas y casonas; en fin, su historia, tuviese vida y un poder irresistible de atracción.

Sin embargo, ese enamoramiento entre el Barrio Yungay y las personas de Gabriel Boric e Irina Karamanos no parece, según dicen las policías expertas en seguridad, estar acorde con la figura y protección esperable de la Presidencia de la República.

Es cierto, la presidencia es una institución y Boric es la persona que la ocupará durante un tiempo, un “mandato”. También es cierto que la persona es unida a la institución mediante la “investidura”, que tiene como símbolo principal en Chile la banda presidencial, adosada al cuerpo en señal de que ya no se es una persona-individuo-privado, sino que una persona institución-impersonal-pública; es cierto además que con ello la persona debe adecuarse, en cierta medida, a la institución; es cierto, por último, y por dar un ejemplo, que las “piñericosas” molestaban precisamente porque la persona Sebastián Piñera y su idiosincrasia estaba demasiado presente, menoscabando la institución presidencial.

Todo ello no significa, sin embargo, que la institución presidencial sea una estructura férrea, consolidada de una vez y para siempre; inhumana en el sentido de que a la persona investida solo le cabe conformarse a límites institucionales del habla, la acción y el habitar. En realidad, es precisamente en el cómo la persona “ocupa” el puesto de presidente donde se juega parte del legado de un/a mandatario/a. Si la persona desaparece por apegarse mucho a la presidencia, poco recuerdo quedará de ese mandatario/a; al revés, la presencia desmedida de la persona en detrimento de la institución es una de las características del personalismo caudillista o caciquista.

No se sabe cómo Boric ocupará la presidencia, pero la elección de su casa en el Barrio Yungay es una señal clara para una posible respuesta: de una manera que quiebra con todos los mandatos anteriores. De hecho, si alguien busca una diferencia con lo que fueron los gobiernos de la Concertación o Nueva Mayoría, esta es una muy clara.

¿Menoscaba la figura presidencial que la persona Boric desee vivir en ese barrio? Desde mi punto de vista, más bien la enaltece. Boric responde aquí más a la tradición de Pepe Mujica, de Nelson Mandela o incluso del Papa Francisco, que a la de los mandatos anteriores.

Esos mandatos de la elite han asociado, como es tradición, el poder político a formas más o menos expuestas de grandiosidad, confort, galas, lujo, ostentación; todas cosas que prolongan en tiempos democráticos y seculares las formas de la realeza en tiempos monárquicos. La majestuosidad no es mero confort y lujo; es más bien parte de la fórmula del poder de la elite; su efecto de demostración es marcar la diferencia, el abismo insalvable, entre el soberano y el resto de las personas. La lealtad o dominación del pueblo se busca, según esta fórmula, por un efecto similar al abismo entre la altura y superioridad de lo sagrado y lo común de lo profano en el mundo religioso, donde el contacto con las personas comunes, con los fieles, se limita a ciertas ocasiones y ceremonias.

En realidad, es precisamente en el cómo la persona “ocupa” el puesto de presidente donde se juega parte del legado de un/a mandatario/a. Si la persona desaparece por apegarse mucho a la presidencia, poco recuerdo quedará de ese mandatario/a; al revés, la presencia desmedida de la persona en detrimento de la institución es una de las características del personalismo caudillista o caciquista.

La persona investida con la presidencia debe “estar a la altura”. Lo que corresponde en Santiago es vivir en el “barrio alto”, con la elite, como VIP, y en ningún caso en el Barrio Yungay. Boric desafía esta vieja tradición, adaptando a su modo (pues la casa de Yungay sigue siendo una casona tradicional), la simplicidad y accesibilidad de Mujica o Mandela. Esta tradición expresa simbólicamente igualdad política, en estatus, dignidad e incluso bienestar entre representantes y representados. Visto así, parece curioso que esto sea revolucionario en democracia, pero lo es. Vivir en el Barrio Yungay rompe radicalmente con una vieja y larga tradición elitista, que posiblemente se remonte al filósofo rey de Platón, y en la que el propio Allende se inscribe.

Sin duda que la tarea para las policías y el municipio es mucho más desafiante, principalmente porque es algo completamente nuevo, considerando que hasta los alcaldes de la comuna de Santiago vivían en el “barrio alto”. Evidentemente, la accesibilidad aumenta riesgos y el costo en las energías que supone mayor contacto. Pero bien vale la pena el esfuerzo y el riesgo pues que el presidente de Chile viva a metros de los problemas de la gente común no es una cuestión meramente simbólica, sino que puede tener efectos materiales enormes. No solo será un antídoto permanente y fuerte que contribuye a anular los apetitos elitistas que puedan crecer en el mandatario, sino que, mucho más importante aún, puede ayudar a recomponer las relaciones entre la sociedad y la política, destruidas desde hace años como muestran las encuestas.

Vivir en el Barrio Yungay rompe radicalmente con una vieja y larga tradición elitista, que posiblemente se remonte al filósofo rey de Platón, y en la que el propio Allende se inscribe.

Una vida austera y accesible supone una nueva forma de generar lealtad política, ya no por distancia y demostración de superioridad, sino por cercanía y afirmación de igualdad. Como ocurre con Mujica, tendrán menos asidero las acusaciones de corrupción y aprovechamiento político. Cabe esperar que crezca la confianza en el presidente y que ella se irradie al gobierno. A ello contribuye también el manejo en las redes sociales, cosa en la que la generación de Boric sí que se maneja, y que pueden mostrar también a un gobierno cercano y más cotidiano, sobre todo, con los más jóvenes que son los más alejados de la política oficial, pero quienes más recurren a las redes para informarse y más creen en ellas.

En fin, vivir en el Barrio Yungay es mucho más que la buena decisión cool de un millennial. ¡Bienvenido al barrio, Presidente!

*Mauro Basaure es investigador del COES y Director del Programa de Doctorado en Teoría Crítica y Sociedad Actual de la UNAB.

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