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Opinión

5 de Mayo de 2022

Con tu voto más un voto

Nuevas formas de participación han irrumpido en la arena política, mas el voto sigue siendo una de las más importantes. No es de extrañar, entonces, que discusiones como la obligatoriedad o no del voto y la edad mínima para sufragar se hayan vuelto tema de debate en el actual proceso constituyente.

Rodrigo Mayorga
Rodrigo Mayorga
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“Con tu voto más un voto, súmate al cambio”. Por culpa de Joaquín Lavín, llevo veintitrés años con esta canción pegada en el cerebro. Fue el jingle de su campaña en el balotaje presidencial de 1999, luego de que en primera vuelta Ricardo Lagos lo superara por apenas 31.000 votos (“uno por mesa” como se recuerda hasta el día de hoy). Su intento de “acarreo musical” no dio resultado, porque Lagos lo superó bastante más ampliamente al final, pero la idea detrás del slogan caló hondo: en un país donde el sufragio era prácticamente la única forma legítima de participar ciudadanamente, bastaba algo tan simple como que cada quien “consiguiera” un voto para poder dar vuelta una elección.

Hoy, nuevas formas de participación han irrumpido en la arena política, mas el voto sigue siendo una de las más importantes. No es de extrañar, entonces, que discusiones como la obligatoriedad o no del voto y la edad mínima para poder sufragar se hayan vuelto tema de debate en el actual proceso constituyente. Y está muy bien que así sea; pero si no observamos la multiplicidad de factores que inciden en el acto de votar, es muy posible que perdamos una oportunidad importante de fortalecer realmente nuestra democracia.

La idea detrás del slogan caló hondo: en un país donde el sufragio era prácticamente la única forma legítima de participar ciudadanamente, bastaba algo tan simple como que cada quien “consiguiera” un voto para poder dar vuelta una elección.

La discusión sobre si el voto debiese ser o no obligatorio es una de larga data en nuestro país, casi desde que se promulgó el voto voluntario en 2012. Muchos han planteado que el aumento de la abstención política se debe en gran medida a este cambio: si para las elecciones presidenciales de 2009 votó el 88% del padrón electoral, en las del 2013 solo lo hizo el 49% y las cifra siguió bajando en la siguiente década (con las excepciones del plebiscito de 2020 y las presidenciales del 2021).

Sin embargo, este relato está sustentado en una comparación inadecuada: el porcentaje posterior a 2012 se calcula respecto a todos los ciudadanos y ciudadanos chilenos, mientras que el previo a ese año se hacía sólo en relación a los ciudadanos que se habían inscrito en los registros electorales. Cuando el contraste se hace a partir de universos comparables (es decir, calculando el porcentaje de personas que, teniendo 18 años y no habiendo sido condenados a pena aflictiva, no asisten a votar estén inscritos en los registros o no) el brusco descenso a partir de 2013 se convierte en un descenso constante desde 1989.

En palabras simples: no es que la gente haya dejado de ir a votar a causa del voto voluntario sino que, desde el retorno a la democracia, la ciudadanía chilena ha ido optando, cada vez en mayor número, por no asistir a las urnas. Definir que el voto sea obligatorio –como ha hecho la Convención en estos días– sin duda puede contribuir a aumentar los porcentajes de participación electoral, pero si no atendemos a las causas profundas que han causado esta progresiva desafección a la política, difícilmente será más que un parche para nuestra democracia.

Definir que el voto sea obligatorio –como ha hecho la Convención en estos días– sin duda puede contribuir a aumentar los porcentajes de participación electoral, pero si no atendemos a las causas profundas que han causado esta progresiva desafección a la política, difícilmente será más que un parche para nuestra democracia.

Algo similar ocurre con la discusión sobre la edad mínima para ejercer el derecho a voto. Es este un debate que en Chile se abrió con fuerza producto del rol de los secundarios en el estallido social de 2019, pero que se está dando en diversos lugares del mundo entero. La edad para votar ha cambiado a lo largo de la historia de Chile también: en los inicios de la república era de 25 años para los solteros y de 21 para los casados, lo que de seguro dio bastante material para las rutinas de los Álvaros Salas y Dinos Gordillos de la época. La distinción por estado civil desapareció pronto, pero no fue hasta 1969 que se redujo de 21 a 18 años la edad mínima para sufragar.

Que este cambio ya se haya dado antes no significa que deba darse de nuevo, pero sí al menos que es un tema abierto a la discusión. La Convención ha propuesto un modelo diferenciado –voto voluntario para mayores de 16 años, pero obligatorio desde los 18–  similar a los que hace Argentina, Brasil y Ecuador, y si bien la inclusión de nuestros adolescentes a la vida política formal es algo que celebrar, nuevamente hay discusiones que han quedado abajo de la mesa. La principal tiene que ver con el rol que le damos a la educación cívica, ciudadana y democrática en nuestro país, la que, alerta de spoiler, es menor que las horas que pasa despierto Joaquín Lavín Jr. Para muestra, un solo botón: el año 2021 se propuso en el Congreso un proyecto para incluir temáticas relativas al proceso constituyente en los Planes de Formación ciudadana de las escuelas de todo el país. El proyecto fue rechazado bajo los argumentos de escasez de tiempo y necesidad de priorizar contenidos. Y efectivamente así es: el tiempo escolar es siempre escaso y priorizar es necesario, más aún en un contexto de pandemia. La pregunta es, más bien, por qué la participación de nuestros jóvenes en un proceso político y ciudadano tan central como el constituyente no nos parece una prioridad y si el solo derecho a voto resuelve las problemáticas que esto genera (alerta de spoiler otra vez: no, no lo hace).

Para muestra, un solo botón: el año 2021 se propuso en el Congreso un proyecto para incluir temáticas relativas al proceso constituyente en los Planes de Formación ciudadana de las escuelas de todo el país. El proyecto fue rechazado bajo los argumentos de escasez de tiempo y necesidad de priorizar contenidos.

No quiero que se me malentienda: votar debiese ser un derecho fundamental de todos quienes formamos parte de una comunidad política y no debiera estar limitado ni por nuestra motivación ni por la educación ciudadana que hayamos o no recibido. El punto es que un momento constituyente como el que estamos viviendo es una oportunidad para robustecer nuestra democracia, pues justamente nos permite repensar el lugar que le damos a la política en nuestras vidas. Mas, al seguir centrando la discusión únicamente en quien tiene o no derecho a votar o si sufragar es o no un deber, nos mantenemos en la dimensión individual del problema, cuando la democracia es, por definición, también colectiva. Abordar seriamente la desafección política y la deuda que como sociedad tenemos con la educación ciudadana, es justamente hacernos cargo de esto último. ¿Quién sabe? Si Joaquín Lavín hubiera entendido esto en 1999 y cambiado “con tu voto más un voto” por “con nuestros votos”, quizás hasta habría ganado la elección (o quizás no, pero al menos yo no seguiría con la cancioncita esa pegada en la cabeza).

*Rodrigo Mayorga es profesor, historiador, antropólogo educacional, autor de “Relatos de un chileno en Nueva York” (con el seudónimo de Roberto Romero) y director de la fundación Momento Constituyente (http://www.momentoconstituyente.cl)

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